Un programa que va del hospital a la calle
Médicos y voluntarios se organizan para que los pacientes sigan recibiendo el tratamiento
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La internación de un paciente con tuberculosis dura un par de meses y el tratamiento incluye una batería de pastillas por día durante seis meses, un año o más. La sensación de mejoría aparece pronto, lo que hace que los consumidores de paco crean que ya están curados, toda una desventaja porque abandonan el tratamiento.
Son, además, un grupo con el que hay que superar otros problemas de salud. "Tienen muchas caries dentales, piezas destruidas e infectadas [con flemones] ya a los 20 años. Y por el consumo tienen alteraciones pulmonares, como los broncoespasmos, que les provoca fiebre, un síntoma que puede confundir el diagnóstico en una guardia", explica la doctora Graciela Cragnolini de Casado, directora del Instituto de Tisioneumonología Dr. Raúl Vaccarezza, de la UBA.
Cuando llegan al hospital, primero necesitan dormir y comer todos los días. Luego, hay que retenerlos todo lo posible para que hagan el tratamiento. Y un grupo lo está logrando con buenos resultados.
En la experiencia participan médicos del Vaccarezza, el hospital Muñiz, el Servicio de Neumonología del hospital Penna y el Centro de Salud Comunitario (Cesac) N° 30 del barrio Zavaleta, con un grupo de voluntarios coordinado por Gustavo Barreiro y el padre Carlos Olivero, de la parroquia Virgen de los Milagros de Caacupé, de Barracas. "Por los hábitos de consumo, abandonaban el tratamiento y no resistían la internación -cuenta Olivero-. Había que ayudarlos a hacer el tratamiento, acompañarlos mientras estaban internados y, cuando se iban del hospital, retirar la medicación y llevársela adonde estuvieran."
Tratamiento controlado
La estrategia incluye un protocolo de atención multidisciplinaria en el hospital, el tratamiento directamente observado en el Cesac y la preparación de voluntarios para entregar los remedios a los pacientes que vuelven a la calle. Uno de ellos es Jorge, alias "Papito", de 36 años. Desde hace dos vive en la villa 21-24, tras cumplir una condena. El 40% de "los chicos de la calle del barrio" fueron sus "compañeros de consumo". Ahora, los ayuda a recibir el tratamiento que retira en el hospital Penna, como lo hizo con Andrea, de unos 20 años. "Estaba muy mal y no quería ir al hospital (...) Tendría que venir un grupo de médicos al barrio para ver lo que está pasando no sólo en Zavaleta y la villa 21-24. Sería bueno que el Gobierno se fije en la realidad que produce el paco", reclama desde el Hogar Alberto Hurtado (www.sinpaco.org).
En este primer año, el programa prolongó las internaciones hasta un mes y los pacientes reciben el tratamiento de manera ambulatoria, ya sea porque lo llevan los voluntarios desde el Penna o porque van al Cesac todos los días para tomar los remedios delante de un enfermero. Así, ya se recuperaron dos pacientes. "A algunos les parecerá nada, pero es mucho. Es la punta de un ovillo para empezar a trabajar en salud de forma interrelacionada", define Casado.
Es que, "con las personas que consumen, es muy complicado hacer el tratamiento. El sistema de salud solo no puede", dice Barreiro, coordinador del Hogar de Cristo, con sedes en las villas 31, 21-24 y el Bajo Flores. Fue en el Hogar Alberto Hurtado, la sede de Barracas, donde Morena encontró a quienes le salvaron la vida cuando tenía 40 y consumía tanto paco que ya no recuerda ni cuánto.
Para Olivero, lo ideal sería contar en el Vaccarezza con una sala especial para estos pacientes. "Como están, los hospitales no están preparados -observa-. Quienes consumen paco no tienen la paciencia ni el control de impulsos como para esperar en una guardia. Se necesita que un voluntario los acompañe porque si nadie los atiende, se van. El hospital tiene que comprender esto y hacerlo más fácil. La salita da la medicación, pero no va a buscar a los pibes ni hace el diagnóstico. Esto funcionará con voluntarios y una mayor conciencia del problema."





