El mejor del año: Nacho Fernández, el hombre común que juega un fútbol extraordinario
Como en la víspera de cada fin de año, las remeras se amontonan en la casa de mamá Sara entre recetarios, libros de medicina y todo aquello que utiliza para ejercer como médica clínica. Todos saben que en algún momento antes de arrancar el almanaque de este 2019, inolvidable para su explosión final como futbolista, Nacho hará lo que ya es costumbre. Se instalará unos días en ese pequeño pueblo ubicado a 300 kilómetros de las grandes luces del centro, se nutrirá de los afectos primarios y firmará con paciencia oriental y la humildad de siempre esas camisetas de River que los vecinos del pueblo dejan para que el zurdo les estampe su autógrafo.
Cuarenta kilómetros al sur del partido de Nueve de Julio, después de andar por la ruta 65, está Dudignac. Muchos de los tres mil habitantes, bien futboleros, tienen al crédito local como referencia de cada charla apurando una cerveza, una pizza o un simple café al paso en "la pajarera", como llaman al bar del Club Atlético Social Dudignac. Ese que defendió Nacho de pibe, el de la camiseta a bastones verticales rojos y blancos, opuesta a la del "lobo" que vio crecer al ciudadano ilustre. En el "pago chico" ya nadie se sorprende de las destrezas del zurdo en el Monumental o en cualquier estadio del país y a la hora de golpearse el pecho por el ídolo, todos dejan de lado su simpatía por otros colores en el fútbol profesional.
Pablo Fernández es el director del Hospital del pueblo. Ya no le importa que pocos recuerden su cargo y todos le hablen de su hijo. De los goles que hizo en la Copa, del surco que levanta en cada arranque con esa zancada de pura sangre que le permite eludir rivales en el camino con notable facilidad, o de cómo Gallardo salió enfáticamente a pedir por su continuidad para el año que viene.
Ignacio Fernández levanta multitudes y aplausos. Cada vez que las sesenta mil personas (treinta veces la población de su pueblo) que lo van a disfrutar en Nuñez le recuerdan cuánto lo quieren, su perfil bajo apenas le permite mostrar una tímida sonrisa. Nacho no tiene aritos, no exhibe tatuajes, no se pinta el pelo ni es afecto a las grandes declaraciones. Más armado físicamente que aquel flaco que inició su camino en Gimnasia y luego se fue a crecer y acumular experiencia en Temperley, la versión actual lo sitúa como un arma con la que River hace un daño letal.
Muchos mediocampistas tienen dinámica, algunos pocos tienen cambio de ritmo y llegada, son escasos los que a todo eso le agregan sacrificio y están en peligro de extinción los que como plusvalía se involucran con el arco rival. Nacho Fernández lo tiene todo y en la medida en que ese cóctel fue encontrando continuidad y consistencia, los elogios lo transformaron para muchos, Riquelme dixit, "en el mejor jugador del fútbol argentino".
Resulta que los años pasan y Nacho está demasiado cerca de las tres décadas. Que la carrera del futbolista es efímera y que hay que descubrir cuándo conviene subirse al tren que permite dar el gran salto económico. En las próximas horas llegarán ofertas, una de Inter de Porto Alegre se avizora inminente, y el zurdo deberá tomar una decisión que marque un quiebre en su carrera. Mantenerse en el confort de River para seguir buscando objetivos de la mano y la exigencia de Gallardo o pensar en el futuro de su familia y mudarse a Brasil, si es que los clubes acuerdan los términos de la negociación.
La casa de mamá Sara, en la equina de la plaza y a media cuadra de la iglesia, se va preparando para recibir a ese hombre común que juega un fútbol extraordinario. Mientras tanto un par de veces por día como mínimo, suena el timbre y llega el pedido que pronto se hará realidad. Y la pila de camisetas para firmar cada día se vuelve más alta.
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