

Encontrá resultados de fútbol en vivo, los próximos partidos, las tablas de posiciones, y todas las estadísticas de los principales torneos del mundo.
SANTIAGO DE CHILE (de un enviado especial).– ¿Cómo pueden dos niños de 9 y 6 años burlar un sistema de seguridad extremo, con protocolo de Estado? ¿Cómo logran gambetear armas, chalecos y mastodontes humanos enfundados en ropa militar? ¿Cómo hacen para quedar cara a cara con uno de los hombres más observados del planeta? Esta es la historia de Maximiliano y Martín Sandoval, dos hermanos empujados por el deseo de conocer a su ídolo. Que estaban en el lugar exacto y en el instante indicado para aprovechar un momento que Chile lleva tatuado en su memoria: el día que le ganaron a la Argentina la final de la Copa América en el estadio Nacional, la primera de su historia. “Él me guiñó un ojo”, se entusiasma por vez número mil Martín, casi diez años después de la nueva fecha patria chilena: la escena ocurrió el sábado 4 de julio de 2015, apenas un instante después de que Alexis Sánchez marcara el gol de la consagración en la definición por penales. Entonces vino un estallido de felicidad con epicentro en el estadio, que se derramó por todo el país.
Los hermanos se encuentran con este enviado para recrear la electricidad que recorrió sus cuerpos aquel día. Llegan a la cita y los espera una sorpresa: la tapa de LA NACION del día siguiente a la final en la que se ven junto a su ídolo. En la foto tomada por Fabián Marelli se observa cómo Maxi toca la cabeza del derrotado, mientras Martín lo mira de frente, en cuclillas: es la imagen que dio la vuelta al mundo.
Ellos son primos de Charles Aránguiz, titular ese día y todavía hoy jugador de la selección chilena; es uno de los próceres de la Generación Dorada, que logró dos títulos consecutivos en la Copa América, ambos ganados ante la Argentina en la final. Ese parentesco les permitió el privilegio de estar allí, al borde del campo, pese a un susto grande que se dieron ese mismo día, camino al estadio Nacional: chocaron en la autopista en el auto que conducía un primo mayor. “Fue muy loco, el auto de atrás volcó, pero a nosotros no nos pasó nada. Entonces dije: ‘Hoy ganamos’”, se ríe Martín.
Lo difícil, en todo caso, no fue tanto seguir rumbo a la cita, sino tomar la decisión de meterse a la cancha en esa histeria colectiva. “Mi hermano me tironeaba para que fuéramos a verlo, pero yo no me animaba. Hasta que él salió corriendo y lo seguí, pasamos por debajo de las piernas de los carabineros. Todos los que entraban a la cancha iban a festejar, pero nosotros queríamos acercarnos a Messi. Y llegamos a su lado, fue increíble. Él estaba triste, casi llorando. Me sentí paralizado de la alegría, él siempre fue mi ídolo. Mi mente me dijo ‘salúdalo’, pero no me animé a tocarlo. Zabaleta nos gritaba que nos fuéramos y a mí me daba vergüenza, tenía miedo. Le dije ‘hola Messi’, él levantó la cabeza y me guiñó un ojo, no dijo nada. Entonces mi hermano empezó a hablarle”, relata Martín, cuadro por cuadro.
“Recuerdo que todos se fueron detrás de los festejos de Chile, otro fotógrafo y yo nos quedamos donde estábamos, tratando de tener una imagen de Messi, que seguía sentado en el piso. Los auxiliares de la selección argentina intentaban taparnos, no querían que tomáramos esa foto. Pero me hice un hueco”, aporta Marelli, enviado de LA NACION a cubrir la Copa. “Yo tiraba fotos, y de pronto me di cuenta de que había dos nenes al lado suyo, uno agachado que le tocaba la cabeza y otro enfrente, mirándolo. Fue un momento breve”, amplía. “Le dije que no estuviera triste, que él también iba a ser campeón con Argentina. Lo toqué, él no dijo nada. Es que en nuestra casa crecimos viéndolo jugar, siempre fue nuestro ídolo”, confirma Maxi.
Más tarde, los niños volvieron a Pirque, la comuna en la que viven, pero no lograban que nadie en la familia les creyera la historia que habían vivido. “Hasta que apareció una foto, cuando estábamos celebrando en una casa”, prosigue Maxi. El tema se convirtió en una atracción para los medios chilenos, en plena euforia por el título: “A los dos días nos seguían los periodistas por la calle cuando íbamos a la escuela, se peleaban entre ellos para entrevistarnos, fue una locura. Y pasó de ser algo divertido a algo que no nos gustaba: éramos niños”, repiensa Martín.
Fue la única vez que vieron a Messi en vivo. Tal vez porque no les hizo falta más. No estarán este jueves en las tribunas tampoco, pero no creen que su fanatismo por Messi esté muy extendido aquí. “Porque los argentinos nos cargan cuando ganan, siempre nos están diciendo algo”, intenta un análisis Maxi. Da igual, ellos separan una cosa de la otra. “El día de la final del Mundial me encerré en mi habitación, estaba súper nervioso, les dije a mis papás que no me fueran a ver. Cuando ganó Argentina no podía parar de gritar, estaba emocionado por él”, vuelve a sonreír Martín.
“Mi padre”, apunta Maxi, volviendo al día que nunca olvidarán, “me dijo que estaba orgulloso de nosotros porque no fuimos a cargarlo, queríamos consolarlo”. Lo rememora enfundado en una campera negra llamativa, que usa para sus redes sociales: “Soy streamer”, comenta, con la frescura de sus 19 años. Martín, promisorio futbolista, cuenta al final del encuentro que llegó a tener una prueba en el Inter de Milán, pero prefiere jugar al futsal y no al fútbol tradicional por una razón contundente: “No me gusta correr”, sentencia. Ahora ya no bromea.