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La Navidad es el 25 de diciembre. Y La Natividad, en polo, es el 6 de noviembre. Este sábado pareció nacer algo en este deporte, gestado hace dos años, cuando los chicos Castagnola irrumpieron en la Triple Corona, y concretado ahora, cuando Barto y Camilo, con Pablo Pieres e Ignatius Du Plessis, conquistaron el Abierto de Hurlingham, el segundo torneo en importancia en el mundo.
Catorce a ocho. ¡Catorce a ocho! Con ese marcador vencieron al calificado RS Murus Sanctus, un equipazo de 39 goles de handicap, que les llevaba 3 de diferencia. Es cierto que el desarrollo de la final en la cancha 1 de Hurlingham fue más parejo que lo que indica el tanteador, pero también que la carta goleadora de La Natividad, Camilo Castagnola, estaba herida. Se notó al principio, pero ya en el segundo chukker el chico fue el Jeta de siempre y terminó a toda orquesta, como el resto del equipo. Polito Pieres fue la figura, pero los cuatro rindieron en alto nivel.
El primer chukker y parte del segundo fueron lo esperado, y más: dos equipos lanzados a correr hacia el arco, con una relación inversamente proporcional entre cantidad de toques de bocha (la menor posible) y velocidad (la mayor posible). El ida y vuelta encontró mejor a La Natividad, con un Pablo Pieres iluminado entre actitud y taqueo yendo a fondo. Cuatro a uno se puso arriba el equipo de Cañuelas, ante un adversario que aceptaba el golpe por golpe pero con menos efectividad. El partido era un placer, sin infracciones en ese período inicial, y apenas dos en dos parciales.
En algún momento el ritmo iba a bajar. Cuando se tuvieran más estudiados los equipos, cuando uno entendiera que esa cadencia no le resultaba, la velocidad del juego iba a reducirse, y el tercer período vio algo de eso. Pero la intención ofensiva siempre estuvo. Con más enredo y con campo más abierto, siempre la prioridad, tanto azul como verde, fue hacer goles.
El medio juego era más terreno de Murus Sanctus, pero éste se encontraba con una pared sudafricana: Ignatius Du Plessis están en su mejor momento, aplicando a la bocha la potencia de su cuerpo grandote, tanto para pasarla como para despejarla. La Natividad cambió el esquema, con Polito Pieres yendo en las salidas contra Juan Martín Nero y el averiado Camilo Castagnola contra otro tocado, Facundo Sola, que en el descanso largo tardó un buen rato en volver desde los palenques. Las otras parejas de marca recíproca eran Guillermo Caset/Barto Castagnola y Pablo Mac Donough/Du Plessis.
Murus Sanctus intentó e intentó. No tuvieron días inspirados Caset (figura en la virtual semifinal ante Ellerstina) y Sola, y Mac Donough fue creciendo. Nero hizo de todo, entre defensa y ataque –más algunas faltas, también–, y en el trenquelauquense se sostuvo la estructura del equipo francés. Que apretó bastante, por cierto: el balance de jugadas de gol no convertidas fue de 13-5, con supremacía azul. Pero Caset estuvo errático en las bochas detenidas –terminó rematando Nero– y el rival, menos prolífico pero más certero, mantuvo siempre una diferencia de al menos tres tantos desde el 7-4. Ya nunca estuvo cerca de ser alcanzado.
Y cuando en los últimos dos períodos pareció definido el campeón, La Natividad quebró a su rival. Llegó antes a las bochas, copó la posesión, aceleró, se lució con golazos, frente a intentos desesperados de tres jugadores de 10 de handicap que se vieron sobrepasados por la fuerza de la juventud de los Castagnola, un revitalizado Polilla Pieres y un sorprendente Nachi Du Plessis.
Tal fue la supremacía del conjunto de la ve blanca en el cierre, tanto en el resultado como en el juego, que los últimos segundos no tuvieron disputa, como en el desenlace de un partido de básquetbol liquidado. Murus Sanctus saludó a La Natividad y los de Cañuelas salieron a festejar eufóricos. Aceleraron frente a las tribunas, ante hinchas que revoleaban ropa y saltaban, entusiasmados como lo estaba la gente en tiempos de Indios Chapaleufú. Los campeones fueron volando a los palenques como si estuvieran escapando al arco para anotar un gol decisivo: ésas eran sus ganas de celebrar su primera conquista de un trofeo de Triple Corona. Con lustre, con contundencia, con frescura, con estupendo juego. Y con un futuro que se avizora gigante. Para ellos y para el polo. Toda una natividad en este deporte.