Tato, el perro que fue encontrado en un basural y hoy es todo un deportista
Paz se enamoró de él cuando estaba muy débil, se lo llevó a su casa, lo ayudó a recuperarse y ya corren juntos
Era una noche lluviosa de invierno y Julieta acababa de salir de su trabajo. Caminaba tranquila de regreso a su casa cuando se tropezó con una de las tantas bolsas de consorcio acumuladas en una esquina. Del choque surgió un quejido que la hizo mirar hacia abajo y lo que vio la dejó sin palabras: de la oscuridad de la basura asomó un cachorro color negro, muerto de frío, desnutrido, con sarna y parásitos.
Julieta no lo dudó. Tomó al perro, lo llevó al veterinario y después a su casa. Con su novio lo bautizaron Tato, le dieron de comer y lo cuidaron por esa noche, aunque sabían que no podían quedárselo. Por eso, a la mañana siguiente se acercaron a una tienda veterinaria en Olivos en la que sabían que funcionaba un centro de adopción de mascotas.
Cuando la pareja llegó, en el local estaban Paz y su mamá, Graciela. Habían pasado a saludar a Baltazar, el médico de su ovejera alemana Nube, que había muerto una semana antes. Todo era muy reciente y a la familia le costaba elaborar la pérdida. Sumar un sucesor a la casa no estaba para nada en sus planes.
Algunos pensarán que el encuentro fue casualidad, otros creerán que se trató de una obra del destino. Lo cierto es que de esa coincidencia brotó un amor impostergable. Paz quedó flechada por la pequeña bolita de pelos negra que no llegaba a ocupar siquiera la palma de su mano.
Fueron dos días de insistencia ininterrumpida. En su casa, Paz no paraba de hablar de la cachorra: “El lunes tenés que ir sí o sí a lo de Baltazar”, le dijo a su hermana Sol. Cuarenta y ocho horas después, las dos estaban firmes en la veterinaria: “Cuando llegamos, el médico nos llevó al cuarto de internaciones. Y ahí estaba él, llorando desconsolado en su jaula, tan frágil y necesitando cariño. Lo tomé entre mis manos y ya no pude separarme. Sentí que tenía que protegerlo”, cuenta Sol.
De la internación a la pista
Tato tuvo suerte. Apenas se recuperó, consiguió un hogar lleno de amor y cuidado. Con el tiempo, el cachorro debilucho se fue transformando en un perro fuerte, con un pelaje brillante y lleno de energía. Pronto Sol y Paz entendieron que tenían que encontrar una manera de canalizar toda esa potencia.
Así llegaron a DogRun, una comunidad cuyo objetivo es estimular el vínculo entre los cuatro patas y sus dueños a través del deporte. “Nos juntamos los domingos y nos enseñan a interactuar y correr con los perros. Está bueno porque el deporte es necesario para ambos, nos hace bien la actividad física y es un momento para compartir. Además, es un buen momento para la socialización entre perros; Tato se hizo muchos amigos”, explica Sol.
La propuesta busca transmitir la importancia de la vida sana y el deporte, la tenencia responsable de perros y su incorporación a la familia. La comunidad DogRun tiene incluso su propia maratón, en la que cada dueño corre en equipo con su perro. Para Sol, esta actividad fue transformadora: “Cuando voy a correr con Tato me cambia el humor. Me encanta que compartamos ese espacio. Él disfruta y juega, y yo me siento mucho mejor. Es emocionante pensar en su evolución: cuando lo adoptamos estaba completamente vulnerable y débil; hoy es un perro sano y feliz”.
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