Los forenses argentinos que rescatan a los muertos del olvido
Se formaron para identificar desaparecidos y este año trabajaron con el caso Maldonado y los soldados de Malvinas
Luis Fondebrider recorre las nuevas instalaciones del Equipo de Antropología Forense (EAAF) -paredes blancas, las cajas de mudanza aún sin desarmar- y se muestra satisfecho. “Este fue un lugar de exterminio y ahora está lleno de vida”, dice.
Se refiere al predio de la ex ESMA, donde durante la dictadura funcionó un centro clandestino de detención y que en la actualidad, renombrado Espacio Memoria y Derechos Humanos, alberga organismos de Gobierno, de derechos humanos y al EAAF, que se mudó de su sede histórica en el barrio de Once y hoy ocupa un edificio cedido por Abuelas de Plaza de Mayo.
La idea, rastrear vida en donde antes no había más que muerte, funciona también como un resumen del trabajo que hace más de tres décadas realiza el EAAF. Nacido con la democracia argentina con el objetivo de identificar a los miles de cadáveres sin nombre que había dejado el gobierno militar, el equipo presidido por Fondebrider se volvió una referencia mundial en la antropología forense aplicada a crímenes en su mayoría perpetrados por el Estado. La tarea los llevó a trabajar en más de 30 países incluyendo la búsqueda de la tumba del Che Guevara y la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, en México. También tuvieron misiones en la ex Yugoslavia, Etiopía y Sudáfrica, entre otros. Este año la agenda internacional del EAAF, que se financia con contratos y donaciones, siguió bien activa, pero incluyó también dos casos de relevancia en la Argentina: el de Santiago Maldonado y la identificación de los soldados enterrados sin nombre en el cementerio de Malvinas.
Con Maldonado, se incorporaron a la búsqueda a pedido del juez Gustavo Lleral luego de sugerir que debían utilizar otro tipo de perros en el rastreo. Los dos enviados del EAAF a Chubut llegaron el mismo día en que el cuerpo de Maldonado apareció flotando en el río. La tarea del organismo luego se trasladó a la autopsia, donde oficiaron como una especie de control de calidad. Su presencia era una garantía para todas las partes involucradas en una causa atravesada por las tensiones de la política. “Éramos muchos, pero trabajamos muy bien”, recuerda Mariana Selva, que fue uno de los cuatro miembros del organismo que estuvo ese día durante la autopsia, una jornada que arrancó a las 9 de la mañana y terminó pasadas las 12 de noche.
Trabajo complejo
El trabajo en Malvinas, en cambio, fue más largo y de una mayor complejidad técnica. El problema surgió luego de la rendición de las tropas argentinas, cuando en las islas quedaron los cuerpos de los soldados argentinos fallecidos en la contienda. Los británicos los enterraron en el cementerio de Darwin, un paraje solitario y ventoso, pero no lograron identificar a todos. Hay 230 cruces blancas, 121 de ellas sin un nombre y con una inscripción desoladora: “Soldado argentino solo conocido por Dios”.
Esa inscripción es la que le “partió la cabeza” a Julio Aro cuando volvió a Malvinas, en 2008. Había estado como conscripto en la guerra y entendió que él podría haber sido uno de los que yace en una tumba sin nombre. Como los soldados en todos los conflictos, llevaba una chapita colgada del cuello donde debería haber estado grabado su nombre, pero por la falta de previsión de las Fuerzas Armadas argentinas muchos no la tuvieron. La de Aro sólo tenía el escudo de su división, y él escribió su nombre en un papel y lo pegó con cinta scotch. “Con el clima de las islas, ese papel no duró ni un día”, dice.
De vuelta en la Argentina, fundó la ONG No me olvides y comenzó a trabajar para identificar a los caídos y ponerle nombre a todas las tumbas. No fue fácil. Recorrió el país visitando las familias de los soldados cuyos cuerpos no habían sido reconocidos e intentó gestiones con el gobierno argentino, pero al final fueron dos ingleses los que destrabaron el conflicto: Geoffrey Cardozo y Roger Waters.
