Experiencia QR: el arte tiene su propio código de barras y lo usa a su manera
Los smartphones expanden la relación que el espectador establece con la obra; muestras e instituciones recurren a esta tecnología para ofrecer información extra, ya sean datos e incluso videos, y alentar la participación interactiva
El aspecto del QR no es precisamente estético: se asemeja a un código de barras y, en tanto, se asocia más a una lata de conservas (Warhol aparte) que a una manifestación artística. No obstante, esta figura bidimensional cargada de información a la que se accede desde un teléfono inteligente, también forma parte de obras pictóricas, fotografías, trabajos literarios y otras manifestaciones del arte.
Enrique Carrier, voz autorizada para analizar el sector móvil, señala que "con la mayor difusión de los smartphones, el QR definitivamente ya no es sólo marketing" y que este código "no está únicamente dirigido a un público techie y early adopter", en referencia a aquellos usuarios que corren tan rápido como lo hace el mercado tecnológico. El analista indica que en la Argentina hay unos 20 millones de teléfonos inteligentes en circulación, volumen que zanja el camino para la buena llegada de esta herramienta, también en nuestro país. Vale notar que para la lectura de un QR se requiere un celular que cuente con una cámara, acceso a Internet y una app destinada para tal fin.
La muestra fotográfica Espejos Urbanos, de Sergio Castiglione, es paradigma de la confluencia arte-QR, con estos códigos en el margen de las obras para entregar información extra al espectador. La semana pasada la colección tuvo su presentación en el consulado argentino en Nueva York, tras haber pasado por la Galería Antonio Berni en Río de Janeiro, el Museo de Arquitectura y Diseño de Buenos Aires y el Centro Cultural Recoleta, entre otros espacios. Además, la Fundación Pablo Cassará fue reciente escenario para el lanzamiento del libro que reúne esta serie de retratos de arquitecturas porteñas emblemáticas, capturados no en disparos directos, sino a través de irregulares reflejos de agua: lagunas, fuentes, incluso charcos. Para los interesados se espera que la muestra vuelva a Cassará antes de fin de año.
"Partí de algo muy elemental para tomar el envión inicial -explica Castiglione-. Lo que hice fue alojar en mi pagina Web un archivo en formato PDF por cada una de las quince obras que muestro. Para hacerlo fácil usé las mismas páginas del libro en donde aparecen las descripciones de las obras y a cada página la relacione con un código QR que adherí luego al marco de la obra." ¿Qué "gana" el espectador con este cóctel? El QR conduce a una descripción de la obra, geolocalización, datos de la comuna a la que pertenece y el nombre del edificio retratado.
Durante la presentación del libro, las quince obras fueron entregadas a cada uno de los jefes comunales porteños y, según señala el fotógrafo, la muestra inicia entonces un nuevo recorrido. "Así como los códigos QR están adheridos al marco, bien podrían estar en una placa visible a la entrada de cada edificio. De esta forma, los turistas o visitantes podrían no sólo conocer más sobre ese lugar, sino interactuar con el arte", explica.
Un recorrido local permite arribar a una conclusión: el QR no es un elemento exótico en museos y galerías de Buenos Aires, aunque su implementación dista de ser un estándar. El código está ausente en espacios medulares del arte porteño como Palais de Glace y Malba, aunque sendas instituciones trabajan para su incorporación en el marco de proyectos animosos de inyectar herramientas tecnológicas en el museo: no sólo QR, también aplicaciones móviles, audioguías y sitios Web modernizados.
