Todos los días se baila un tango en Berlín
Por su encanto, esa danza atrapa cada vez a más alemanes
1 minuto de lectura'
BERLIN.- "Hombre simpático, de 30 años y 1,86 metro de altura, busca pareja de baile para asistir a un curso avanzado de tango o simplemente ir a un bailongo." El aviso clasificado, firmado por Thomas -un absoluto desconocido-, es sólo uno de los numerosísimos pedidos de ese tipo que se publican en importantes revistas culturales de la ciudad, como Zitty. Aun así, al solicitante no le va a costar nada conseguir pareja, porque en Berlín el dos por cuatro se ha ganado un lugar destacado en la noche.
Esta metrópoli se jacta de tener la mayor escena tanguera de Alemania (dicho sea de paso, el país que inventó el bandoneón). "Hoy en día es posible bailar y escuchar tango todos los días en Berlín", asegura Emiliano Giménez, un porteño que desde hace dos años dicta aquí clases de la danza admirada por sus mil variantes.
En otro rincón de la ciudad, el profesor Jörg Buntenbach, alemán él, calcula: "Aproximadamente 10.000 berlineses conocen bien el paso, porque lo aprendieron alguna vez. Pero los que bailan regularmente son cerca de 1200". Otros "especialistas" barajan cifras parecidas, cientos más, cientos menos.
Todas las noches
Y no parecen exagerar. De lunes a domingo, en barrios céntricos de gran vida cultural como Kreuzberg y Mitte, más precisamente en teatros independientes, bares e institutos de danza, se montan a partir de las 20 bailongos con todas las de la ley. Algunos, como los coloridos Salón Rojo y Salón Verde, cobran apenas $ 3 la entrada; otros, como B-flat, son gratuitos. Pero, en realidad, da lo mismo el precio, porque todas las pistas se abarrotan en poco tiempo, con más de cien concurrentes, en especial cuando la primavera boreal está en flor.
Muchos de los aficionados superan los 40 años, pero cada vez hay más veinteañeros que, aburridos de las discotecas, se dejan seducir por el melancólico ritmo de Buenos Aires.
En el Salón Rojo, por ejemplo, se pone bien de manifiesto cómo la fiebre tanguera aqueja a un público cada vez más entusiasta y variado. Allí, en pleno baile, se tocan rostros surcados por el tiempo con cutis aún tersos. Hay quienes se visten para la ocasión: no faltan la pollera con tajo ni el traje y el sombrero típicos, aunque últimamente también se ven jeans y pantalones de cuero rompiendo la ortodoxia.
Con todo, nadie ignora las figuras básicas, y, cuando se abandona por unos minutos la pista, el tema de conversación no es el trabajo ni el tiempo, sino -otra vez- el dos por cuatro que sirve de puente entre generaciones.
Un contacto mágico
El tango germinó en tierra berlinesa hace una década, cuando Alemania comenzó a revalorizar la cultura latinoamericana, pero sólo en los últimos cinco años experimentó un crecimiento sin igual. El contacto momentáneo e intenso entre el hombre y la mujer es el principal polo de atracción de la danza que, en la Argentina, al principio se bailaba entre hombres.
"Aquí me siento una verdadera dama. Me dejo llevar por mi compañero, aunque sin entregarme del todo", dice Susanne Horst, una estudiante que frecuenta el salón B-flat. Ella niega que el tango sea un baile machista, como muchos aseguran en esta esquina del mundo. Cierra los ojos como corresponde ("algo que pocas alemanas se atreven a hacer") y permite que su pareja la conduzca por la pista, sin chistar.
"A mí me gusta el tango porque es sensual", declara sin vueltas Günter Kyri, un cuarentón rapado, de pantalones color naranja y un enorme aro en la oreja, mientras ensaya un firulete descontrolado para acompañar una pieza de Carlos Gardel, el cantautor cuyos CD se agotan con mayor rapidez en las bateas del género.
Un joven aficionado que mira la escena desde afuera propone una explicación de corte sociológico para el boom de la danza ciudadana. Para él (Cristoff Otto en los papeles), hay en Alemania mucha gente sola y aislada que busca la cercanía de otros seres.
Alumnos aplicados
Casi todo lo que se observa en los salones de Berlín revela un esforzado aprendizaje. Los alumnos germanos llegan a estudiar seis horas diarias y a pagar $ 27 por clase con tal de apropiarse del know how tanguero y aplicarlo sobre el parquet con destreza desigual.
Algunos van a institutos ya especializados en el paso porteño, como el Estudio Sudamérica. Otros, a escuelas como Bebop o Schokosport, donde hombres aprenden con hombres y mujeres con mujeres...
Sorpresivamente, los maestros argentinos ya no ejercen el mismo magnetismo que hace algunos años y hoy deben competir con europeos bien formados en la materia. El porteño Emiliano Giménez es consciente del cambio. "Ser de Buenos Aires ya no es suficiente carta de presentación para enseñar aquí", se lamenta. Y, sin perder un minuto más, sigue con su lección en el Atelier de la Danse, donde da clases sin saber una palabra de alemán, valiéndose del lenguaje corporal, universal. Sin embargo, no se queja de su situación, porque tiene alumnos de sobra, como todos los profesores que viven de la fiebre tanguera en esta metrópoli multicultural.
"¿Si les cuesta aprender a los alemanes? Bueno, sí al principio -cuenta Emiliano-. Creen que el tango es una danza aérea, como el vals, cuando en realidad es más de piso. Pero cuando les toman la mano al paso y a sus variantes, llegan a ser buenos bailarines." Y no hay demasiado secreto al respecto, ya que los berlineses son sumamente aplicados y practican lo necesario. En la mayoría de los salones, el último tango toca a eso de las tres de la madrugada, cuando buena parte de los conciudadanos ya anda por su quinto sueño. Sólo entonces las parejas acaloradas se despiden hasta el siguiente bailongo o, en el mejor de los casos, hasta la próxima oportunidad de sacarle viruta al piso.





