
Los "amigos" de Internet
Tengo una compañera de colegio en Facebook con la que no hablo hace dieciséis años. Un día la agregué o me agregó, no recuerdo, pero jamás nos mandamos ni un solo mensaje. He visto mil veces sus fotos y sus actualizaciones. Sé que tiene un hijo y una hija llamados Santiago y Malena que juegan al tenis. Que vive en Victoria, al lado de su suegra. Que se casó con el novio que tenía en la secundaria. Que le gusta la música de Joaquín Sabina, los fideos con manteca, la ropa de colores. Sé en dónde veranea, de qué trabaja, que amasa pizza los domingos, que los chicos van al mismo colegio al que fuimos nosotras dos. Sé mucho, demasiado, de su vida.
Quizás por eso, hace unos meses noté que su marido había muerto o se había ido de repente. No estaba más en las fotos, ella decía que lo extrañaba mucho, y sus amigos le escribían en el muro que tuviera fuerza, que todo iba a pasar. Varias veces quise preguntarle qué había pasado, pero a pesar de que hace cuatro años sigo su vida con detalle, no siento que tengamos una relación suficientemente cercana como para permitirme la indiscreción. Somos desconocidas que saben intimidades de la otra pero que no hablan de eso. No somos amigas, ni vecinas, ni nada. Somos contactos de Facebook.
Internet acerca desconocidos de una forma irreal, arbitraria, un poco de los pelos. Uno lee e interactúa con gente que nunca vio de forma tan asidua e intensa, que al final parecen compañeros o colegas. Seguimos la intimidad de otros a través de un blog, sus caras a través de un álbum en Flickr, su vida social a través de Facebook, sus carreras en la red Linkedin. Sabemos a dónde fueron de vacaciones, qué grupos de música les gustan, en qué empresa trabajan y qué hacen, pero nunca los vimos frente a frente, no tenemos una relación real fuera de la PC.
Yo misma (que a primera vista parezco cínica y poco amigable) me despierto todos los días y leo en Twitter a un montón de desconocidos. Me río con sus chistes o sigo las anécdotas de sus jefes durante toda la semana laboral como lo hago con mis amigos. Después de un tiempo siento que los conozco y me siento afín a su humor, pero jamás les di la mano, ni vi sus caras, ni podría reconocerlos si me los cruzara en la fila de un supermercado cualquiera.
Este fenómeno es inexplicable para los que no leen blogs o no participan activamente de foros y redes sociales. A mis amigos de la vida real los confunde bastante que yo diga cosas como que "alguien vio la mesa ratona que yo quiero en el mercado de pulgas" o que "yo conozco a una chica que manda los hijos a ese colegio", porque después no puedo explicar quienes son, de dónde las conozco, qué vínculo nos une. Aunque hable con ellas todos los santos días, no me animo a decirles amigas (porque jamás las vi en la vida), ni lectoras (porque yo también la leo, es recíproco), ni "unas chicas" (porque es desacertado y mezquino). A veces hago lo más fácil, y así como otros dicen que "es un amigo del club", o "un compañero de la oficina", yo explico que son "son conocidas de internet". En otros casos, cuando la mano viene difícil, digo que son amigos de otro lugar, un lugar lejano al que ellos no van ni conocen.
Carolina Aguirre se recibió de guionista en la Escuela Nacional de Experimentación y realización cinematográfica (ENERC) en el año 2000. Es autora de los blogs Bestiaria (que se editó como libro bajo el sello Aguilar en 2008) y Ciega a citas que además de transformarse en un libro se transformó en la primera serie de televisión adaptada de un blog en español.
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