Noche de guardia en la veterinaria
Hace tiempo que los animales dejaron de ser las mascotas de las familias para ser un integrante más
:quality(80)/cloudfront-us-east-1.images.arcpublishing.com/lanacionar/3SZOO4UX2NH5JGVVYUZFLUIRKE.jpg)
Emergencia sanitaria en la mitad de la noche. La perrita de la casa tiene síntomas alarmantes y cunde el pánico: los chicos lloran a coro, gritan, rezan... todo es escándalo y dolor. Tina los mira preocupados y empieza a gemir. El drama escala.
Por suerte existen las guardias veterinarias, que son como todas las guardias: un poco angustiantes. El tiempo está suspendido y la sala de espera se eterniza. Ahí está Rulo, todavía temblando. Se trenzó con un perro grande, que le dejó un agujero en la cabeza y otro en el cuello (le gustaría a Rulo que viésemos cómo dejó a su contrincante). Ahora está en brazos, arropado por el amor de su familia humana, todos preocupados y con ojos llorosos. El caniche, que tiene rasurado el peinado que le dio nombre, está eufórico. Cuando lo empiezan a coser, se oye cómo sigue dando pelea.
El clima se enrarece cuando un auto estaciona en la puerta y bajan de una camioneta a un perro agonizante. Los resoplidos del animal estremecen. Una mujer y sus dos hijos adolescentes se despiden de su compañero de los últimos 14 años. Cuatro veces muere y lo reaniman hasta que el perro logra partir. El llanto desconsolado de los chicos me afloja el nudo en la garganta. Tina se esconde atrás de mi silla. Se asoma a olfatear el lugar donde aquel dejó sus últimos suspiros, y vuelve a esconderse.
Otra emergencia: frena de golpe una camioneta y baja un veterinario con un perro vendado y con suero. Pasa como un rayo, directo a la sala de operaciones. Detrás entra un hombre descompuesto de nervios. “Solo quiero que me digan cómo está el perro”, dice con la voz quebrada. Le preguntan el nombre: “No sé. Yo iba por una calle oscura a treinta kilómetros por hora y salió de la nada. No tiene chapita”. Manejó setenta kilómetros desde su ciudad hasta esta guardia, con el perro y su primer rescatista. El hombre es joven, altísimo y corpulento, pero hay algo en su apariencia –o en su corazón– que es de niño. Tiene la mano vendada: cuando fue a levantarlo, el perro lo mordió y le hizo dos tremendos agujeros en la mano. No se le nota el menor resentimiento. Sólo culpa y preocupación. Los primeros resultados de los análisis dicen que el perro es diabético y sin tratar. Parece que es de la calle. Tampoco esta institución encuentra la complejidad en la atención que necesita. El gigante paga una abultada cuenta y vuelve presuroso a cargar al perro para llevarlo a otro centro. Pienso que así empiezan las grandes historias de amistad. Le deseo eso al buen hombre y al pobre animal.
Entra un perro blanco y negro. Parece un panda, pero es un border collie hinchado por una reacción alérgica. Es un perrhijo: una pareja joven habla de él como el centro de su vida. También huele la huella del doliente. Hace buenas migas con Tina.
Es el turno de la entrada en escena del segundo caniche. Es anciano, pero eso no le impidió pelearse con su hermano mayor por un hueso. Parece que es la noche de los caniches valientes. Entra el tercero y es el vencido. Viene en brazos, envuelto en una mantita de bebé. Otro perrhijo. Le hacen vocecitas. Hablan de él sin pudores. Insisten en mostrar las fotos de sus deposiciones. Escenas clásicas de una guardia pediátrica. Hace tiempo que los animales dejaron de ser las mascotas de las familias para pasar a ser un integrante más, de igual categoría. Sin embargo, siento que no puedo equipararme al misterio que envuelve a estos hermanos no parlantes. Me gusta que en la raíz de la palabra mascota esté la idea de amuleto o talismán.
Mis hijos siguen despiertos a las tres de la mañana. Esperan el reporte del estado del can, piden fotos a cada minuto. Siguen llorando y rezando aunque les garantizo que Tina ya está bien. Hay algo peor que el sufrimiento de un perro: el dolor desgarrador que por él pueden sentir los chicos que lo aman.
Temas
Más leídas de Cultura
Dos meses más tarde. Cómo sigue el misterioso caso del legado de María Kodama y Jorge Luis Borges
El Van Gogh que desaparece. Un misterioso cuento chino sobre el cuadro de los US$60 millones que hoy no se sabe dónde está
Fábrica de estrellas. La foto de un argentino que retrata la belleza de la galaxia, entre las mejores de la Vía Láctea
El David de Miguel Ángel. Emplazarán en Chaco una copia gemela de la emblemática escultura del Renacimiento