Marcelo Gallardo y su viaje en la Copa Diego Maradona: de la fobia inicial a la desorientación en la eliminación
Nació como Copa de la Liga Profesional y fue rebautizada como Copa Diego Maradona cuando los homenajes empezaron a caer en cascada a partir del 25 noviembre. Con cualquiera de las dos denominaciones, Marcelo Gallardo recordará con cierta fobia a esta competencia. Le trajo más perjuicios que beneficios, nunca terminó de calibrarla en su justa medida. Quizá porque el propio Muñeco se fue enroscando desde el principio en una dinámica negativa, enojosa, que como corolario arrojó una imagen infrecuente en él: fue expulsado, situación que no atravesaba desde 2016 (ante Rafaela, por la insignificancia de haber entrado tarde para el segundo tiempo).
En la derrota 2-0 y eliminación ante Independiente, Gallardo tuvo uno de esos raptos de descontrol que tanto les recrimina a sus jugadores cuando derivan en expulsiones.Jorge Carrascal recibió su sermón por haber dejado irresponsablemente al equipo con 10 en la dura caída ante Palmeiras. Que no necesite explicarle a Enzo Pérez que se equivocó cuando recibió la segunda amarilla frene a Boca no quita que haya lanzado algún lamento que su equipo pagó con el empate 2 a 2.
El resumen de la victoria de Independiente sobre River
Quizá porque no podía aclarar ni ordenar futbolísticamente a un River que vivió una semana de confusión, Gallardo terminó arrastrado por esa inercia y le soltó un "no ven un carajo" al juez asistente que dejó pasar por alto un manotazo de Barboza a Suárez dentro del área.
Al entrenador que reinventó infinidad de veces a River, que nunca dejó de inocularle el germen competitivo, que siempre fue el primero en tirar del carro, en alguna ocasión puede sentirse impotente. No es inmune a que lo desborden los acontecimientos que no llegó a controlar con su reconocido sentido estratégico.Y no fueron pocas las situaciones que sacaron de eje a Gallardo en este torneo que, como tantas cosas organizativas en el fútbol argentino, quedó a mitad de camino, entre un formato de liga y uno de copa.
Su ojeriza contra este invento de la AFA y la Liga Profesional de Fútbol comenzó temprano, cuando a River le denegaron el permiso para hacer de local en el predio River Camp de Ezeiza, mientras el Monumental está inhabilitado por refacciones. "El fútbol argentino va hacia la decadencia. Hay mucha rosca política, todos quieren ver dónde se puede sacar ventaja. Hay que terminar con todo eso si queremos un campeonato serio", fue su crítica durante noviembre.
River había debutado con una derrota ante Banfield y luego encadenó tres triunfos consecutivos. En esos partidos, no pocos repararon en una imagen algo desaliñada de Gallardo, tanto en su indumentaria como en el peinado, en contraste con el aspecto profesional y formal con que ejerce su carrera. Gallardo siempre camina la zona técnica con la autoridad y la estampa de un eminente profesor. Sin embargo, se lo notaba menos intervencionista, distante, y sin dar tantas indicaciones durante los encuentros. Se interpretó todo eso como una muestra de desinterés y rechazo hacia un torneo que se interponía en la prioridad que había hecho pública: la Copa Libertadores.
Pero como nadie se niega ni resiste al dulce de los triunfos, los resultados fueron modificando la valoración de River hacia la copa. Las formaciones alternativas, con una mezcla de titulares y suplentes, habían hecho un trabajo de base que, de repente, bien podría rematar un equipo que alineara a sus principales individualidades. Gallardo reclutó a todos sus generales para el asalto final y no mantuvo un voto de confianza ni en Enrique Bologna, que había respondido muy bien en los cinco partidos que ocupó el arco.
Llegado el momento de la verdad, que puede situarse en el superclásico en la Bombonera, la Copa Maradona no se dejó querer por River; vengativa le hirió la confianza y la autoestima. El 2-2 tuvo sabor a derrota después de haber sido futbolísticamente superior a Boca y estado a cinco minutos del triunfo. Había hecho un desgaste físico y mental como si fuera la final de la Copa Libertadores. La Copa Maradona ya no recibía el desdén de Gallardo. Un esfuerzo sideral para un plantel que fue perdiendo jugadores, no se reforzó y quienes quedan van con lo justo de combustible, varios de ellos cerca de cumplir el ciclo biológico futbolístico.
Para salir de ese golpe, Gallardo nunca recurre a salvadores -cada vez más escasos-, sino a las convicciones futbolísticas que supo inculcar. Convicciones que a veces son insuficientes cuando un nuevo error no forzado –el de Armani en el primer gol de Palmeiras– contagia inseguridad y debilita la cabeza.
El 0-3 con Palmeiras lo retrató con mandíbula de cristal en defensa y balas de fogueo en ataque. Un equipo que cambió la fusta por la serpentina. No muy diferente es el diagnóstico que se lleva del 0-2 con Independiente, que en 48 horas había forzado las salidas de Jorge Burruchaga y Lucas Pusineri
Solo porque está Gallardo al frente hay quienes no dan por sentenciada la semifinal de la Copa Libertadores. Este Gallardo que, como en la mayoría de los partidos de la Copa Maradona, no dio conferencia de prensa. Ofuscado. La campaña de River fue tan errante como su localía: del impugnado River Camp a Independiente, hasta la despedida en el estadio de Banfield. En tierra de nadie. Así de desorientados quedaron Gallardo y River.
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