Mil imágenes perturbadoras desde la profundidad del infierno
Una imagen vale más que mil palabras. Pero hay mil imágenes, todas perturbadoras. El chico con la camiseta argentina que llora sin consuelo en la falda de su padre; han viajado a Rusia llenos de ilusiones, están allí, en el estadio, a pura ilusión, y de pronto se les vacía el alma y se les rompe. En la Plaza San Martín, otro chico, de pie, mira el cielo y abre sus brazos; pide un milagro. En Nizhny Nóvgorod, que ya es una sucursal del infierno, los hinchas argentinos, a coro, insultan a Sampaoli. Sin saludar a nadie, Messi, el capitán, se pierde en los pasillos que llevan al vestuario; huye del barco que se hunde. Memes con un humor que a veces es naíf y a veces, lacerante: "Vendo mi smart TV, usado solo dos veces"; "si se dan un par de resultados, nos cruzamos con Perú en el aeropuerto"; Macri felicita al equipo "por el ahorro de energía"; "que el Papa reciba a Messi y lo convierta en Cristiano".
Imágenes. El chico Dybala camina con la cabeza hundida en el pecho. El viejo Mascherano mastica impotencia, otra vez. Caballero, al que en juicio sumarísimo ya se lo ha declarado culpable, el que no podrá olvidar en su vida ese error inexplicable e imperdonable, es retratado por las cámaras como quien camina hacia el cadalso. El Kun Agüero, que al ser reemplazado por Higuaín había fulminado al DT con su mirada, se queda sentado en el banco de suplentes después del final del encuentro, los brazos caídos, la vista en ninguna parte.
Sampaoli está desencajado y también escapa del Titanic a paso veloz, casi atropellando a un guardia que intenta detenerlo. Un rato antes, durante el partido, vimos al técnico ya sin saco, ya sin compostura, gritándole "cagón", a un jugador croata. "Cagón", lo mismo que le gritarán un rato después los argentinos a él desde las tribunas. A Sampaoli se le ha escapado el Sampaoli que lleva a flor de piel, pendenciero, irreverente, de sórdidos arrabales.
Imágenes. El partido va 2-0 y Otamendi le tira un pelotazo en la cabeza a Rakitic, que está en el piso porque le han cometido una fuerte infracción; a Rakitic, un señor jugador, un señor deportista, un señor. El relator de DirecTV clama para que los jugadores no pierdan la cabeza, porque está por aparecer la peor argentinidad, la de "esto lo arreglamos a los golpes". Pero los jugadores se recomponen, y lo que se descompone para ellos y para el país entero, o se termina de descomponer, es el partido. Llega el tercer gol. El guion de esta película no puede ser más perverso. Llega el final. Maradona, el enemigo más acérrimo de Sampaoli, está en su palco y parece masticar bronca y desazón, aunque tanto ha pronosticado este desastre, tantas piedras ha tirado, que también es posible imaginar –te conocemos, Diego, te conocemos– que por dentro siente que él, Él, ganó su partida.
Las cámaras de TV y los fotógrafos hacen su trabajo, y lo hacen bien. Entregan ese abanico de imágenes, y entonces desde acá lloramos con los chicos, envidiamos a los croatas, bajamos la cabeza con Dybala, insultamos desde las tribunas, huimos detrás de Messi o nos quedamos saludando a los rivales con Mascherano.
Argentinos al fin, no lo podemos creer y nos preguntamos cómo nos pudo haber pasado esto. Argentinísimos, por estas horas estamos buscando culpables, dando portazos, maldi-ciendo las cábalas que no funcionaron ("¡Nunca más veo a la selección por la TV Pública!", se sulfuró alguien en el diario), arrancándonos la camiseta, crucificando a Caballero, odiando a Sampaoli, desterrando a Messi y pidiendo a los cielos un milagro.
¿Cuál será el milagro croata? Por lo que se ha visto en los dos encuentros que lleva jugados en Rusia, es un equipo serio, sólido, bien parado en la cancha, convencido de lo que hace, con buenos jugadores y un DT que los ordena y plantea bien los partidos. Es decir: seriedad, solidez, orden, conducción. La pucha, no hay milagro. ¡No hay milagro!
Entre tantas imágenes que lastiman hay una que no vimos. Es algo que pasó hace 15 días en la ciudad deportiva del Barcelona, durante la concentración del seleccionado argentino. El cuerpo técnico había dicho a los encargados de preparar todo que el entrenamien-to iba a empezar "alrededor de las 10". No a las 10: "alrededor de". Minutos después de las 10 llegó un jugador. Uno solo. Se puso a patear a un arco vacío, tratando de acertarle al travesaño. Al rato llegaron otros. Los empleados del Barcelona, acostumbrados al más riguroso profesionalismo, no daban crédito a lo que veían y hablaron –lo reflejó una nota del diario El País, de Madrid– de caos, desorganización y planes que se cambiaban sobre la marcha.
La imagen que falta, la que completa el cuadro, es ese jugador solo, aquella mañana, sin tener a quien pasarle la pelota.
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