Seis cartas y mil rituales de una familia que quedó destrozada por el suicidio
Un diagnóstico de diabetes a los 10 años hundió a Clara en la más triste de las penas; a los 23 cuando se le hizo imposible seguir luchando contra sus sombras, decidió para su vida un trágico final
Clara llegó al mundo un 29 de marzo y se convirtió en la tercera de dos hermanos. "El nacimiento de Clara fue magnífico, como todos. Siempre fue alegría la espera y la llegada de cada pequeñito. Su cara era de paz, y su llegada, también. La vi y la llamé para siempre mi sol. Locas cuestiones de la vida, este sol se ensombreció tanto que un día, a sus 23 y habiéndome mostrado su esperanza la noche previa, resolvió suicidarse dejándonos seis cartas, tantas preguntas sin respuestas, tantas certezas que ya no servían y un tsunami de por vida", dice su mamá Alicia.
Clara fue la tercera de cinco hermanos que su mamá define como un gran equipo. "Cinco con el que vino a hacernos sentir que podíamos otra vez cantar canciones de cuna, pero en coro. Porque los hermanos saben lo que creemos sólo saber las madres cuando hay que calmar un dolor de panza. Y los padres, renacen como tales sin tanta teoría y con más calma. Amé desde chica la idea de familia numerosa", aclara Alicia. Parecía entonces que la familia numerosa seguía andando entre facultades, fiestas, colegios y mamaderas. Aunque no todo era color de rosa.
La enfermedad que la borraba del mundo
Los cuatro mayores debutaron diabéticos en diferentes momentos de sus vidas, y todos tuvieron que aceptar la realidad que les tocaba: ser insulino dependientes. Clara cumplió 11 cargando jeringas y contando niveles de azúcar y escondiendo su realidad siempre que podía. "Creo que la tristeza de Clari apareció con el diagnóstico de su diabetes a los 10 años. Si bien aprendimos con ella cada mecanismo, cada cuestión que podría hacerle la vida más fácil, ella se enojó, mucho. Padeció siempre su enfermedad, nunca logró amigarse. A los años sobrevinieron algunos episodios que derivaron en epilepsia y convulsiones. Y entonces el mundo se trastocó y aparecieron las crisis de desmayos, que la borraban del mundo por un rato. Eran pequeñas muertes", admite su mamá.
Ironías de la vida, el mundo de Clara estaba repleto de sombras, de pesares, de angustia. "La acompañamos hasta donde pudimos. Nos metimos hasta en sus más íntimos escondites para tirarle una mano, una luz. Y ella siempre elegía como símbolo un faro, vaya paradoja". A Clara le preocupaba todo en forma desmedida. Era un ser luminoso, generosa, alegre, amiguera, componedora de cada conflicto familiar. Y de pronto, algo la perturbaba y aparecía la otra Clara que ella decía desconocer y ahí sobrevenía el síntoma y se apagaba la luz de ese faro al que ella tanto se aferraba. "Creo que ella peleaba su batalla sin palabras… yo sabía que Clari no estaba bien, que era muy difícil su estabilidad. Pero ella trabajaba, estudiaba, atendía su tristeza con un profesional. Y nunca Clara en sesión había manifestado siquiera la idea de arrasar con la vida. Por el contrario, su discurso hablaba de futuro, de sueños, de hijos…".
Pero Clara no pudo seguir batallando y decidió bajar los brazos. Y un 18 de septiembre de 2012 volvió al departamento de estudiante que compartía con sus hermanas María y Margarita en Buenos Aires y resolvió quitarse la vida. Clara se tiró por la ventana de su cuarto en un octavo piso de Barrio Norte. Dejó sobre la cama el teléfono, la bandeja con el almuerzo como estaba y el bolso que había llevado a un retiro espiritual que había hecho ese fin de semana, sin desarmar. Dentro de él había un cuaderno con seis cartas, una notita repartiendo bienes y un análisis que se había hecho esa mañana cuyos resultados arrojaban valores de una glucemia altísima. "De ese día nos quedan ruidos, imágenes, espanto, negrura, incomprensiòn, enojo, desesperación en mil expresiones. Muerte. Y no cualquiera. Clara se suicidó. Y nos tocaba comprender, entender y mirar qué había quedado", relata en carne viva su mamá Alicia.
Seis cartas y una lección de vida
Cada carta estaba expresamente dirigida a su destinatario y en ellas Clara anticipaba la posible reacción de cada miembro de su familia. "En la carta para mí expresó no poder más, saber que era a mí a quién creía fallar porque yo siempre la había acompañado en su búsqueda de paz, de vida espiritual, de enfermedad incluso. De sus cambios de carreras. Escribió que yo era la mejor mamá del mundo y que me veía preocupada por ella. Que ella percibía que no sabía qué más hacer. Me pidió 100 perdones que no escuché porque jamás condené, y me pidió que cuidase al resto de la tribu. Y, lo más doloroso creo, que cuando ya sintiera alivio recopilara algunos cuentos y los publicara. Que ese era mi destino", explica Alicia.
Mamá de cuatro y sin poder ponerle nombre a su terrible pérdida, Alicia sólo sabe que siguió adelante y resolvió cual autómata todo lo que necesitaba resolver. También supo que no iba a morirse con su hija y que tenía que entregar todo de sí a sus cuatro hijos, ahora náufragos, enloquecidos, tristes, rotos, y a eso se dedicó. "Fue durísimo. No hubo frase hecha que sirviera, no hubo palabra que consolara. Fue lucha sin cuartel. Fueron meses de desesperación y búsqueda de algún dato relevante, de otro detalle que abriera una ventana. Pero no hubo nada de eso", dice desconsolada.
La familia intentó rearmarse, como puso. Y sucedió de todo. Durmieron en cama redonda agarrados de las manos, volvieron al departamento donde Clara había pasado sus últimas horas. "Nunca jamás alguien se enojó con Clari. Nunca jamás en casa se escuchó decir porqué nos hizo esto. Nunca jamás pusimos mentira o negación al suicidio. Siempre quisimos dejarla ir, en paz. La nombramos. La evocamos. La recordamos. Contamos sus cuentos graciosos. Yo le pido cosas y le digo: ¡dale, me dijiste que ibas a estar atenta ahora! Tenemos fotos y altarcitos por la casa. La buscamos en tantas situaciones. La extrañamos aún, tanto".
Al mes de la muerte, Alicia y los tres hermanos mayores grabaron el nombre de Clara en sus muñecas. Y cada cumpleaños celebran su recuerdo con un escrito, un collage, una canción, una torta, arreglan el jardín, miran abrazados la luna. "Yo creí siempre en mi hija. Y eso ella me expresó. Y además, no tengo la muerte en mi vida como opción. Se sigue porque de tan incomprensible e injusto que sigue pareciéndome, comprendo que el dolor es intransferible y hay que transitarlo como se puede".
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