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Por Lucas Goyret
@lgoyret
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Un año, 365 días, 52 semanas. No importa de qué manera se lo cuente. Para el pueblo español es como si hubiese sido hace tan sólo unos pocos días el logro deportivo más importante en la historia del país: el título mundial obtenido en Sudáfrica. Aquel 11 de julio en que Andrés Iniesta le dio a su España querida la mayor alegría, a nivel deportivo, persiste en la retina de cada uno de los españoles como un inolvidable sueño del que, seguramente, jamás querrán despertar.
Hace tan sólo un año, España estaba expuesta ante millones de personas de todo el mundo. Había llegado al Mundial de Sudáfrica como la mejor selección del momento, pero era nuevo en esto de definir una competencia de semejante envergadura. Por lo que era todo un reto para el conjunto conducido por Vicente Del Bosque enfrentar su primera final mundialista.
En la otra vereda se encontraba Holanda, otro rival que tampoco había sido campeón del mundo. Pero que, en el análisis de las estadísticas e historia, ya sabía lo que era definir este tipo de campeonatos (aunque siempre se quedó con las manos vacías).
El 16 de junio, la España "candidata" comenzaba su travesía por tierras sudafricanas ante Suiza. Jugadores, técnicos y la prensa especializada coincidían, casi en forma unánime, en que el equipo conducido por Vicente Del Bosque llegaba como la selección más afianzada y con mejor juego. Pero el único interrogante que brotaba en torno al conjunto ibérico era cómo iba a poder asumir ese rol de "favorito", sin tener una gran historia en mundiales. Para colmo, el debut no fue el soñado. La Furia se vio sorprendida por la rigidez impuesta por el equipo helvético, que se quedó con una victoria impensada. Era la primera gran sorpresa del Mundial.
Tan injusto suele ser este deporte que luego de la victoria suiza, aquellos que minutos antes del encuentro sostenían que España iba a ser uno de los grandes candidatos, comenzaban a poner en duda el favoritismo de la Roja. El tiempo se iba a encargar de demostrar cuán injustos fueron muchos con un equipo que todavía tenía muchísimo por ofrecer.
Luego llegaron las victorias sobre Honduras y Chile. Tras la deslucida actuación ante Suiza, varias figuras españolas empezaron a acallar las críticas recibidas después de la derrota. Con la potencia goleadora de David Villa, el aporte de calidad entre Iniesta y Xavi, y las decisivas atajadas de Iker Casillas, como algunos de los puntos más sobresalientes del equipo, España enderezó el camino y se quedó con un reñido Grupo H.
La primera prueba había sido superada. Con esfuerzo, pero algo más de superioridad que Chile, el segundo del grupo, la Furia llegaba a octavos de final. Allí empezaba otro torneo completamente distinto. Ya no había tiempo para errores. Había que demostrar para qué estaba esa gran selección. El rival era Portugal, que no contó en todo el torneo con un Cristiano Ronaldo iluminado. David Villa se volvió a vestir de héroe y empezaba a ser "el hombre de los goles decisivos" para España, que venció a los lusos por 1-0. Una nueva prueba superada. Aunque todavía faltaban tres.
En cuartos de final lo esperaba la siempre difícil Paraguay. El conjunto guaraní venía cumpliendo una dignísima Copa del Mundo. Del Bosque sabía que no iba a ser, para nada, un partido sencillo para sus dirigidos. Con mucho empuje y oficio de campeón, España se llevó una victoria muy ajustada ante un rival que luchó con uñas y dientes hasta el final. A pocos minutos de comenzada la segunda mitad, Iker Casillas, ese gran capitán que tuvo el equipo, sacó todo su temple y se quedó con una de las pelotas más importantes de su equipo durante la competencia. Oscar Cardozo remató a la izquierda del arquero del Real Madrid, pero este no titubeo, se tiro a ese lado y le quitó la posibilidad a Paraguay de darle un duro golpe a España que, a partir de ahí, recobró confianza y fue a buscar el partido. Xabi Alonso también malogro un tiro desde los doce pasos. Pero España tenía al hombre Maravilla, como lo tildan en el país ibérico. David Villa volvió a darle el triunfo a un equipo que, a medida que pasaban los partidos, creía más en sus capacidades. Pero que siempre se manejó con la misma cautela y serenidad que con la que jugaba. Todavía faltaba mucho.
