V. S. Naipaul: el Nobel de mala fama que criticó a la Argentina: “Es como la vida de una tribu en la selva”
A 90 años del nacimiento del escritor británico-trinitense, su obra lúcida sobre la descolonización y los conflictos culturales sigue vigente; crítico del islamismo y la globalización, quería ser famoso y se caracterizó por su franqueza; su estadía en Buenos Aires, Borges y Perón
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Exiliado incómodo para su país de origen (Trinidad y Tobago) y el de los anfitriones coloniales (Gran Bretaña), estudiante prodigio elogiado por J. R. R. Tolkien (aunque reprobado como académico en Oxford), cronista arriesgado e iracundo, crítico de argentinos anónimos y célebres (de Eva Perón a Jorge Luis Borges), calificado de misógino por el trato que dispensó a colegas y parejas, V. S. Naipaul (Chaguanasa, 1932 — Londres, 2018) obtuvo el Nobel de Literatura en 2001 “por haber unido una narrativa perspicaz y un análisis incorruptible en obras que nos obligan a ver la existencia de historias ocultas”. Hoy se cumplen noventa años de su nacimiento y el pasado 11 se conmemoraron los cuatro años de la muerte de sir Vidiadhar Surajprasad Naipaul, a los 85 años. “Estuvimos en desacuerdo toda nuestra vida, sobre política y sobre literatura, pero me siento tan triste como si acabara de perder a un amado hermano mayor”, declaró Salman Rushdie el día de la muerte del autor de Una casa para Mr. Biswas.
Por el estado de indignación constante, escritos como los de Naipaul hoy tardarían en publicarse. Crítico del colonialismo británico, del islamismo, de la globalización, de las elites europeas y tercermundistas, de las organizaciones guerrilleras, de los fundamentalistas (su último ensayo fue sobre ISIS), Naipaul se caracterizó por su franqueza, elevada al estatus de parresía. Evitaba tanto el personaje de la víctima -como inmigrante trinitense en Gran Bretaña en los años 1950 bien podría haber interpretado ese papel- como el del complaciente; prefirió desempeñar el rol de “verdugo cultural” (y también íntimo).
La familia de Naipaul había emigrado de la India a Trinidad y Tobago a finales del siglo XIX. Su padre, que lo inició en la lectura, consiguió trabajo como periodista en Puerto España. Como estudiante destacado, el joven Vidia recibió becas para continuar sus estudios en Inglaterra. Se licenció en arte en la Universidad de Oxford en 1953; en 1952 había conocido a la que sería su pareja por 41 años y figura clave de su recorrido literario, la historiadora Patricia Anne Hale, “Pat”. Pese a la oposición de las familias, se casaron en 1955. No tuvieron hijos y, según se lee en la biografía de Naipaul de Patrick French, El mundo es así, la vida de Hale junto al escritor, que en 1972 inició una relación con la angloargentina Margaret Murray Gooding, no fue precisamente dichosa; en sus crónicas de viaje y novelas (con comprobados elementos autobiográficos), el autor dejó trascender amoríos y visitas a prostíbulos; tampoco se privó de insinuar que había mantenido relaciones sexuales con menores de edad en África. No obstante, él y Pat. mantuvieron el vínculo hasta la muerte de ella, en 1996. Cuando se lanzó la quincuagésima edición de la novela Una casa para Mr. Biswas, el primer gran éxito de Naipaul, el autor la dedicó a “Patricia Anne Hale, que fue la primera lectora, editora y crítica de mis escritos”.
Tampoco Murray Gooding, que abandonó a su esposo e hijos en Buenos Aires para convertirse en la amante de Naipaul, lo pasó mejor: sufrió maltratos físicos y psicológicos en el típico ciclo de peleas y reconciliaciones. En 1996, luego de la muerte de Hale (que estaba al tanto de la relación con la angloargentina), el escritor se distanció de ella y se casó con la periodista paquistaní Nadira Khannum Alvi, treinta años menor que él y musulmana. Desde inicios de la década de 1980 Naipaul sostuvo que los musulmanes habían arruinado la cultura árabe.
Sus primeras ficciones, novelas cómicas y de aprendizaje, se ambientan en Trinidad. La sátira El sanador místico (1957) tiene como protagonista a Ganesh Ramsumair, un maestro espiritual y político que llega a obtener la Orden del Imperio Británico (esta obra ganó el premio John Llewellyn Rhys Memorial y la segunda, The Suffrage of Elvira, de 1958, el Somerset Maugham). Su tercera novela, Miguel Street, de 1959, transcurre en un barrio trinitense y cuenta la historia de un joven que se va a estudiar al extranjero, es decir, la del mismo Naipaul. Según reveló el autor, la escribió durante varias semanas en la sala de periodistas freelance de la BBC en el hotel Langham, donde trabajaba para un programa literario del Caribbean Service.
Entre la década de 1970 y la de 1980, dio a conocer tres grandes novelas: Guerrilleros (1975), Un recodo en el río (1979) y El enigma de la llegada (1987), que puede ser leída como una secuela angustiada de Miguel Street. En 1990, recibió el título de caballero por su servicio a la literatura. “Quería ser muy famoso -dijo en una entrevista con Jonathan Rosen y Tarun Tejpal para The Paris Review en 1998-. También quería ser escritor, y ser famoso por escribir. Lo absurdo de la ambición era que en ese momento no tenía idea de lo que iba a escribir. La ambición llegó mucho antes que el material”. Al principio, contó, los ingleses demostraron poco interés en su trabajo.
