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Le ocurre a la gran mayoría de los futbolistas: el día después resulta un verdadero trauma. Son una porción muy pequeña los que consiguen reinsertarse rápidamente en el ambiente; Pavoni también lo sufrió.
-Fui a la psicóloga cuando me retiré. Uno desde chico se dedica al fútbol y de golpe larga y vuelve a entrar en la vida. Cuando sos jugador, te convertís en ventajero social: no hacés cola para trámites, te hacen todo por vos, y de golpe eso se termina. Tuve que hacer una despedida personal de esa etapa: dos sillas, una frente a la otra, y el Chivo le hablaba a Ricardo, el futbolista se despedía y Ricardo entraba a la vida social. Hablaba uno, caminaba hacia la otra silla, me sentaba, le respondía… y así varias veces.
-¿Pudo resolverlo con facilidad?
-Me ayudó muchísimo entrar a trabajar en un banco, ser un empleado común y corriente. Y aunque muchos me reconocían, me trataban como un tipo normal, no era Dios, como te hacen creer cuando jugás. Y eso era lo que necesitaba. Ahí tuve la suerte de que me eligieran secretario de la comisión gremial del banco, y eso también estuvo muy bueno. En esa época, trabajaba a la mañana en las inferiores de Independiente y en el banco a la tarde. Tenía que romper el cordón umbilical con el futbolista. Te hace pelota, te duele, pero lo logré. Ojo: estuve más de un año sin poder ir a la cancha de Independiente, extrañaba mucho.



