La fundición del 10

MADRID.- En esta ciudad, en la que aun lo tienen fresco por lo que supuso, hablan del efecto Queiroz referido al Barça; Queiroz entrenó al Madrid de los galácticos con un juego primoroso con el que lo iba a ganar todo, y en primavera, cuando se decidían los títulos, encadenó 4.600 derrotas seguidas. El Barça lleva unas cuantas pero el diagnóstico, en frío, todavía no llega al grado Queiroz. Que eso no ocurra depende no del banquillo, donde lejos de haber soluciones hay problemas, sino del 10, el argentino dueño del balón. De momento pinta mal. Pero siempre que uno se despierta el dinosaurio está a su lado.

Contra el Atlético Messi lo intentó de todas las maneras y hasta con todas las actitudes. Fue enganche, organizador, punta revoltoso y un poco extremo. El primer balón que agarró en el Vicente Calderón fue pegado a la línea. De no se sabe dónde inventó un espacio (Messi inventa tiempo y espacio) y dejó atrás a su marcador; fue un tuya mía de un botín a otro filtrándose entre dos cuerpos como una anguila. Jorge Valdano, el comentarista del canal de televisión español, dijo: "La bestia empieza el partido marcando su territorio". Pero ese territorio no fue a más. Cuando la estrella está mustia, y estar mustio en Messi es no derrumbar a medio equipo con un eslalom, el Barça deambula hacia la melancolía.

En Europa y contra el Cholo la melancolía es un suicidio asistido. El 10 arrancó, hizo pivotar el ataque sobre él, desapareció y emergió entre defensores como la aleta de un tiburón, pero todo lo más que hizo el Barça fue arrinconar al Atlético, lo metió debajo del arco, y al llegar allí rezaba pendiente de un rechazo, le pedía a Dios un gol en contra o una macana del portero. Como si lo adivinase, un diario deportivo catalán hizo en la previa una tapa con tres velas (la MSN) mientras anunciaba el artículo de una monja. Pero Dios ayer no se vistió de Messi; lo hizo de otro argentino, el favorito para ganar la Champions, Diego Simeone.

* Escritor y periodista español.