Los conductores se proclaman amantes de los animales pero los explotan para su propio beneficio; cuáles son los argumentos a favor y en contra y cuál es la vida de un caballo después del carruaje
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Un caballo se desplomó en pleno Manhattan reabriendo el debate de la ética del negocio urbano de los paseos en carruaje. Mientras el conductor trataba frenéticamente de despertarlo y los policías lo manguereaban para bajar su temperatura -todo pasó en pleno verano neoyorkino- hordas de personas se acercaron para capturar el momento con sus celulares.
El video del caballo, delgado y completamente desparramado sobre el pavimento levantando de a momentos la cabeza llamó la atención de residentes, celebridades y políticos en pos de prohibir la industria de los carruajes de caballos que existe en la ciudad de Nueva York desde hace más de 150 años.
120 kilómetros al norte y a un mundo de distancia de la vorágine cosmopolita, Ryder, el caballo caído, se recupera en una granja con una cabra de acompañante. Un retiro en armonía para un animal que quizá puso en marcha el final de una forma de vida para decenas de conductores, y la liberación de cientos de caballos.
URGENT: Carriage horse collapsed in distress right now at 45 St/9th Ave unable to get up, likely from heat distress. @NYCCouncil @NYCSpeakerAdams @NYCMayor - the world is watching. This horse may die, like many others. We must pass Intro 573 to end this abuse! @BobHoldenNYC pic.twitter.com/K6E7N6ULVS
— NYCLASS (@nyclass) August 10, 2022
Las batallas ideológicas en torno a la industria de los carruajes turísticos -que cobran US$165 la hora- no son novedad en la ciudad. Tampoco lo son los amagues de los políticos con hacer algo al respecto. Desde la fundación de la Sociedad Estadounidense para la Prevención de la Crueldad hacia los Animales en 1866, hasta la promesa de campaña incumplida del ex-alcalde Bill de Blasio de prohibirlo el primer día de su administración en 2014, y hasta un proyecto de ley en standby que plantea reemplazar los carruajes con versiones eléctricas, fueron todos pasos en falso que no llegaron a puerto.
Hoy, sin embargo, la situación es un tanto diferente, con un público que cada vez parece perder un poco más el gusto por la explotación de los animales de trabajo. Desde aquellos que se ven haciendo piruetas a la fuerza en el circo, hasta los que usan para los rodeos, e incluso los que son parte de la policía y están armados con dispositivos de grabación que pueden amplificar la vista de un caballo con cólicos o asustado, condiciones que, segun expertos, podría ocurrirle a cualquier equino.
Los detractores dicen que la industria es intrínsecamente explotadora y abusiva, empeñada en evadir las muchas regulaciones de la ciudad diseñadas para preservar el estado de salud de los caballos. Dicen que los carruajes están pasados de moda e instan a Nueva York a unirse a Chicago, Montreal y otras ciudades que ya prohibieron este negocio.
“Cualquiera con corazón puede ver que estos caballos son abusados y sufren”, aseguró el concejal Robert Holden, un demócrata de Queens que presentó el proyecto de ley para reemplazar los carruajes tirados por caballos con versiones eléctricas.
Los conductores insisten en que cuidan a sus animales, de quienes depende su ganancia, y señalan que solo hay un puñado de accidentes y enfermedades por año, y que son inevitables, incluso en una industria estrictamente regulada.
Un establo de tres pisos en el centro de la ciudad
Arriba, en el segundo y tercer piso de un edificio bajo de ladrillo en West 52nd Street viven casi 100 caballos de tiro de la ciudad. Es uno de los tres de Nueva York, todos ubicados en el West Side de la isla. En su interior hay una rampa cubierta de goma que los cuadrúpedos deben subir para acceder a los pisos de boxes en donde pasan la mayor parte del tiempo.
Los conductores, que suelen ser contratistas independientes empleados por los dueños de los caballos, suelen rotar dos o más caballos para tirar de los 68 carruajes que circulan en la ciudad.
Lo que preocupa a los defensores del bienestar animal es lo que les falta a los establos: espacio para que los caballos corran libremente. Si bien la ciudad exige que cada animal tenga cinco semanas de vacaciones al año, en su base de operaciones urbana no hay pastos ni potreros que puedan concurrirse. “Están privados de todo lo que podría enriquecer o alegrar sus vidas”, dijo Ashley Byrne, portavoz de Personas por el Trato Ético de los Animales.
Los datos del Departamento de Protección al Consumidor y al Trabajador de la ciudad, que otorga licencias a los carruajes, muestran que entre 2013 y 2017, 24 conductores fueron acusados de infracciones. Algunos por exceder el límite de cuatro pasajeros, otros por cobrar de más, y varios por presentar problemas de papeleo o incumplir el registro de actividad diario.
Aunque en teoría la industria es supervisada por cinco agencias, incluidos el Departamento de Policía de la Ciudad de Nueva York y el Departamento de Salud e Higiene Mental; ninguna pudo proporcionar datos completos o actualizados sobre las infracciones al momento de la publicación.
Como no hay ningún requisito de informe para los propietarios de los caballo, es imposible saber cuántos caballos se lesionan o enferman mientras trabajan. “No hay forma de monitorear el alcance de los incidentes ocurridos”, aseveró Edita Birnkrant, directora ejecutiva de NYCLASS, una organización de defensa que busca promulgar reformas y, en última instancia, poner fin a la industria de los caballos de carruaje en la ciudad.
El caballo después del carruaje
En su puesto de pesca en la calle 52 Stella mordisquea heno. Es una llegua de tiro de 15 años que vivió en Chicago con su dueña hasta que esa ciudad prohibió la práctica en 2020. Se supone que el ciclo laboral de los caballos puede durar desde los cinco años hasta los 27, cuando deben jubilarse. A partir del episodio de Ryder, la industria dio a conocer un plan para formalizar la jubilación de los caballos, pero no especificó cómo se implementaría o financiaría.
En teoría los conductores de carruajes piensan en el bienestar de sus animales de trabajo. En la práctica, existen casos como el de Bobby II Freedom, un caballo encontrado por un activista en una subasta en línea en 2010 donde algunos postores compran caballos para enviarlos al matadero. Bobby fue identificado como ex-caballo de un carruaje de Manhattan por los números grabados en su casco.
“No podés decir que amás a los caballos y deshacerte de ellos cuando no te sirven más”, dijo Susan Wagner, fundadora de Equine Advocates, una organización de defensa, que mantuvo a Bobby en su santuario equino en Valatie, Nueva York, hasta que murió en la última primavera.
Después del colapso de Ryder un veterinario diagnosticó que el caballo mostraba signos de un trastorno neurológico. Desde ese entonces, el Sindicato de Trabajadores del Transporte Local 100, que representa a la industria, implementó visitas veterinarias bimensuales en uno de sus establos, e hizo una capacitación en primeros auxilios y detección de dolencias comunes para preparar mejor a los conductores.
“Lo que pasó fue horrible”, dice la mujer que adoptó a Ryder después de su caída. A su lado se lo ve a él, con pelo grisáceo bordeando sus ojos, masticando el pasto fresco de su nuevo hogar, sin ataduras, sin peso muerto, y sin cercas a su alrededor. Libre.
The New York TimesTemas
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