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Una eterna disyuntiva que trascendió tiempos y fronteras en el fútbol es el momento del pitazo final. En numerosas oportunidades, cuando el resultado no es el deseado, se producen arremolinamientos alrededor del árbitro, aun cuando los protagonistas saben que a partir de entonces, ya todo es cosa juzgada.
Quien está encargado de impartir justicia más de una vez intuye la llegada del malón. Y se prepara para ello. Aun así, este fin de semana se dieron dos circunstancias especiales que mucho tuvieron que ver con las protestas posteriores y que fueron coincidentes por lo inusual.
El viernes, en San Juan, San Martín y All Boys igualaban 0 a 0 cuando sobre la hora del partido les correspondía a los locales ejecutar un tiro de esquina, pero no tuvieron tiempo ni siquiera de colocar la pelota en ese vértice de la cancha: Saúl Laverni dio por finalizado el cotejo. Ayer, en el Bajo Flores, ocurrió algo similar, pero al término del primer tiempo. Bernardo Romeo se aprestaba a ejecutar un córner para San Lorenzo (igualaba 0-0 con Unión hasta entonces) y Sergio Pezzotta no lo permitió, al marcar el epílogo de la etapa.
Si bien el reglamento deja claramente establecido que la única jugada que amerita corporizarse aunque el tiempo haya expirado es la ejecución de un penal, llama la atención que un árbitro (en este caso, dos) no deje realizar un tiro de esquina. Tal vez sea la falta de costumbre –no creemos que sea el desconocimiento de las reglas– la que en este caso irritó a los jugadores "perjudicados" por esa acción. Generalmente, se le da la oportunidad al equipo atacante y, aunque se haya pasado el tiempo, se permite ejecutar el córner. Claro que con ello, lo que no se contempla es el castigo tácito que recibe quien soportará el envío a su área, a sabiendas de que ello ocurre fuera del tiempo establecido.
Laverni y Pezzotta no hicieron más que cumplir con lo que marcaban sus relojes. Y desde ese punto de vista, sus determinaciones resultaron indiscutibles.
dmeissner@lanacion.com.ar
