Mitad asiática, mitad boliviana, 100% argentina: cómo se construye la identidad
"Me llamo Ailín Segovia y tengo síndrome de nacionalidad múltiple", se presenta la joven de ojos rasgados. Y así, con una sonrisa y cuatro palabras inventa un diagnóstico feliz para la confusión que tanto la atormentó en su infancia: desconocer su origen.
Tiene 18 años y nació en la Argentina, hija de una madre boliviana y un padre asiático. El continente de origen es casi lo único que sabe de él, porque nunca lo conoció. De su papá heredó los ojos, un rasgo muy marcado que hace que la apoden "la china" donde vaya o le hablen en ese idioma cuando camina por el barrio de Flores. Aunque no lo comprende totalmente y ni siquiera está del todo segura de que esa sea la nacionalidad de su padre.
"Me contaron amigos de la familia que supuestamente nació en China, en una ciudad muy cercana a Corea. Y que él creció con ambas culturas. Pero las versiones cambian", dice en perfecto porteño.
"La coreanita" es otro de los apodos que se ganó al crecer en Flores, el barrio en el que hace décadas está instalada esa comunidad junto a la boliviana. Ambas se dedican a la actividad textil en la zona. La mamá de Ailín emigró desde Tarija a Buenos Aires a los 17 años y desde entonces trabaja como costurera.
A medida que fue creciendo, a Ailín le resultó difícil sentirse distinta. Si salía con su mamá, les preguntaban si ella era su niñera. En el colegio se burlaban de sus ojos. Como respuesta, era una niña tímida.
"Me resultaba incómodo que me resaltaran como la china, como si fuera algo de lo que se puede estar seguro solo con verme. Y en esa incógnita, ahora entiendo, vi una oportunidad". Ailín habla, ya sin ningún rastro de timidez, en un escenario frente a doscientos desconocidos.
Está en un evento llamado TED-Ed Weekend, un encuentro el que jóvenes de todo el país comparten sus ideas en formato de charlas cortas. El concepto que ella quiso transmitirle al mundo fue el de la construcción de la identidad.
La construcción que ella emprendió, a los ocho años, cuando le pidió a su mamá que la anotara en una escuela china. Iba los fines de semana sin descuidar las clases regulares, feliz aunque lloviera. En ese colegio conoció a muchos otros chicos que, como ella, no se sentían de un lado ni de otro. Y de pronto no se sintió tan distinta. "Ellos decían sentirse chinos en Argentina y argentinos cuando estaban en China. En un lugar del mundo o en el otro, los veían diferentes", dice. A diferencia de ella, iban obligados por sus padres.
Luego comenzó a tomar clases de coreano. "Con el tiempo, empezó a interesarme menos de dónde era mi papá y mucho más el entender sobre las culturas de los países a los que tanto me ligaban", cuenta.
Así descubrió que en una cena china es muy importante que haya variedad y que todos los asistentes prueben toda la comida, que se pone en el centro de la mesa y se comparte. Lo único individual es el bowl de arroz. Para los bolivianos, en cambio, la comida es sinónimo de plato "llenísimo" y las combinaciones son potentes (coexisten fideos, papas y chuños en una misma comida). Chinos y coreanos comparten el sentido del trabajo duro y el respeto absoluto a los mayores. Algo que también está muy presente, según cuenta, en la cultura boliviana.
¿Cómo se compone entonces su identidad? Según Ailin, está en un cambio permanente. "Descubrí que mi identidad no es algo fijo y con límites marcados: en realidad soy una transición constante. Sigo creciendo y aprendiendo, haciendo crecer mi perspectiva. No sólo respecto de mi nacionalidad, si no en cualquier tipo de saber. Entonces la identidad es lo que uno construye a lo largo de su vida".
En febrero próximo, Ailín comenzará a cursar Relaciones Internacionales en la Universidad Di Tella, donde obtuvo una beca. Hasta donde pueda, intentará compatibilizar sus estudios con sus dos trabajos: uno en una galería de ropa en Flores y otro como preceptora en la escuela china.