El primero es un soldado británico que estuvo encargado de enterrar a los argentinos y organizar el cementerio de Darwin una vez terminada la guerra. Aro se reunión con él en Londres en 2008 y se fue con un informe pormenorizado que Cardozo había elaborado durante su trabajo en Malvinas. Estaban los detalles de todos los caídos, incluso aquellos que no había podido reconocer, que incluía dónde los había encontrado y en qué tumba estaban enterrados. "No enterré ningún cuerpo sin antes haberle dado vuelta todos los bolsillos y cerciorarme de que no podía ser identificado. Miramos a cada uno de esos soldados, pero esto era posguerra: no existían registros dentales o las muestras de ADN", recordó Cardozo en una entrevista publicada en LA NACION.
Con esa información, Aro siguió buscando el apoyo del gobierno argentino,que logró gracias a Roger Waters. Cuando estaba de gira en la Argentina, el músico se enteró del trabajo de Aro, se sensibilizó con el tema porque tiene una historia familiar ligada a pérdidas en la guerra y le acercó la inquietud a la entonces presidenta Cristina Fernández de Kirchner, que al fin le prestó atención y activó la maquinaria del Estado.
Acuerdo
Con la Cruz Roja como intermediaria entre la Argentina y el Reino Unido, el EAAF se sumó a la cruzada iniciada por Aro. Durante dos años se entrevistaron con las familias de los soldados no reconocidos para preguntarles si estaban interesados en saber si uno de las tumbas de Darwin pertenecía a su pariente. A las 107 que dijeron que sí se les tomó una muestra de ADN y se recopiló toda la información relevante sobre su familiar, incluyendo contextura física, lesiones y operaciones, pero también simpatías futbolísticas o cualquier otro rasgo personal que pudiera ayudar a una eventual identificación.
El último 18 de junio un equipo de 14 personas de la Cruz Roja, que incluía a Fondebrider y otras dos personas del EAAF, desembarcó en Malvinas para trabajar sobre las tumbas. El invierno de las islas -la fecha fue elegida por las autoridades de Malvinas con el argumento de que no querían que interfiriese con su temporada alta de turismo- hizo que el trabajo fuese duro e intenso, había que aprovechar las pocas horas de luz.
El equipo se instaló en un hotel que abrió solo para ellos en Darwin, se aisló de cualquier interferencia y montó cuatro containers que hicieron de laboratorios en el cementerio. El protocolo establecía que la exhumación y el análisis de cada cuerpo debía hacerse en el mismo día y en esa jornada debían tomar la muestra de ADN y recoger todos los datos del cuerpo para lograr la identificación. Luego de dos meses de trabajo en Malvinas, el ADN se analizó en el laboratorio que el EAAF tiene en Córdoba y parte del equipo de la Cruz Roja se encontró durante una semana en Ginebra para consensuar los resultados: habían logrado identificar a 88 de los 122 soldados enterrados sin nombre en Darwin.
Lo que siguió fue, según las palabras de Fondebrider, “el momento más importante” de su trabajo: contarle a las familias que al fin habían localizado el cuerpo de su ser querido. Esa calidez en el trato con las víctimas es lo que siempre distinguió al EAAF del trabajo más frío de los forenses judiciales y se reiteró en esta oportunidad. Las familias fueron citadas en la ex ESMA y en reuniones reservadas se les comunicó la novedad y, en el caso de que los hubiese, se les dio una caja con los efectos personales que encontraron en la tumba de su soldado.
“Algunos familiares nos tocaban la mano de los que estuvimos en las islas”, recuerda Fondebrider para explicar la carga de emociones de su trabajo. Con 54 años y 33 en el EAAF, admite que ya ha atravesado cientos de reuniones como aquellas, pero que igual lo siguen afectando. “Solemos lidiar con crímenes perpetrados por el Estado que por lo general incluyen la muerte violenta de gente joven. Es muy duro”, explica.