El byte se corta por lo más delgado, parte VII: caldera y avispas
¿Cuál podría ser el peor momento para que falle la caldera con la que calefaccionás tu casa? Por supuesto, en invierno. Ah, no, un momento. ¡Si ocurre en medio de una pandemia, mucho mejor!
Esta historia tiene al menos una segunda lectura. En este caso, pueden cambiar palabras como calefacción y calderas por almacenamiento y copias de respaldo y obtendrán el mismo resultado. Es, naturalmente, una historia real, y comenzó hace una semana, cuando nuestra caldera, de una de las mejores marcas y con muy poco uso, empezó a arrojar errores en la pantalla. Luego, se encendió el botón rojo de Reset. Y adiós.
Antes de seguir, aclaremos algo. Una caldera es una computadora que calienta agua. Ya no es una máquina que calienta agua y punto. Por fortuna, debo decir. Así que en casa los manuales de todos los equipos están siempre a mano, justo al lado del microondas (que es el único que sigue siendo electromecánico; más sobre esto enseguida). Saqué el de la caldera, mientras recitaba unos párrafos de La Eneida en latín, y busqué el significado de los códigos de error que habían aparecido en el display. 5P01 y 5P02. Traducido (en la pantallita de LED gris no hay lugar para tanto): había fallado en el primero y en el segundo intento de encender la llama. No llama, no calor. No calor, no caldera. Así son las computadoras. Si no arrancan, lo único que podés hacer es, bueno, hay una palabra para eso, pero es un poco fuerte.
De modo que pasé a recitar unos sutras en sánscrito (de atrás para adelante) y me puse a pensar. Media hora después había llegado a dos conclusiones. Que no sabía nada de calderas y que, por fortuna, había dispuesto un plan de redundancia para el tema calefacción, agua caliente y todo eso.
Aquí, muy cerca del río Luján, cuando baja la temperatura, no es como en la Ciudad de Buenos Aires. Acá frío es frío y calor es calor. Sin medias tintas ni eufemismos. Así que, en su momento, decidí que un sistema de calefacción y agua caliente doblemente redundante no alcanzaba. Ya saben, Murphy es mi ídolo. Tengo un cuadrito de él y todo.
No solo hace mucho frío y mucho calor, sino que además la luz se corta con cierta frecuencia. Las calderas modernas, computarizadas, no andan sin electricidad. Pero hay un tema más.
Cuando nos mudamos, en el verano de 2017, no nos habían conectado todavía el gas. No teníamos plan A y plan B. Solo plan de emergencia. Así que instalé un termotanque solar. De todas las inversiones que hice en mi vida, ha sido una de las tres mejores. No necesita nada, salvo sol (y un poquito de mantenimiento cada dos o tres años), y da muchas más agua caliente que la que hace falta. Con eso resolví la emergencia. Y me ahorro cada año varios miles de pesos en butano.
Poco después de la mudanza llegó el suministro gas. Entonces hice instalar la caldera y los radiadores, pero también un calefón estándar. Me preguntaron con qué necesidad, si tenía caldera y termotanque solar. Respondí, con ironía y consciente de que tarde o temprano tendría mi revancha: "Mi paranoia, ya saben".
Llegó el invierno, el calefón solar ya no dio abasto, y una noche, durante una tormenta, se cortó la luz. Al día siguiente, la situación seguía igual: no teníamos caldera y no había agua lo bastante caliente en el termotanque solar. ¿Quién nos salvó? El calefón marca Paranoia, que funciona con dos pilas grandes.
Me habían dicho, durante la instalación, con cierto tono de desdén, que cuando se cortara la luz tampoco tendría presión en el sistema para encender el calefón. Para demostrarle mi punto al casual comentarista –que nada tenía que ver con la instalación–, abrí dos canillas a la vez, y el calefón arrancó sin chistar. Lo bueno de haber estudiado física en la secundaria. Hidráulica mata opinador.
Pocas veces, debo decir, hizo falta echar mano de este calefón, hasta que se hizo presente la pandemia y la caldera empezó a tirar errores. Con varios días de lluvia aquí y allá, el solar se puso cada vez más tibio, y entonces el calefón y los aires acondicionados frío/calor salvaron la jornada. Varias jornadas, en realidad. Si les suena a que hacer backup triple es parecido a tener un sistema de calefacción triple, sí, exacto, es lo mismo. La redundancia es clave cuando dependés de algo; tus datos o agua caliente, da lo mismo.
Nota sobre los microondas con controles electromecánicos a la antigua: creo que nadie puede sospechar que me llevo mal con las máquinas. Crecí rodeado de computadoras, literalmente. Cualquier cosa que me pongan delante sale andando en unos pocos segundos. Máximo, un minuto. Pero, por favor, no me den un microondas computarizado porque no los entiendo. Veo que todo el mundo los maneja con soltura y me parece genial. Incluso una vez logré entender la retorcida interfaz de usuario de esos aparatos, pero al otro día ya no recordaba el procedimiento. El de casa, con solo dos perillas prístinas hace todo. Y en un segundo y medio.
