Diego Filloy: “Varios amigos me dijeron que este es un libro politizado”
Después de varios años, publicó su segundo poemario, “Aunque nada nunca suture”; cuando era adolescente, su abuelo, Juan Filloy, le aconsejó tener paciencia con la poesía y estudiar métrica
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Después de más de una década, Diego Filloy (Villa Huidobro, 1978), publicó su segundo poemario: Aunque nada nunca suture (coedición de Cartografías y La Yunta, $ 20.000). El primero, Poemas en línea de fuego, había salido en 2013 en Ediciones del Dock. Nacido en una localidad cordobesa que, según informaron científicos, se considera el centro geográfico de la Argentina, el autor es nieto del escritor y jurista Juan Filloy. Semanas atrás, presentó su libro en la ciudad de Río Cuarto, en la Biblioteca Personal Juan Filloy; el autor de Caterva vivió por más de seis décadas en esa ciudad cordobesa.
En su nuevo libro, el acento poético cede espacio a la política, la sensualidad, el humor y un sentimiento de resistencia a la alienación (“un fastidio de paso” o “un inusual asedio de objetividad”) que conecta con los lectores. También ensaya formas clásicas, como el soneto, y propaga ecos de otras literaturas. En un año o dos, publicará su tercer poemario. “Les quiero dar un tiempo a los poemas nuevos; aunque también escribo relatos, uso la prosa solo como sostén y acompañamiento”, dice a LA NACION.

“Entre el primer libro y el segundo, pasaron demasiadas cosas, incluso un poemario que tenía terminado, con un par de títulos tentativos como definidos, pero que descarté porque estaba buscando un cambio de tono, de voz, una voz más concreta, más dúctil o pragmática en su incurable romanticismo, y también más irónica -revela-. En ese libro no la encontré, pero en Aunque nada nunca suture creería que sí; por cierto hay poemas de ese libro descartado que retomé y que fueron sometidos a varias correcciones. También pasó un país, digamos: y en doce años uno puede cambiar lo suficiente en varios aspectos, y en términos políticos cambié bastante como para entender distintamente lo que me rodea y a mí mismo. Procesar eso lleva tiempo”.

Filloy advierte que hay temáticas en común en uno y otro. “El amor mal correspondido o correspondido, la evocación de la naturaleza, la soledad a veces amable, otras veces dolorosa; las injusticias que hacen, o más bien deshacen, la vida cotidiana de la gente, con toda su brutal persistencia -enumera-. También la bebida, que no siempre se da en su justa medida; la figura de mi viejo, que nunca menciono de forma directa. Pero lo que más tienen en común es una búsqueda irrenunciable por la música: la musicalidad, la cadencia del verso; no digo que ambos libros ‘suenan’ igual, pero de modo subterráneo hay cierta música que conecta a los dos”.
“Varios amigos me dijeron que este es un libro politizado”, revela. “No lo señalan a modo de crítica, pero el señalamiento está: es cierto, es un libro con más compromiso político que el anterior, pero no creo que eso lo defina. Tal vez, en este nuevo libro aparezca con más claridad la conciencia de que la poesía es un trabajo, no un simple juego lingüístico, que lo es en buena medida, pero no se agota en ello”.
-¿Tiene puntos en común con algunos “sentimientos de época”?
-Habría que definir cuáles son esos sentimientos. No tengo una respuesta unívoca para eso, aunque basta con leer las noticias internacionales: hay un ascenso de una derecha que desafía los límites de la institucionalidad democrática y a su vez tiene su propio discurso identitario: homofóbico, racista, supremacista blanco, misógino, entre otros condimentos. Debo aclarar que no soy partidario de los discursos identitarios; creo en las clases sociales y sus conflictos. Entonces sí: el pesimismo, la desesperanza e incluso la violencia, aunque contenida, están presentes en el poemario. Pero también están presentes sus contracaras: el optimismo, sin ser un iluso por ello; la ternura y la convicción de que el trabajador tomará conciencia de su situación y sabrá salir en conjunto de este atolladero que día a día arruina sus condiciones de vida.
-¿Tu poesía se vincula con alguna tradición poética local?
-Creería que no, pero tal vez algo se drene en mi escritura y no lo perciba; a veces, sin duda, hago “citas” directas y, por supuesto, hay poetas argentinos que me han marcado, profundamente algunos: Giannuzzi, Borges, Pizarnik, Girondo y seguramente me esté olvidando de un par.