Lúcidas, complejas y mordaces, las novelas y crónicas de viaje del escritor -por la India, África y América- fueron muy celebradas por autores como Martin Amis, John Updike, Elizabeth Hardwick y el sublime (para Naipaul y para todos los que lo hayan leído) Anthony Powell. Muchos otros lo criticaron. El ensayista Edward Said lo trató de wog (“buen colonizado”; durante la guerra de Malvinas apoyó a Gran Bretaña); el primer Nobel de Literatura caribeño, Derek Walcott, lo llamó envidioso y cruel y le dedicó un poema insultante en 2008 (cabe recordar que Naipaul había dicho que la obra de Walcott era “hueca”); Paul Theroux -su amigo y discípulo por más de treinta años hasta que recibió una trompada en las calles de Kensington- lo tildó de neurótico, tacaño, misógino y ordinario. En El escritor y el mundo se reúnen varias de las mejores crónicas; en El escritor y los suyos: Maneras de mirar y de sentir, cinco ensayos sobre escritores y cultura.
Naipaul en la Argentina
A inicios de la década de 1970, Naipaul vivió en la Argentina por varias semanas mientras trabajaba en una serie de artículos para la New York Review of Books; luego volvió varias veces a Buenos Aires, donde fue agasajado e invitado a los mejores restaurantes y residencias de la alta burguesía (en uno de esos viajes conoció a Murray Gooding). Esa afabilidad de la que tantos argentinos se enorgullecen fue juzgada por Naipaul como servilismo; en escritos y entrevistas, se burló de la sociedad argentina, de su clase política, de sus académicos e intelectuales, y de los líderes peronistas. “El dictador es derrocado y más de la mitad del pueblo se alegra de ello -se lee en ‘El cadáver de Puerta de Hierro’, crónica fechada en abril-junio de 1972-. El dictador había llenado las cárceles y vaciado la tesorería. Al igual que muchos dictadores, no había empezado mal. Quería engrandecer su país. Pero él no era un gran hombre, y quizás no era posible engrandecer el país”.
La situación económica que vio Naipaul en ese entonces no ha cambiado tanto cincuenta años después. “El peso se ha ido al infierno: de 5 por dólar en 1947, a 16 en 1949, 250 en 1966, 400 en 1970, 420 en junio del año pasado, 960 en abril de este año, 1100 en mayo -sigue-. La inflación, que desde la época de Perón se mantenía en un 25 por ciento, se ha disparado al 60 por ciento”. En la misma crónica le dedica varios párrafos a la organización Montoneros. “Los guerrilleros siguen asaltando y robando y poniendo bombas; siguen secuestrando de vez en cuando y matando de vez en cuando. Los guerrilleros son jóvenes y de clase media. Algunos son peronistas, otros comunistas. Después de todos los asaltos a bancos, las distintas organizaciones son ricas”.
Ciertos toques misóginos -que un editor actual desaprobaría- no faltan en su presentación de Eva Perón. “Su carácter común, su belleza, su éxito: contribuyen a su santidad. Y su sensualidad. ‘Todos me acosan sexualmente’, dijo una vez con irritación, en su época de actriz. ‘Todos me acosan sexualmente’. Era la mujer-víctima ideal del macho -¿acaso esos labios rojos no le hablan todavía al macho argentino de su reputada habilidad para la felación? Pero muy pronto estuvo más allá del sexo, y volvió a ser pura. A los veintinueve años se estaba muriendo de cáncer de útero y de hemorragias vaginales, y su cuerpo regordete empezó a consumirse. Hacia el final pesaba 37 kilos. Un día miró unas viejas fotografías oficiales suyas y se puso a llorar”. (El texto completo integra El regreso de Eva Perón y otras crónicas, de 1980; un año después, Naipaul se ganaría nuevos detractores al publicar Entre los creyentes, donde los musulmanes son los que no quedan bien parados.)
También comparte con los lectores un diálogo que mantuvo con Jorge Luis Borges. “Borges dijo la otra tarde: ‘La historia de Argentina es la historia de su separación de España’. ¿Cómo encajaba Perón en eso? ‘Perón representaba la escoria de la tierra’. Pero seguramente también representaba algo que era argentino. ‘Lamentablemente, tengo que admitir que es un argentino, un argentino de hoy’. Borges es un criollo, alguien cuyos antepasados llegaron a Argentina antes de la gran oleada de inmigrantes, antes de que el país se convirtiera en lo que es; y para la contemplación de la historia de su país, Borges sustituye el culto a los antepasados. Como muchos argentinos, tiene una idea de Argentina; todo lo que no encaje en ella debe ser rechazado. Y Borges es el hombre más grande de Argentina”.
Para Naipaul, Borges fue “un poeta dulce y melancólico”. “Las personas que saben español lo veneran como creador de una prosa directa, nada retórica -sostuvo-. Pero la reputación que tiene entre los angloamericanos, la de ser un argentino ciego y anciano, autor de muy pocas, muy cortas y muy misteriosas historias, es tan hinchada y falsa que oculta su grandeza. Posiblemente le haya costado el Premio Nobel; y es muy posible que cuando esa falsa reputación decaiga, cosa que sucederá inevitablemente, desaparezca también su obra, que es buena”.
“En la Argentina todo se repite -le dijo Naipaul al escritor chileno Jorge Edwards en 1984-. La vida en la Argentina es como la vida de una tribu en la selva. Está llena de acontecimientos, fiestas, comidas, muertes, desapariciones, y al final del año es exactamente igual que al comienzo. No ha cambiado nada”. E ¿irónicamente? agregó: “Creo que a Eva Perón la traté con cierta simpatía y a Jorge Luis Borges, a pesar de su coquetería literaria, lo dejé bien”. Así es como el británico-trinitense respetaba una de sus máximas literarias: “Si un escritor no genera hostilidad, está muerto”.
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