Alemania era el otro semifinalista. El conjunto teutón llegaba con toda su historia a cuestas, mientras que los españoles querían dar el primer gran golpe en un Mundial. Apoyados por la historia y la experiencia en este torneo muchos consideraban a los alemanes como los grandes favoritos, a pesar del buen juego desplegado por una España que ahora sí debía demostrarle al mundo si estaba en condiciones de meterse, definitivamente, entre los mejores del planeta. Ni la final de la Eurocopa ganada en 2008, en Austria, ante el mismo rival era un parámetro para los ibéricos. Mientras tanto el Pulpo Paul se encargaba de quitar todo tipo de presión "a su selección" y se llevaba todos los flashes con sus predicciones. Su veredicto: ganaba España. Y así fue. El conjunto conducido por Del Bosque jugó como los grandes campeones. Se burló de una de las grandes selecciones del mundo. Si bien el 1-0 supone un partido chato y peleado, España tuvo el dominio absoluto del encuentro y sólo la falta de efectividad le impidió estirar la ventaja. Puyol cortó esa racha con un gran cabezazo a quince del final y los españoles, por primera vez en su historia, se metían en una final del mundo. Ya quedaba muy lejos aquella derrota ante Suiza. Para esta altura, en España era todo optimismo e ilusión, pero siempre con los pies sobre la tierra.
En la gran final Holanda iba a ser el rival de la Roja. El conjunto conducido por Bert van Marwijk llegaba como único invicto del torneo. Además, quería revalidar el dicho que sostiene que "la tercera es la vencida", ya que la naranja había caído en las dos finales del mundo que había disputado (ante Alemania en 1974 y frente a Argentina en 1978). Pero se no le importó al Pulpo Paul, ya convertido en una de las grandes revelaciones del Mundial. El molusco se la volvió a jugar y auguró un triunfo de España.
El gran día llegó. Aquel 11 de julio, en el estadio Soccer City de Johannesburgo, va a quedar en el recuerdo de cada uno de los españoles que sufrió, vibró y lloró con su selección. Ese equipo que, después de mucho tiempo, quería meterse en la historia grande de los mundiales. Como se preveía, el partido fue de ida y vuelta. Ninguno era amplio dominador. Los dos arqueros, Stekelenburg e Iker Casillas, fueron las grandes figuras. Este último salvó a su equipo en un mano a mano frente a Wesley Sneijder, a pocos minutos del final. Sin embargo, uno sólo iba a tener el honor de quedarse con la Copa. En el minuto 116 del alargue, el mundo se detuvo por un instante. Andrés Iniesta, el gran estratega del equipo, recibió sólo en el área y tenía en sus pies la ilusión de millones de españoles que esperaban ansiosos la definición del crack del Barcelona. Por un momento el catalán tuvo que quitarse la capa de mago y vestirse del hombre Maravilla para definir con la misma efectividad que el delantero, compañero suyo en el Barca. Un derechazo bajo al palo derecho dejó sin respuestas a un Stekelenburg que quedó rendido en el piso. Jugadores que estaban en el campo, los suplentes, colaboradores, todos menos el Bigotón Del Bosque, fueron a abrazar a uno de los grandes héroes del país. España era campeona del mundo por primera vez en su historia. Esa imagen del capitán Casillas con la copa quedará en la posteridad de un país que, a partir de este logro, buscará seguir pisando fuerte en la historia de este deporte.
El 11 de julio, pero de 2010, mientras esos 23 jugadores se agarraban la cabeza, lloraban y festejaban, sin entender lo que estaba pasando, millones de españoles sentían que estaban viviendo un sueño. Un sueño que tardó varias décadas en llegar y del que hoy, un año después, todavía siguen sin poder despertar.



