Lamadrid: la pintoresca relación de amor y odio entre el club y la cárcel de Devoto
Una relación de amor y odio que encierra múltiples anécdotas. Un relato real, pero del que algún desprevenido podría creer que se trata de un cuento, de una ficción. El barrio de Devoto es el escenario de la pintura que componen el Club Atlético General Lamadrid, que juega en la primera D, y el único complejo penitenciario en funcionamiento que existe en la ciudad de Buenos Aires. Con las calles Desaguadero, Tinogasta, Bermúdez y Nogoyá como perímetro y la angosta arteria que lleva el nombre de Pedro Lozano como división entre ellos, la pasión por el fútbol y los sueños de libertad de quienes cumplen condenas conviven desde hace 66 años.
El club se fundó luego del penal –el primer pabellón se inauguró en 1927–, aunque jamás sintió la sombra del gigante de cemento y rejas. El 11 de mayo de 1950, en un terreno baldío, se levantó la modesta institución, que seis años más tarde debutó en los campeonatos organizados por la Asociación del Fútbol Argentino. Desde entonces es la única entidad afiliada a la AFA que no tiene escriturado su estadio, y vio cómo la cárcel intentó adueñarse del predio. Tanto que en 1963 los guardiacárceles tomaron un sector, que utilizaron como depósito; ese mismo año, el Servicio Penitenciario Argentino hizo una jugada para accionar un desalojo, aunque se encontró con la resistencia de los socios, que se atrincheraron durante cuatro días en la sede de Desaguadero 3190. El último proyecto fue en 1986, vía judicial, pero tampoco prosperó.
Si la convivencia con la cárcel resultó difícil, no menos compleja y oscilante resultó la relación con los reclusos. Al comienzo, la camiseta azul con un listón blanco que cruza el pecho en diagonal identificó a los presos con el club. Eran días en que, asomados a las ventanas enrejadas, los presidiarios tenían con cada juego un motivo para despejar su mente, evadirse de esa realidad que ensombrece el alma. Pero con el aumento de la población carcelaria, los presos comenzaron a alentar a los equipos rivales de Lamadrid, lo que provocaba que la barra dejara de mirar el partido para cruzar palabras e insultos con los recluidos.
La coexistencia encontró en Juan Carlos Cárdenas, el Chango, al personaje que unificó a los seguidores del club con los habitantes de la cárcel. El hombre del mítico gol de Racing a Celtic, de Escocia, por la Copa Europeo-Sudamericana de 1967, tomó las riendas del plantel en 1983 y dio forma a una campaña fantástica, que finalizó con el ascenso a la primera C mediante un torneo Reducido; el segundo salto hacia arriba en la historia de la institución, que saboreó el primer éxito en 1977. Los hinchas de la Academia que cumplían condenas mantenían diálogos con el ídolo y hasta le pasaban datos acerca de algún futbolista del equipo contrario.
Aquel ascenso se logró en una fecha histórica para el país. El 10 de diciembre de 1983 asumió el presidente Raúl Alfonsín, poniéndole fin a los siete años de la dictadura más sangrienta que sufrió la Argentina; en Devoto, los presos colgaron toallas azules y tiraron papelitos, como saludo al equipo, que jugaba el partido decisivo con Leandro N. Alem. Los hinchas de Lamadrid retribuyeron ese gesto con un cántico: “Olelé/ olalá/ que larguen a los presos/ queremos libertad”.
El avance del proyecto para trasladar el penal, donde el 14 de marzo de 1978 se produjo la peor tragedia carcelaria con el motín de los colchones, que dejó un saldo de 61 reclusos muertos –también escenario de la cinematográfica fuga de Luis “Gordo” Valor y Hugo “Garza” Sosa, entre otros– romperá ese vínculo vacilante, aunque los vecinos aspiran a un crecimiento del sector más postergado del barrio. Todo podrá cambiar, pero nada de lo que traiga el futuro modificará la historia de Lamadrid, el carcelero de Devoto.
De colección
Hay jugadores que desde Lamadrid trascendieron hacia al mundo. Emanuel Gigliotti resultó la venta récord: por el goleador ingresaron 20 mil dólares. Sergio Silvano Maciel y José Mesiano también engalanan a la modesta institución: vistieron la camiseta del seleccionado. Para los hinchas, sin embargo, Rubén “Trucho” Moraglio es el mayor ídolo. Fuera de la cancha, descollaron Enrique Sexto –socio fundador, ex presidente y DT– y Mario “Loco” Oriente, el preso que escribió el himno oficial.
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