En la Academia Sueca, el Nobel de Literatura habló de la falta de esperanza, la dignidad humana y “los Elon Musks de este mundo”
“Ser humano, criatura asombrosa, ¿quién eres?”, se preguntó László Krasznahorkai en un discurso teñido por el desasosiego ante el estado de guerra permanente
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El Nobel de Literatura 2025, el húngaro László Krasznahorkai, dio ayer su discurso de aceptación ante la Academia Sueca, en Estocolmo, en su lengua materna. En la conferencia habló sobre los ángeles antiguos y nuevos (estos últimos no tendrían ningún mensaje que transmitir), la falta de esperanza, la dignidad humana e incluso de “los Elon Musks de este mundo” que crean “estructuras insanas”.
La conferencia imitó el estilo verbal fractal del autor de Tango satánico, es decir que consistió en largas frases recursivas entre las que se intercalan algunas líneas, a modo de versos, apelaciones o intertítulos.
“Quise compartir con ustedes mis pensamientos sobre el tema de la esperanza, pero como mis reservas de esperanza definitivamente se han agotado, ahora hablaré sobre los ángeles”, recalcó al inicio. Se refirió a sí mismo como un anciano que da vueltas de un rincón a otro por una habitación pequeña (“no deberían imaginarse una especie de romántica torre de marfil”, advirtió). Kraznahorkai cumplirá 72 años el 5 de enero de 2026.

“… los ángeles antiguos, porque los antiguos, los alados -pensemos en los más famosos de ellos en las pinturas de la Anunciación, producidas en cantidades inconmensurables durante la Edad Media y el Renacimiento- traían un mensaje, un mensaje de que El Que Había de Nacer nacería; estos eran los ángeles de la antigüedad, estos mensajeros celestiales que llegaban continuamente con este u otro mensaje, y según los hallazgos de la angelología, en su mayor parte transmiten este mensaje al destinatario verbalmente”, detalló el Nobel. Estos ángeles con alas, dijo, permitieron deducir “la existencia del Cielo, y con eso también pudimos deducir la dirección que creó dentro de nosotros la estructura del universo como una dirección, porque donde hay dirección hay distancia, es decir, hay espacio, y donde hay dirección también existirá una distancia entre dos puntos, es decir, hay tiempo” y “una manera de sentir decisivamente lo de arriba y lo de abajo como algo genuino y real”.

Nada de esto pasaría en el presente. “… ni siquiera podemos estar tan seguros de que estos nuevos ángeles estén llegando de algún lugar de allá arriba, porque ni siquiera parece como si hubiera un ‘allá arriba’, como si eso también, junto con los ángeles de antaño, había cedido su lugar al eterno algún lugar donde ahora solo las estructuras insanas de los Elon Musks de este mundo organizan el espacio y el tiempo”.
Los ángeles actuales podrían ser las personas que nos cruzamos a diario. “… de repente me doy cuenta de que estos nuevos ángeles no solo no tienen alas, sino que tampoco tienen mensaje, ninguno en absoluto, simplemente están aquí entre nosotros con su sencilla ropa de calle, irreconocibles si así lo desean, pero si desean ser reconocidos, entonces eligen uno de nosotros, pasamos por encima, y de repente, en un solo momento, las cataratas caen de nuestros ojos, la placa se desprende de nuestros corazones, es decir, se produce un encuentro, nos quedamos allí en shock, oh Dios mío, es un ángel, están aquí parados frente a nosotros […] solo se quedan allí y nos miran, están buscando nuestra mirada, y en esta búsqueda hay una súplica para que los miremos a los ojos”.
“… estos nuevos ángeles en su infinito mutismo quizá ya no sean ángeles, sino sacrificios, sacrificios en el sentido original, sagrado de la palabra”, aventuró, que habitan un mundo en el que “siempre que hay guerra, guerra y solo guerra, guerra en la naturaleza, guerra en la sociedad, y esta guerra no se libra solo con armas, no solo con tortura, no solo con destrucción”.
“Hablemos mejor de la dignidad de los humanos. Ser humano, criatura asombrosa, ¿quién eres? -se preguntó Kraznahorkai-. Inventaste la rueda, inventaste el fuego, te diste cuenta de que la cooperación era tu único medio de supervivencia, inventaste la necrofagia para poder ser señor del mundo bajo tu mando, adquiriste un intelecto asombrosamente grande, y tu cerebro es tan grande, tan surcado y tan complejo que verdaderamente, por medio de este cerebro, adquiriste poder, aunque algo limitado, sobre este mundo que también fue nombrado por ti, conduciéndote a tales reconocimientos de los cuales luego se supo que no eran ciertos, pero que te ayudaron a progresar en el curso de tu evolución”.
“Destruyendo la imaginación, ahora solo te queda la memoria a corto plazo, y por eso has abandonado la noble y común posesión del conocimiento, la belleza y el bien moral, y ahora estás listo para mudarte a las llanuras, donde tus piernas se hundirán, no te muevas, ¿vas a Marte?: no te muevas, porque este lodo te tragará, te arrastrará al pantano, pero fue hermoso, tu camino a través de la evolución fue impresionante, solo que, por desgracia: no se puede repetir”.
Luego, por medio de una parábola, habló sobre la rebelión. Para hacerlo, contó un episodio que había presenciado en una estación de subte de Berlín, donde un viejo clochard (un linyera) orinaba con dificultad en una “zona prohibida” del área. “De repente, y de forma general, casi palpable, se formó la opinión unánime de que esto era un escándalo, y que este escándalo debía terminarse de inmediato, que este clochard debía irse y que la línea amarilla pintada debía restablecerse”, evocó.
En la escena intervino un policía. “Desde la perspectiva del policía, él mismo representaba la ley, el Bien sancionado por todos y, por lo tanto, obligatorio frente al transgresor […]. Sí, el policía representaba el Bien obligatorio, pero en ese momento era impotente […]. El momento se detuvo exactamente cuando se vieron: el buen policía percibió que el malvado clochard orinaba en la zona prohibida, y el malvado clochard vio que, para su desgracia, el buen policía había visto lo que hacía”.
El Nobel dio a entender que, a veces, el bien puede comportarse de manera malvada. “Aquí se detuvo mi atención, y aquí ha permanecido hasta hoy mientras pienso en esa imagen, ese momento en que el policía enfurecido, blandiendo su porra, comienza a correr tras el clochard, es decir, ese momento en que el Bien obligatorio comienza a correr hacia el Mal que emerge una vez más bajo el disfraz de un clochard, además, no simplemente hacia el Mal, sino, debido a la conciencia e intención de este acto, hacia el Mal mismo”.
“Mi tren me llevaba hacia Ruhleben, y no podía evitar ese temblor y esa agitación que me salían de la cabeza, y de repente, como un relámpago, la pregunta cruzó mi mente: este clochard y todos los demás parias, ¿cuándo se rebelarán finalmente? ¿Y cómo será esta revuelta? Quizás sea sangrienta, quizás despiadada, quizás terrible, como cuando un ser humano masacra a otro. Entonces descarto ese pensamiento, porque digo que no, la rebelión en la que estoy pensando será diferente, porque esa rebelión estará relacionada con el todo”, concluyó antes de despedirse.
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