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El fútbol ha perdido a un hijo dilecto. Cualquier crónica es pobre para hacerle honor a un jugador de la inmensidad Alfredo Di Stéfano. Imposible y hasta injusto es condensar su maravillosa carrera y su vida en un espacio limitado. Don Alfredo, ya se sabe, está parado en el mayor altar del fútbol y allí no podrían acompañarlo más que dos o tres nombres: Pelé, Maradona, tal vez Cruyff, ahora Messi. No más. En Europa hay quienes ni siquiera aceptan que se lo quiera comparar con algún otro. Allí, para muchos, muchísimos, es el más grande de todos. La televisión e Internet llegaron demasiado tarde para registrar su paso de Saeta por las canchas. Lo cual, incluso, lo agiganta. ¿Qué habría sido de su estatura si lo hubiesen acompañado? Inimaginable. Aun sin ellos, Don Alfredo llegó a la estatura de mito.
El 4 de julio de 1926, en Barracas, nació Alfredo Estéfano Di Stéfano, primer hijo de Alfredo y de Eulalia Laulhé. Hubo transmisión de genes: su padre había jugado en River entre 1910 y 1912, cuando abandonó por una lesión en una rodilla. Alguna vez la Saeta llamó "la boca de La Boca" a su barrio natal, vecindario de inmigrantes y casas humildes. La calle donde nació se llamaba Universidad; hoy, Salmún Feijóo. Alfredo tuvo dos hermanos: Tulio y Norma. Las escapadas diarias a la casa de sus abuelos marcaron su infancia. Como el papá Alfredo trabajaba mucho, fue el abuelo Miguel su primer compañero con la pelota.
Jugaba al fútbol en campitos pegados a las vías del tren, cerca del Mercado de Papas en el que trabajaba el padre. Jugaba más de lo que comía: era flaquito y no le apetecía casi nada. A los 15 años, Fredito, como lo llamaba su papá, dejó de estudiar y se fue a trabajar a uno de los campos que con el tiempo fue comprando don Alfredo. Desde antes de eso, la pelota ya estaba en su vida, en los baldíos, en la calle. Antes de que la familia se mudara a Flores tuvo su primer equipo: Unidos y Venceremos. Con el papá vio el debut de Isidro Lángara en San Lorenzo, en el Gasómetro, cuando el Vasco metió cuatro goles.
Ya en Flores, el fútbol también fue una manera de hacerse amigos nuevos. El equipo, entonces, fue Imán. Tenía 12 años y las canchitas se seguían armando en cualquier lugar. "Minellita" le decían, por su parecido con José María Minella, rubio como él y que con el tiempo sería su técnico. Un día, doña Eulalia se encontró con Alejandro Luraschi, que había jugado en River con don Alfredo y seguía vinculado con el club; ella le contó de su hijo "que juega bien al fútbol". El hombre citó para una prueba al joven Alfredo, que ya tenía 17. Carlos Peucelle, el técnico de los juveniles, lo fichó en la cuarta y encendió la mecha de la gran historia; en la primera ya maravillaba La Máquina.
Lo que siguió es mucho más conocido. Alfredo debutó en la primera millonaria el 15 de julio de 1945, contra Huracán, que ganó 2 a 1. Iba a hacerlo una semana antes, frente a Newell’s, pero ese día murió el presidente norteamericano Franklin Roosevelt y se suspendió la fecha. El día del bautismo formó la delantera junto con Gallo, Pedernera, Labruna y Loustau. Alfredo ya jugaba de todo. Al año siguiente Huracán se lo llevó a préstamo y tuvo que habituarse a la modestia de un club con pocos recursos. Cuando regresó a River, la venta de Pedernera dejó un hueco para él. Se avecinaba su primera gran temporada: la del 47, cuando el equipo, conducido por Minella, ganó el campeonato y Alfredo fue el goleador del torneo, con 28 gritos.
"Socorro, socorro, que viene la Saeta con su propulsión a chorro", cantaba la tribuna sin saber que le estaba imponiendo el mote de toda la vida. Sobrevinieron la colimba y la selección; en el equipo nacional, que se preparaba para el Sudamericano de 1947, en Ecuador, era reemplazante de Pontoni, pero el delantero de San Lorenzo se lesionó en el debut con Paraguay (6-0) y se le hizo un lugar. En el ataque jugaba con Boyé, Tucho Méndez, Moreno y Loustau. La Saeta aportó seis goles a la causa del título continental.
Después de la huelga de jugadores de 1948 se marchó a Millonarios, de Colombia. Lo que escribió el diario El Tiempo a su arribo describe muy bien a Di Stéfano en la cancha. "Hoy llega a Bogotá el delantero más rápido del continente. Sus desplazamientos contra el arco enemigo son fantásticos, y por ello ha merecido el apodo de La Saeta Rubia. Sus remates son de una precisión desconcertante y posee una extraordinaria facilidad para el desmarque. Patea indistintamente con ambos pies, y con igual potencia". Colombia agradece todavía hoy el paso de Di Stéfano por ese equipo que conoció como el "ballet azul", que la Saeta integró con Reyes, Pedernera y Báez, más Mourín, que provenía de Independiente. Por entonces, en enero de 1950, selló su unión con la compañera de toda su vida, Sara, que le dio seis hijos: Nanette, Silvana, Alfredo, Elena, Sofía e Ignacio.