Aquí, el QR encuentra fertilidad en algunos suelos artísticos. Laura Mendoza, coordinadora del departamento de públicos del Centro Cultural Borges, trae al recuerdo la colección de diseñadores Start 2005 de Hamburgo que tenía códigos incorporados en los epígrafes, los cuales "no se usaron porque los móviles smart no habían llegado a la Argentina", y agrega que en la Bienal Kosice de 2014 utilizaron códigos más complejos que los QR que dirigían a una aplicación con videos donde los propios artistas revelaban sus musas inspiradoras y otros detalles del detrás de escena. "Desde la experiencia muy exitosa de la Bienal, nos dimos cuenta de que este tipo de mediaciones superinteresa a los públicos y también tomamos conciencia de que hay un montón de artistas que en la Argentina desarrollan arte en nuevos medios", dando cuenta, según su opinión, de un "panorama prometedor". A pesar de este despliegue, Mendoza sostiene que al vínculo le falta recorrer un largo camino para ofrecer una experiencia en museo "más participativa que contemplativa".
En el Museo Nacional de Bellas Artes, 139 obras en la planta baja y 111 en el primer piso agregan un código QR el cual lleva a textos razonados por especialistas, según detalla Esteban Benhabib, coordinador del área digital de esta entidad. Un asterisco necesario: en el primer piso, el MNBA ofrece acceso gratuito a Internet, con la promesa de hacerlo próximamente también en la planta inferior. Los visitantes que cuenten con buen acceso a una red propia (provista por la operadora de telefonía móvil) no dependerán de aquella disponibilidad para que el escaneo sea fructífero.
También en los libros
Direccionar a un sitio Web que no está diseñado para dispositivos móviles es uno de los errores más usuales que afectan la lozanía del QR. No obstante, tampoco aquí se aconseja echar las culpas al mensajero. "El QR es un soporte para ideas, un contenedor vacío", y por ende "la dificultad no está asociada a la herramienta, sino a la idea detrás de la misma". El análisis corre por cuenta de Lucas Gingles, director teatral, además de responsable de atención al cliente en uQR.me, una compañía que desarrolla QR dinámicos, capaces de alterar el contenido al cual conducen.
Según cuenta Diego Gopen, CEO de aquella firma, los frutos de esta tecnología también son recogidos en la viña editorial. En forma creciente, en las librerías aparecen textos con un QR que aloja la biografía del autor condimentada de contenido multimedial, y en otros libros se imprimen códigos en las solapas para acceder al detalle de otros títulos de la editorial. Un caso renombrado en estas arenas es la serie After de Anna Todd que nació en plataformas digitales, y que mantuvo gestos esencialmente tecnológicos al ser llevada al papel. En esta "historia juvenil bien hormonal", según definió la propia autora cuando asistió a la Feria del Libro de Buenos Aires, una aplicación móvil conduce a videos, audios e imágenes que completan y estiran la letra de molde. La conjunción parece ideal, teniendo en cuenta el público de lectores al que se dirige la saga: los adolescentes.
Hay más: en la lejana Pekín promueven la lectura imprimiendo QR en el transporte público, puentes tendidos hacia la descarga gratuita de libros electrónicos, según cuenta Gopen. Un caso similar es el Proyecto Ingeborg, que desparramó en las calles de Klagenfurt una centena de pegatinas con QR para acceder a ebooks, con el fin de emparchar una carencia: aquella ciudad austríaca no cuenta con una biblioteca pública. "Algunas editoriales en otras partes del mundo permiten leer el primer capítulo de un libro a través de un QR. Mientras viajás en un subte del punto A al punto B lo leés, y al final de la lectura te indican cuáles son las librerías más cercanas para adquirir el libro", agrega Gopen.
Para calcular la proyección de esta tecnología es preciso examinar el nivel de creatividad que sostiene el desarrollo. Una iniciativa que abona la idea de un futuro venturoso es la que emprendió Ubimark Books, que colocó QR en las páginas de una edición impresa de La vuelta al mundo en ochenta días. En diversas secciones de la aventura de Julio Verne, un smartphone permite acceder a discreciones acerca de los personajes, explorar las geografías en mapas interactivos y leer críticas de otros lectores de la novela de un modo no sólo más directo al que ofrece una búsqueda en Google, sino también mejor curado. Todo ello gracias a un cuadrado sin dudas antiestético, aunque útil como ninguno para conectar soportes analógicos con plataformas digitales.
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