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LIMA.- El arribo de la selección argentina fue propio de una banda de rock : unos 500 peruanos llegaron al aeropuerto, otros 150 lo hicieron en la puerta del hotel Westin de San Isidro y la seguridad escoltó al micro a cada paso. Pero un padre y su hijo llamaron la atención con una pancarta para Messi y una camiseta de Newell's con el número 7 en sus espalda.
William Méndez y su hijo Kevin son parte de una historia que hoy es un verdadero privilegio: en el primer viaje de Lionel Messi al exterior, ellos lo hospedaron en su casa del barrio Pueblo Libre, a unos 30 minutos en auto del hotel donde hoy se hospeda el crack. "El equipo donde jugaba mi hijo recibía a Newell's y yo le pregunté al entrenador quién era el mejor de los argentinos, así lo podía llevar a casa a jugar con mi hijo. La respuesta fue simple: Leo", cuenta el padre en el lobby del lujoso hotel que hoy recibe a la Pulga en Lima, en diálogo con canchallena.com .
"Era tranquilo, casi no hablaba, pero siempre llevaba la pelota a todos lados", relata y hasta revela que se animó a probarlo. "Cuando llegó, le puse unos conitos en la calle. Mi hijo los pasó todos, pero a él le costaban porque no estaba acostumbrado. Después, le hizo partido a mi hijo y un amigo en la puerta de mi casa y demostró todo lo que podía hacer", dice.
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William sostiene que no buscan fama ni dinero. Que sólo los moviliza el sueño de que Leo les firme la camiseta que quedó en la casa y que pueda volver a encontrarse con Kevin, quien también guarda una foto y una credencial del rosarino. Y da detalles de qué pasó en aquella visita, de cómo terminó el paso de de Messi por Lima a los 9 años. "Una noche comió pollo a las brasas y le cayó mal. Al otro día, no podía moverse y al otro... tenía el partido. Ahí, cuando llegó a la cancha, Messi se desmayó y un DT dijo: ‘ustedes jueguen el partido que me lo llevo a Leo al hospital’. Al escucharlo, se recompuso, tomó una Gatorade y pidió jugar. Newell's ganó 10-0 y él hizo ocho goles, por si quedaban dudas de que era el mejor y que su pasión era el fútbol", explica.

Su hijo, de 24 años, simplifica ese relato, con un ejemplo de fantasía: "Era como Oliver, el de los Supercampeones". Y William, le agrega un guiño a esa similitud. "En una cena, les preguntamos a él y a otro chico de allá con qué objetivo venían. Somos argentinos, donde vamos ganamos y nos volvemos", respondieron. Ser el mejor en todo el mundo, una de las metas que cumplió ese pichón de crack.




