Medio siglo esperando 23 km de asfalto
Los habitantes del pueblo, cercano a Maipú , viven aislados porque los sucesivos gobiernos no pavimentaron el acceso
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LABARDEN, Buenos Aires.- Esta es la historia de un pueblo centenario que lucha contra su destino. Es la voz de unos pocos chacareros que, desde hace cincuenta años -y no es un eufemismo- persiguen un sueño sencillo y al parecer inalcanzable: que el gobierno provincial se acuerde de pavimentar los 23 kilómetros del camino polvoriento que los separa del mundo.
Es, si se quiere, la increíble crónica de un lugar donde no falta gas natural, ni agua corriente. Donde se accede con facilidad a la televisión satelital y a un teléfono celular; donde se puede tener e-mail y navegar en Internet, pero de donde no se puede salir cada vez que llueve.
Son apenas 800 las almas que se cobijan en este paraje que nació al mundo hace 104 años, situado a 300 kilómetros de la Capital Federal y a 23 de la ruta 2.
"Nos dicen que no hay plata, que todos los trámites no sirven para nada y que hay que empezar de nuevo", confiesan Alberto Igarza y Ernesto Viviani, las dos caras visibles de la Comisión Pro Pavimentación del Acceso a Labardén. Y no hay lágrimas, ni insultos. Sólo resignación.
Hay que andar por la ruta 2 hasta Maipú y luego adentrarse en esa agrietada lengua marrón, despareja y zigzagueante. El vehículo deja su estela de polvo seco y oloroso y devora kilómetros de campo donde, a despecho de alambrados y cunetas, el ganado pasta libremente al costado del camino.
Por esa misma vía, cuando el tiempo lo permite, viajan rumbo al puerto o los mercados las riquezas del lugar. Unas 30.000 cabezas de ganado al año, más de 15.000 toneladas de maíz, 1500 de lino y otras tantas de girasol. Todo lo contenido en las 5000 hectáreas que rodean los 23,700 kilómetros de la ruta provincial 37, esa que parece imposible de pavimentar.
Bajo un sol brillante
En el despacho del delegado comunal no hay alfombras ni cortinas. Los techos altos y los despoblados pasillos ayudan para que la voz retumbe.
Horacio Larroulet, el funcionario en cuestión, entrelaza las manos sobre su escritorio y con ojos que el cronista cree ver vidriosos, se confiesa: "¿Sabe lo que pasa, señor? A nosotros, hasta nos robaron la ilusión".
La tarde estalla detrás de los cerrados postigones que dejan la oficina a media luz. La hora de la siesta corre plácida por las calles del pueblo. La paz será interrumpida, apenas, por los chicos que van camino de la escuela, allá, del otro lado de la plaza. Aquí las puertas no se cierran con llave. Hoy el destacamento policial está superpoblado: tres agentes. Hasta hace poco había uno solo. "Y cuando salía, cerraba la comisaría", apunta Viviani.
No es necesario que las calles tengan número. Todo el mundo sabe dónde vive cada uno en las 36 manzanas de la traza histórica.
María Angélica es la directora de la escuela media del lugar. Hace 30 años que dejó su provincia, La Pampa, para afincarse en esta tierra. Habla de ella con cariño de docente. "¿Sabe?, durante mucho tiempo no nacieron chicos en Labardén. Como no había Registro Civil, las parturientas se internaban en el hospital de Maipú y anotaban allá a los bebes. También nos cerraron la oficina de correos. Ahora sólo queda una estafeta, pero como no hay cartero, hay que ir a buscar la correspondencia."
La mujer, sin embargo, no imagina la vida en otro lado.
No es eso lo que ocurre con los jóvenes que, apenas terminan el colegio secundario, desandan ese bendito camino de pozos y tierra en busca de nuevos horizontes.
"Se van a Mar del Plata, La Plata o Buenos Aires. Nadie vuelve...", se lamenta María Angélica, ducha en esas lides de alimentar sueños detrás de un delantal. "Nosotros siempre hicimos las cosas con respeto, pero nadie nos pagó con la misma moneda", cuenta Igarza.
No era cierto
A fines del año último les comunicaron, y por escrito, que se había firmado el contrato con la empresa adjudicataria y que la obra se iniciaba a "corto plazo". No era cierto.
En el pueblo se abrió una bolsa de trabajo -hubo más de 50 anotados- y se esperaba la instalación del obrador "de un día para el otro".
"Hoy nos dicen que la obra se cayó, que a lo mejor entra en el presupuesto 2001. Todas excusas. Y nosotros, mientras tanto, rogamos para que los días de lluvia no haya un anciano con un ataque cardíaco, o que no se accidente ningún chico", reflexiona Viviani.
"¿Sabe lo que son las noches con lluvia, señor? Yo no puedo dormir de sólo pensar que, en una de esas, tenemos que mandar de urgencia la ambulancia con un enfermo hasta Maipú, con el peligro de que se encaje o se accidente ¿Se imagina? ¿Con qué cara salgo yo a la calle al día siguiente si esto pasa?", dijo Larroulet, quien sufre en carne propia el peso de las responsabilidades colectivas.
"Yo sé que somos pocos, que aquí no hay muchos votos, pero ya van cincuenta años de esperar", se queja Igarza.
Viviani escucha y asiente en silencio. "El pavimento no es la solución a todos los problemas, pero es un arma más. Si no lo hacen, nos condenan a morir ¿Quién va a venir a invertir en un pueblo que se muere? Sólo pedimos que nos ayuden a crecer porque uno, en definitiva, en este pueblo deja el alma."
Y, a simple vista, se nota que es verdad.





