Patricio Pron. "Creo que la literatura tiene que hacerse cargo de estos tiempos"
MADRID.- Escondido en un bar en el Barrio de Las Letras, aguardaba que los comensales apuraran sus bocados en un salón cercano. La sopa de choclo, la cazuela y luego un lemon pie conformaban el menú que se servía en el lujoso Palace. Como su teléfono no había sonado, dedujo que el jurado no había elegido su novela, presentada al concurso con el seudónimo "No soy Stiller". "Estaba abriendo viejas carpetas de inéditos y proyectos, viendo qué iba a hacer a continuación", recordó Patricio Pron a LA NACION. Ayer, pasadas las 14, recibió una llamada a su casa en Madrid: él era el ganador del prestigioso premio y debía acudir de inmediato al hotel donde escritores, editores, periodistas y personalidades de la cultura aún desconocían la noticia.
Durante diez minutos, Pron (Rosario, 1975) se quedó en silencio intentando procesar la noticia y luego llamó a su mujer. Ambos acudieron al encuentro y allí alguien de la editorial los ocultó en un bar cercano hasta que el orador comenzó a pronunciar las palabras inaugurales. Poco después de que se develó la incógnita, el escritor argentino, flamante ganador del Premio Alfaguara, subió al estrado a agradecer el galardón otorgado a su novela Mañana tendremos otros nombres. Allí, Pron narra la separación de una pareja y el modo en el que Él y Ella, los nombres de sus personajes, buscan nuevos vínculos sentimentales tras esa ruptura.
-¿Cómo recibís este premio?
-Es un premio singularmente limpio y secretista. Los propios miembros del jurado me decían que hasta el momento de abrir el sobre no se imaginaban quién podía ser el autor. Eso reconforta porque pone de manifiesto que cinco magníficos lectores han podido escoger el libro al margen de las antipatías y simpatías que puedan tener hacia mí. No soy yo el premiado. Ha ganado un libro que yo he escrito, y eso es una diferencia fundamental. Ahora toca sostener el libro e ir adonde él me lleve. Según mi amigo Ray Loriga [ganador del premio en 2017], es un año de viajar por América Latina.
-¿Te entusiasma?
-Sí, en primer lugar, me entusiasma la idea de ir adonde vayan mis libros. Volver a ver a mis lectores y a mis amigos en lugares como Ecuador, Chile, la Argentina, conocer Perú, regresar a México. Me interesa pensar en los nuevos amigos que haré.
-Cada vez te alejás más del registro autobiográfico, que antes caracterizaba parte de tu obra.
-Cuando uno piensa en un libro durante tanto tiempo como el que he pensado yo en este, cuando uno nota como autor que el libro se le impone a su proyecto debido a determinadas cuestiones, uno tiende a creer que el libro, al margen de que no cuente algo propio, es parte de uno de una forma muy particular. Si bien los personajes se separan, y yo no tengo planes de hacerlo, algo me recuerda a mis separaciones anteriores. Lo que los personajes se preguntan y cómo miran la ciudad que está cambiando refleja de forma directa el modo en el que yo miro este lugar y las personas.
Esa ciudad es Madrid, ¿por qué elegís vivir acá?
-Acá están mi esposa, mis gatos y gran parte de mis amigos. Cuando vives en tantos sitios distintos y tienes amigos en tantos lugares, siempre existe la tentación de irse a otro sitio, o la percepción imaginaria de que hay un lugar mejor. Además, en este lugar se detienen todos los aviones que van o vienen de América Latina, y eso es clave para mí.
-En Twitter solés compartir tus lecturas o destacar autores. "Fan" es el hashtag que utilizás. -Creo que las redes sociales están para compartir entusiasmos, propiciar lecturas de un modo distinto como lo hace la literatura y para animar conversaciones. Lo que hago no es más que el reflejo condicionado de la educación que he tenido y, en ese contexto, hubo personas muy importantes para mí que fueron muy generosas.
-¿Quién, por ejemplo?
-Hablaría de muchos argentinos, ya que parte de mi educación ha transcurrido allí. Elvio Gandolfo, Fogwill, Graciela Speranza y Marcelo Cohen, Ricardo Piglia, César Aira -de una forma menos personal- son autores que me abrieron puertas. Del mismo modo, puedo mencionar a Rodrigo Fresán. Cuando él decía "una oscura banda británica de los sesenta", yo iba inmediatamente a buscar los discos de esa banda y eso ampliaba mi repertorio de posibilidades. Uno de los elogios más hermosos que recibo de los lectores es que les ha permitido acceder a otros autores.
-Las redes sociales aparecen en esta novela, como en tu último libro de relatos.
-Cualquier persona que tenga los ojos abiertos en este momento tiene por fuerza una relación con las redes sociales. No tener una relación con las redes es también tener una relación. Poco importa si es bueno o malo tenerlas o no tenerlas, pero sí es algo que condiciona no solo las decisiones triviales, sino también a quién escogemos para compartir la vida. Estas decisiones se las cedemos a una empresa poseedora de un algoritmo, de la cual no sabemos nada y que crea una ilusión de falsa elección. Creo que la literatura ya tiene que hablar de eso y hacerse cargo de este tiempo. No creo que la literatura deba tener una función periodística, pero mis libros también pretenden ser contemporáneos.
-Cuando alguien conoce a alguien surge una narración. Uno cuenta quién es, su pasado. ¿Cómo exploraste ese aspecto?
-Me interesa mucho la forma en que las personas se presentan en plataformas como Tinder. Se produce un encuentro, una coincidencia, y pasas a una sala donde chateas. No he utilizado estas redes de forma consecuente, lo hice para documentarme para el libro, pero sí tengo amigos que las utilizan y me enviaban sus conversaciones. Eran muy singulares las formas en las que las personas se presentaban, manifestaban sus deseos, cómo intentaban seducir al otro. Constituye una forma de textualidad a la que la novela no debería darle la espalda. Aparecen unas herramientas de comunicación que, aparentemente, y a pesar de su éxito, no sirven para comunicarse. No estamos comunicándonos ni siquiera con las personas con las que estamos compartiendo la intimidad.