Tres años en tierra cafetera fueron el prólogo para su época dorada. A Real Madrid no le hacen falta demasiados registros documentales para venerar a Alfredo Di Stéfano como el mayor tesoro de su historia. En la Casa Blanca hizo todo lo que un jugador puede hacer por una camiseta, y más. Su llegada, en 1953, se produjo después de un forcejeo de varios meses con Barcelona, el primero que le echó el ojo desde España. Sintetizada, la historia fue así: los derechos de Di Stéfano pertenecían a Millonarios hasta octubre de 1954, cuando debían volver a River; Real Madrid trató con los colombianos y Barcelona arregló con el club argentino. Una larga y desgastante disputa se zanjó con la mediación de la FIFA, y se resolvió que Di Stéfano jugara dos años para el Madrid y los dos siguientes para el Barça, pero este último cedió finalmente sus derechos. Se abría la puerta definitiva para un tiempo que quedó en la historia.
Allí, la Saeta completó su perfil de jugador de toda la cancha, incansable, veloz de piernas y de cerebro, estratega, recuperador en el área propia y definidor en la de enfrente. Condujo al equipo sin abandonar jamás su gran vocación, el gol. Rodeado de otros grandes como Kopa, Rial, Gento y Puskas, él fue el referente máximo, el gran hacedor. En su década con Di Stéfano, el Madrid coleccionó títulos a placer y moldeó su prestigio en el mundo.
En la historia del fútbol hay una imperfección que ya no se podrá salvar: Di Stéfano nunca jugó un Mundial. La única vez en que estuvo a un paso de hacerlo fue en Chile 1962, para España –en 1956 tomó la ciudadanía de ese país–, pero una lesión en la espalda lo apartó de la cancha. Ni siquiera ese casillero vacío lo empequeñece. Tras la década de oro, el broche de su carrera estuvo en Espanyol; en 1966 colgó los botines.
A don Alfredo siempre se le pegó fama de su carácter difícil, cascarrabias. Probablemente lo haya mostrado en su trabajo como entrenador más que en ningún otro ámbito. "Ser técnico fue la manera de seguir conectado con lo que le había dado emoción y excitación a mi vida. Siento la obligación de dar a los jóvenes todo lo que sé", dijo una vez. Ya era un ciudadano de Madrid y una rotunda celebridad en la historia universal del fútbol cuando eligió ponerse el buzo. En Boca armó un equipo preciosista para el título del Nacional 1969; en River puso mano firme –tanta como para dejar a un lado al ídolo Norberto Alonso, contra el reclamo de la gente– en el cumplido objetivo de ganar el Nacional 1981. Valencia también logró títulos con su firma. Real Madrid no, pero nunca dejó de ser su casa. Por eso lo distinguió como su presidente honorario el 21 de julio de 2000. No había presentación de alguna nueva estrella galáctica sin la bienvenida personal de la leyenda.
Hace ya varios años, don Alfredo había perdido la compañía de Sara. Eso debe de haber debilitado su corazón tanto como el cigarrillo que le costó dejar, o el whisky que disfrutaba cada vez que podía. Al fútbol le costará entender que se las deberá arreglar sin él. Al menos, sin su presencia física, un faro de este juego para todo el mundo. Ahora es una leyenda, un millón de imágenes, un universo de recuerdos. Aunque seguramente él diría que "ésas son macanas", sin la Saeta entre nosotros el fútbol ya no será lo mismo.
Secuestrado en Caracas
En 1963, en Caracas, en una gira de Real Madrid, Di Stéfano sufrió un secuestro de las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional. Estuvo 72 horas cautivo. "No puedo quejarme, fue la más grande publicidad que se me ha hecho, y comí como un rey", bromeó después.
"Cuando estaba por cumplir 40 años hice un balance entre lo que había dado y lo que todavía había que seguir dando. En ese momento sentí que estaba hecho y que ya era hora de dejar. No me dolió... Era consciente de que el apogeo, a la larga, se acababa. Nacemos y morimos, no hay vuelta de hoja. "
"¿El mejor de todos? Eso no ha existido. En el básquetbol estuvo el Michael Jordan ése, pero depende de la época. Antes estuvo Alí Babá y los 40 ladrones [por Kareem-Abdul Jabbar]. Todos fueron grandes, pero el mejor... Los morfones juegan un partido bien y tres mal. ¿Yo? No, a mí no me vengan con eso del mejor"
"Messi tiene un talento inconmensurable. Me deleito con sus goles... cuando no se los hace al Madrid. Como capitán de la selección es uno de esos que amedrentan al adversario, como lo hacía Maradona, pero no es bueno comparar. Y además es un chaval muy sencillo"
"Según los jugadores que tengo busco el esquema. El jugador es el rey y el artista de la cancha. Yo puedo armar un sistema muy lindo, pero si no tengo los hombres adecuados no sirve para nada. El que juega para sí mismo no me interesa. Para buscar el brillo personal, mejor ir al circo. El brillo interesa si coopera con el equipo"
"Es lindo sentirse conocido, pero hay veces en que me gustaría pasar inadvertido. La fama pide renunciar a la intimidad. A veces me gustaría tener otra cara".
"¿Por qué me lesiono poco? Cuando juego estoy siempre en el aire, y los golpes son menos peligrosos. Además, me han dado muchos, pero se me curan enseguida"