Una de cal y otra de oxígeno
Ahora, lo único que en el fondo me importaba era descubrir qué estaba pasando con esa dichosa caldera. Podía haber fallado, sí, pero era realmente muy raro. Muy muy raro. Llamé al servicio técnico, pero hasta que no se decretara el fin del aislamiento social no podrían venir a ver el equipo. Lógico.
Mi curiosidad, que no ha hecho sino traerme problemas toda la vida, me llevó a leer el manual entero del equipo, a hablar con un amigo que conoce de estos asuntos y a dejar el tema cocinarse en segundo plano en mi cabeza. La irritante luz roja en mi tablero mental titiló durante un par de días. Porque además tengo ese problemita. Si algo no anda, necesito saber por qué.
Una mañana, me desperté con una convicción de esas que no tienen fisura. La caldera estaba bien. No me pregunten por qué. No tengo idea. Intuición, experiencia, un poco de ambas. No había ningún motivo para que fallara un equipo que además del poco uso había sido tratado con el más obsesivo de los cuidados (tercer TOC, digamos). No obstante, había pasado la primavera y el verano apagada; tal vez fuera eso. Un team especial de neuronas que tengo en mi cerebro y que se ocupa de descartar las ridiculeces levantó banderines rojos en señal de "¡Nah!". Y no, no tenía demasiado sentido. Pero, a ver, te lo tomo: la caldera está bien, supongamos eso. ¿Pero entonces por qué no anda?
Pasó otro par de días. Entonces, mientras estaba en cualquier otra cosa, me vino a la mente la siguiente pregunta: ¿por qué no enciende un mechero? El manual decía que porque no había gas. El técnico, que había fallado la computadora. Pero había un motivo más. Que no llegara oxígeno a la cámara de combustión. Es decir, que el tubo que toma aire estuviera tapado. Quiero decir, es mucho –pero mucho– más económico destapar un caño que cambiar la computadora de una caldera (o un auto, etcétera). Cuando los técnicos dicen que "falló la computadora" a uno le hiela la sangre, porque cuestan fortunas.
La duda me persiguió durante toda la mañana, hasta que cerca del mediodía no pude resistir más y cedí. Abrir una de estas calderas es mucho más simple desabrocharse el saco (pero, por favor no hagan nada de lo que sigue en sus casas). Esta tiene una carcasa externa (dos tornillos) y otra de chapa, interna (otros dos tornillos); debajo, quedan expuestas las tripas de la máquina. A primera vista, estaba como nueva. ¿Habría fallado el chispero? ¿No era que duraban 104 años? En todo caso, ¿cómo revisarlo?
Intenté que arrancara, ahora sin sus dos tapas protectoras, y observé por un pequeño visor en el frente de la cámara de combustión. En un momento se encendió tímidamente una de las líneas de los mecheros. Con eso, obtuve tres datos clave: el gas llegaba bien, el chispero funcionaba y la computadora no había fallado.
¿Pero por qué había arrancado sin las tapas? Porque el visor es básicamente un agujero en el material aislante. En un día ventoso, había dejado pasar un poquito de aire y el mechero había reaccionado. OK. Quedaba una prueba por hacer. Sí, exacto, abrir la cámara de combustión y tratar de arrancar la caldera una vez más (en particular, nunca hagan esto en sus casas).
Luego de otros dos tornillos, con la cámara abierta, y como seguramente se están imaginando, los mecheros se encendieron dichosamente y siguieron así un rato largo, hasta que cerré la cámara y se fueron apagando uno por uno, a medida que agotaban el oxígeno.
Esa noche (de día ninguna linterna alcanzaba) miré dentro del tubo que alimenta con aire a la caldera. En el fondo, protegido, pero impropio, había un gordo nido de avispas abandonado. La obstrucción impedía que llegara la cantidad exacta de oxígeno a la cámara y, luego de intentar en vano encender la llama, la computadora emitía dos errores y se plantaba.
Quedaba ahora la cuestión de desarmar ese tubo y limpiarlo. No me pareció algo complicado, así que decidí dejarlo a un técnico. Sé, tras unas cuantas experiencias y varios accidentes, que lo que a uno le parece simple en una máquina termina volviéndose una pesadilla. Lo importante, y de lo que trata esta serie de El byte se corta por lo más delgado, era que no se trataba de un gran problema, sino de una tontería que había causado una serie de errores en cascada. Es decir, que la caldera andaba bien. Excepto que unos himenópteros habían decidido este verano que el caño era un buen lugar para hospedarse, a resguardo de depredadores y de los elementos. ¿Y saben qué? Tenían razón.