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“Estaba caminando y de repente me pasaron por arriba. No iba a la cancha, no los vi venir y acá estoy...”
El balbuceo nervioso y desgarrador, entre lágrimas, de Vicente Zerrousian, de 72 años, que sufrió un corte en el cuero cabelludo y traumatismo de cráneo, fue la simplificadora imagen de otra tarde lamentable en la que el fútbol argentino quedó lastimado por la violencia.
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El ambiente caluroso, sofocante, servía de escenario para el ingreso ininterrumpido de los hinchas de Lanús y Banfield en el estadio. El encuentro de Reserva estaba cerca de la finalización. Pero imprevistamente, a las 15.15, el caos invadió la intersección de las calles Arenales y Granaderos, en la entrada a la popular visitante. Una batalla campal se armó entre la policía y los hinchas granates. Balas de goma, pedradas, ladrillos, palos, vidrios rotos, corridas. Todo con el pretexto de la disputa de un partido.
Los heridos se multiplicaron (fueron diez –cuatro de ellos, policías–) y comenzaron a ingresar en la antesala del vestuario de Banfield para ser atendidos por una unidad de emergencia.
Mientras, los jugadores del Taladro, que estaban entrando en calor en ese sector, sorprendidos, debieron retirarse del lugar.
Según algunos testigos, la hinchada de Lanús, que llegó en caravana hasta el estadio de Banfield, en el trayecto cometió todo tipo de desmanes, ante la pasividad policial. “Algunos venían rompiendo todo, autos, casas...”, confesó por lo bajo un hincha a LA NACION. Hasta que llegaron a pocas cuadras del estadio Florencio Sola y los efectivos les sacaron una bandera gigante a los simpatizantes granates, que pretendían ingresar en la popular, lo que generó las primeras corridas.
Después, todo se agravó porque la hinchada de Banfield sí pudo ingresar sus tradicionales banderas largas, lo que provocó un mayor descontrol –y mucha indignación– en la gente de Lanús.
De todos modos, el partido comenzó, pero al minuto y medio de juego debió detenerse porque los hinchas visitantes estaban subidos al alambrado, amenazantes. Cuando los ánimos se calmaron (a los 15), el juez del match, Roberto Ruscio, decidió proseguir con el match; pero definitivamente debió suspenderlo a los 23 porque el caos era incontrolable y los proyectiles caían sobre el campo de juego y las detonaciones de los balazos de goma hacían temblar el cemento. Luego, el mediocampista Leonardo Rodríguez señaló que cuando trató de calmar a los hinchas estos mismos le indicaron que “no iban a parar porque les habían sacado las banderas grandes”.
Tras el anuncio oficial de la voz del estadio, la parcialidad de Lanús, primero, y la de Banfield, después, comenzaron a retirarse de la cancha, con bronca. El terror en la calle se había calmado, pero los nervios y los insultos continuaron en la zona de vestuarios: la desorganización de la dirigencia local permitió que varios hinchas estuvieran cerca de agredir a los mismos jugadores del conjunto dirigido por Osvaldo Sosa. Las acusaciones, penosas, se cruzaron entre los directivos de ambos clubes y la policía, que detuvo a catorce personas.
“Sólo hubo una pequeña refriega”, dijo el comisario inspector Dionisio Gauna. “Tiene que renunciar toda la plana mayor de la comisaría de Banfield”, disparaba Nicolás Russo, vicepresidente de Lanús. “No sé de quién es la responsabilidad, pero el problema fue entre la gente de Lanús y la policía”, se desentendía el titular del Taladro, Carlos Portell.
Las calles aledañas al estadio y el sector bajo de la popular visitante parecían un campo de guerra: perdigones de balas de goma, ladrillos rotos, los baños y el puesto de venta de gaseosas destruidos... Un vendedor, aún atemorizado, describía, ante la mirada del escribano Romelio Fernández Rouyet, que labraba el acta de los daños realizados: “Fue una locura. Parecían animales; rompieron todo; tuve mucho miedo”. Sus ojos, perdidos en el recuerdo angustioso de la situación que había vivido, le sacaban las ganas a más de uno de volver alguna vez a una cancha.
El árbitro Roberto Ruscio informó: “Suspendí el partido por los continuos proyectiles que arrojaban los hinchas de Lanús, que podían lastimar a algún jugador, al margen del tema de las banderas y sin tener en cuenta la garantía o no que me podía dar la policía”.
El volante José Luis Sánchez, de Banfield, opinó: “El partido debió continuar por nuestra gente, que se comportó muy bien, y porque hay que ganarlo en la cancha y no en los escritorios. Lanús merece una sanción”. El tesorero de Banfield, Jorge Alvarez, comentó: “Reclamaremos a Lanús por la reparación de los sanitarios y del puesto de gaseosas”.