-¿Qué opinión tenés de la poesía que se escribe actualmente en la Argentina? ¿Qué te interesa y qué no?
-No tengo una opinión definitiva, porque no leo a muchos poetas actuales. Pero por los que leí, que tampoco son tan pocos, te diría que es muy buena. Luis Tedesco es para mí un clásico contemporáneo, es extraordinario. Hay tipos con búsquedas disímiles como Alejandro Cesario o César Bisso en los que uno observa un trabajo del lenguaje y una sensibilidad encomiables y con los que me siento identificado pese a que encaro de otra manera la escritura. Después, existen muchos espacios donde se les da lugar a poetas jóvenes para que lean sus versos, inéditos o con un libro publicado, y te encontrás con cosas excelentes, otras no desde ya. Esto último tiene que ver con mi gusto: qué es excelente, qué no, es discutible. Me interesan los poetas que van al hueso, en los que uno siente la autenticidad, un lenguaje inhabitado que solo ellos manejan y moran. Soy una persona abierta a la sorpresa, pero no me interesa la poesía performática ni el minimalismo que cundió en los años 90 y sigue, que entiendo que fungió en su momento como una contracultura probablemente muy necesaria. Sin ser definitivo, te diría que mi opinión es muy buena. La Argentina tiene una historia de grandes poetas.
-¿En qué medida tu parentesco con Juan Filloy influyó en tu decisión de escribir?
-De buenas y a primeras te diría que no influyó en nada. Descubro la poesía a los trece o catorce años, leyendo en clase “Los gatos” de Baudelaire: me voló la cabeza, literalmente. Siempre me gustaron los gatos, desde ese momento me gustaron más. Por otro lado, yo en ese entonces no tenía una conciencia plena de quién era mi abuelo, aunque ya se empezara a hablar del “mito” Filloy, el “escritor oculto” y demás. A los dieciséis años empiezo a escribir mis primeros versos: me salió, me nació… No estaba pensando en mi abuelo. Al cabo de un tiempo se los muestro a mis padres. Mi viejo se entusiasma y me dice que le mande por carta algunos a Filloy. Y ahí comienza una ida y vuelta epistolar, en los que mi abuelo me incitó a seguir escribiendo; me dio además una serie de consejos al respecto de la escritura y su trabajo, consejos que sigo conservando, respetándolos uno a uno sin tener nada que agregar: tener paciencia, “dejar descansar” los poemas, corregir y estudiar métrica para entender el idioma castellano. “Los sonetos no se escriben solos”, me dijo.
-¿El Gobierno tiene una política cultural?
-Si desde el Estado desfinanciás entes, secretarías, organismos que contribuyen con apoyo económico, o al menos a la difusión y desarrollo sostenido de la cultura, encarecés a la población el acceso a las obras de arte, desde una pieza de teatro hasta las bibliotecas populares; los libros no están baratos, precisamente. Asimismo, negás la posibilidad de que los productores independientes de arte y cultura puedan llevar adelante proyectos que a priori los privados descartarían. Después, se pueden discutir cuestiones relacionadas con los subsidios por amiguismo, obsecuencia, etcérera; están mal y me repugnan, ¿pero eso te habilita a una tábula rasa?
-¿Cómo te ganás la vida?
-Trabajo muy felizmente en Nacional Clásica; lo de feliz va por el lado de que es un hermoso aunque reducido grupo de trabajo, reducido porque hubo despidos y el salario roza, o más bien desborda, la indigencia para una familia tipo, que no es mi caso. Mis colegas se dedican a programar música académica, algo de jazz, y lo hacen con un rigor y un apego a ser pedagógicos sobre lo que se escucha que emociona. En cambio yo soy productor, me encargo de la artística general de la emisora, coordino la tira diaria de Santiago Giordano: su programa Las fantasías del caminante; me ocupo de la página web y del pautado; el que es bicho de radio sabe a qué me refiero.
Un soneto de Diego Filloy
Alcools
En el espejo la huella degradada
del sopor perforando su cinismo,
ya de sí pareciera quedar nada
salvo un tic en el ojo del abismo
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Un tic que sabe a ira sofrenada
en un humor huraño de sí mismo,
a deseo a venganza perpetuada
vaya a saber contra qué espejismo…
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En la resaca lejos, paulatina,
desparramado un ánimo parejo:
ciénaga dulce de voz peregrina
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Jauría artera de avidez ajena,
vuelve la sed como un acto reflejo
como una furia fósil y serena






