Vivir del arte: la evolución del coworking, en un taller de Parque Patricios para treinta jóvenes promesas
Este sábado habrá música y arte en el estudio abierto del programa Hito Cultural, donde becarios mostrarán la cocina de su producción
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Desde mayo, un grupo de jóvenes ganadores de la beca Hito trabajan en un galpón de Parque Patricios, rodeados de verde, aunque a metros de la boca del Subte H. La ciudad, por ahí, ya parece un suburbio, donde los pastos crecen altos y se respira aire de siesta. Los creadores tienen esa paz y una tranquilidad adicional: perciben 500 dólares por mes para concentrarse en la producción de sus obras. Es el sueño de muchos: trabajar en la obra sin pensar en la economía.
Hito es un coworking de arte, de talleres de arte. Y con el tiempo quedará inmerso en un complejo de oficinas que irá creciendo en el jardín salvaje que rodea al galpón. “Esperamos que puedan monetizar su trabajo y atraer mecenas”, dice a LA NACION Alejandro Gawianski, quien está detrás de todo esto. CEO de Hit Group (especializado en espacios de coworking y oficinas), es un desarrollador inmobiliario, que tiene consciencia social y amor al arte. Cultiva el bajo perfil, aunque tuvo momentos de popularidad indeseada, cuando apareció en paños menores en un noticiero: su mujer, la periodista Mónica Gutiérrez, hacía su columna en vivo y él salió del baño desprevenido. “Formé una fundación. Venimos haciendo desarrollos y siempre tenemos algún capítulo de emprendimiento social. Y este año se me ocurrió, dado el contexto general que tiene a la cultura y el arte bastante rezagados, apoyar al talento joven a que pueda vivir de su arte”, cuenta.
Este sábado será el primer Open Studio y los visitantes podrán conocer lo que se cocina en la usina de Hito Cultural, en la manzana que comprende el predio, con ingreso por la avenida Colonia 155. De 12 a 18, se podrá recorrer los espacios y a las 19, los DJ Gopnik y Gon Lagos le pondrán música al encuentro. Recién a la medianoche se apagarán las luces y cerrarán la puerta.
Los becados son 18, y se sumaron diez artistas tecnológicos que comparten espacio, máquinas como una impresora 3D y recursos. Además, hay dos becarios PAC. Fue difícil seleccionarlos entre los 700 postulantes. Los talleres se ordenan en el perímetro del gran galpón y, en el centro, unos hierros forman un semicírculo donde se exponen las obras terminadas o en proceso.
Julio Hilger estuvo en arteba con la galería Miranda Bosch y vendió todo. La pintora Carrie Bencardino ingresó a la colección del Museo de Arte Moderno con los retratos de mujeres que brillaron en Piedras... en Hito emprendió un gran mural. Marina Daiez está representada por Nora Fisch y trabaja con el cruce de arte y salud. Mateo Amaral es veterano de las viejas Becas Kuitca y tiene una larga trayectoria. Carolina Favre cursa a la vez el programa de artistas de la Universidad Di Tella.
Hay múltiples disciplinas representadas: cerámica con música adentro de Dani Raggio y mosaicos de barro de Nicolás Rodríguez. Natalia Forcada hace “experiencias psicomágicas”, performances meditativas. En cambio, el espacio de Lucila Sancineti parece un taller de costura, pero lo que crea son tejidos que parecen orgánicos.
Penny Di Roma tiene un laboratorio donde pasa día y noche. “Trabajo con el cruce entre la biología y la escultura. Acá estoy cultivando musgo y hago morfologías inspiradas en estalagmitas y estalactitas, con residuos, y creo microecosistemas en cápsulas incubadoras inspiradas en úteros, con un sistema de luz y de riego”, detalla. “Esto es oloroso para hacer casa y un poco sucio. Tener el espacio para poder trabajar fue increíble. Ni hablar del aporte económico que ayuda a que podamos seguir invirtiendo en proyectos”, dice la artista.
La selección de artistas fue realizada por un jurado compuesto por Laura Buccellato, Rodrigo Alonso, Gachi Prieto, Fabiana Barreda, Florencia Battiti y Pablo Caligaris. Las curadoras Victoria Tolomei y Sol Quiñones hacen un acompañamiento semanal durante los ocho meses que dura el programa, desde el 2 de mayo al 31 de diciembre de 2024. Hay cursos y charlas, además. Caligaris, por ejemplo, preside la Red Quincho, y en Hito enseña como presentarse a becas y aplicar a residencias. Barreda encabeza jornadas de conceptualización de obra. Alonso dicta clínicas.
“Lo que más nos importaba era la interacción entre los artistas, que se nutran entre ellos”, señala Alex Gasparutti, directora de Hito. Ocurre. “Estoy haciendo pintura, por primera vez inspirada en una referencia fotografía creada por mí en inteligencia artificial. Me costó llegar al boceto, pero fue una idea de compañeros del taller. En las clínicas vimos que trabajo con la ausencia de las personas reflejadas en los objetos y los objetos más inherentes a nosotros son las obras de arte”, cuenta Emilia Hendreich, que pinta al óleo y viene desde La Plata. “Es la primera vez que comparto taller. Antes pintaba en mi casa”, cuenta. También hay artistas que llegan a la ciudad gracias a este apoyo. Es el caso de Carlos Gutiérrez, que es de Bahía Blanca y de Diego Gelati, de Tucumán.
El desarrollo continúa. “Queremos incubar propuestas muy disruptivas en la ciudad. Que la gente venga hasta acá a comer, porque realmente hay una cosa distinta, una buena experiencia. Va a haber fuego, DJ en vivo, destilería de cerveza, de vino, tostadora de café... sensaciones sensoriales muy fuertes. Compré la tierra para hacer un ecosistema innovador, un lugar donde vivir, trabajar y estudiar. Habrá viviendas, oficinas y universidad de innovación. Será en etapas a lo largo de los años, pensando en los jóvenes digitales, que no necesitan poseer, sino disponer de lugares, con mucho verde”. La idea es que Hito Cultural y sus artistas tengan continuidad, y que vayan transformando el barrio con su obra. “Pensamos incorporar también letras, artesanías, música, teatro. La historia dirá si lo que hicimos agrega algún hito cultural a la sociedad. Uno está en la vida para dejar algo mejor de lo que recibió “, piensa Gawianski. Al menos en la vida de estos artistas, lo logró.