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Se llamaba Julio César Pasquato, pero en el mundo del fútbol bastaba un único nombre para identificarlo: Juvenal.
Murió ayer, a los 75 años -recibió sepultura en cementerio privado de Lomas de Zamora-, víctima de una diabetes que lo persiguió durante mucho tiempo, aunque no fue capaz de doblegar sus ganas de escribir, su garra para ejercer apasionadamente el periodismo: en junio último cubrió para El Gráfico el Mundial de Francia -el décimo de su extraordinaria trayectoria- y allí presentó su libro, "Fútbol desde el alma".
Había nacido el 30 de agosto de 1923, en San Telmo, y un dato concreto, de esos que para él eran indispensables en cada nota, apenas si alcanza para abarcar su experiencia en el periodismo y en el fútbol: fue testigo, en la cancha, de la apilada de Vicente De la Mata -gol de Independiente a River- en 1939, y de la obra maestra de Maradona contra los ingleses, en 1986. Medio siglo ante sus ojos, reflejado después con un estilo que se podría definir con dos palabras que él mismo utilizaba para calificar, en sus escritos: "Químicamente puro".
El no tuvo problemas de adaptación para pasar del entreala al cuarto volante o de la Olivetti a la PC. Aun sin la firma debajo, su obra tiene ese privilegio único de ser identificada siempre. Las columnas iniciales en la revista River, las siguientes en La Razón -desde 1961- o su obra en El Gráfico, en los últimos 35 años. Todas tuvieron el mismo sabor y sentido que la primera, aquella que alguna vez Juvenal reconoció como su mayor fuente de orgullo: "Fue un reportaje a mi ídolo, José Manuel Moreno, allá por 1947. Cuando terminamos de hablar, me dijo: "Tratame bien, pibe, que te dejo un cacho grande de mi vida".



