Las Academias Pitman y el impensado lazo con un best seller absoluto
Tetuán, Marruecos.– María Dueñas, la autora de la archiconocida novela y luego miniserie El Tiempo entre costuras suelta una carcajada. "¡No puedo creer que cada vez que veo a un argentino me pregunte por las academias Pitman!", se asombra. A estas alturas, ella ya sabe que la historia y el homenaje que, sin proponérselo, le rinde a esta emblemática academia fue uno de los lazos más impensados con los miles de lectores que tiene en nuestro país.
Son apenas un puñado de menciones a lo largo de una novela de 630 páginas. Pero pegaron tan fuerte como para que, aún hoy, diez años después de la publicación de la novela le sigan hablando de ello. Y del mejor modo. "Hay gente que me escribe para decirme: 'Oye.. que mi madre estudió allí, que en casa todavía está el diploma, que yo siempre quise ir, pero no fui". Y así. Uno tras otro'.
"No falla nunca… si hay argentinos que leyeron El tiempo entre costuras me hablan de las Pitman, seguro", se ríe Dueñas en diálogo con LA NACION, mientras suena de fondo el ruido de sus sandalias sobre el empedrado que queda del ex protectorado español en Tetuán, escenario de la historia.
La pequeña pero poderosa anécdota
A este escenario llegamos justamente, invitados por editorial Planeta, para celebrar el décimo aniversario de la edición de uno de los libros más vendidos de los últimos años. Un exitazo que luego se multiplicó con la miniserie televisiva basada en la historia de la modista que, sin proponérselo, termina siendo espía en la España de la Guerra Civil y de los años que le siguieron.
En todo eso aparece el dato que sorprende a los argentinos: las famosas academias. Una pequeña pero poderosa anécdota en la atrapante trama. Un hombre le propone a Sira Quiroga, protagonista de la novela, abrir un negocio en el Tetuán colonial y lo que se le ocurre es, justamente, una sucursal de las famosas academias.
"Necesitamos un permiso de los argentinos para abrir el negocio", dice el maquiavélico galán. El permiso nunca llega y en realidad, al sujeto le termina importando poco. Pero era la excusa que necesitaba Dueñas para dar un impulso a la trama.
Pero, entre tantas posibilidades, ¿Por qué justamente las Pitman? La verdad es que ni Dueñas lo sabe, o al menos no recuerda si fue el azar que metió la cola.
"Surgió del modo más prosaico que te puedas imaginar. Yo buscaba un negocio fuera de España que pudiera ilusionar a un español de esa época. No recuerdo si lo buscaba expresamente en la Argentina o en un país de América Latina. Pero tenía que ser algo que funcionara bien. En ese proceso de búsqueda me topé, de alguna manera, con un aviso de las academias Pitman y dije: ¡Bingo! ¡Aquí lo tengo! No te puedo dar más detalles de eso porque la verdad es que no los tengo", dice.
Lo que no termina de sorprender a Dueñas es que pueda haber tanta memoria de eso en nuestro país. "Jamás lo hubiera imaginado; es que no te das una idea de lo que me hablan de las Pitman los argentinos", dice.
La vieja academia que hizo época es historia. Ofrecía cursos de varios meses, a cuyo término extendía un "diploma" para quien quisiera acceder a un primer puesto como secretaria u oficinista. Su publicidad era emblema de optimismo y fe en el futuro. "Cada hombre y cada mujer pueden decidir su futuro. Decida el suyo antes de que sea tarde. ¡Venga a Pitman!", decía.
La sede central estaba en el centro porteño, pero -justo en la época en la que transcurre la novela Dueñas- las sucursales se multiplicaron por todo el país.
El archivo dice que la empresa cerró hacia fines del 90, luego de setenta años de vida. Algunos de sus empleados siguieron algunos años más explotando la marca como franquicia. Dueñas, sin proponérselo, le rindió un homenaje al recuerdo que dejaron.