El día que Nadal hizo llorar a Federer: diez años de un instante conmovedor

Un minuto y 18 segundos de lágrimas auténticas, conmovedoras. Es el más grande de todos los tiempos o está a punto de serlo, sólo es cuestión de tiempo- y cuando ya transcurren 15 minutos del lunes 2 de febrero de 2009, exactamente una década atrás, parece que se frena el reloj de la historia. Roger Federer tiene un plato enorme entre sus manos y no para de llorar; le acercan un pañuelo que fracasa en el intento de gobernar la emoción, mientras el Rod Laver Arena se pone de pie. Mirka, su mujer, se tapa la cara, y a su espalda la leyenda australiana, el verdadero Rod Laver, es parte del relato. Largos metros más allá, aplaude tímidamente Rafael Nadal , un poco incómodo. Tiene 22 años, es el número 1, logra el Abierto de Australia por primera vez única, a esta altura-, en un dramático 7-5, 3-6, 7-6 (7-3), 3-6 y 6-2 en 4 horas y 36 minutos que se extienden hasta el día después, evita que el suizo alcance la línea de Pete Sampras con 14 grandes y, sobre todo, crea un drama. Federer no para de llorar. De angustia, de tristeza. "God, its killing me (Dios, me está matando)", confiesa.
Diez años vuelan en un suspiro. Nadal acaba de tropezar con Djokovic en Melbourne y sigue como número 2 mundial y es una leyenda, a los 32. Federer "cae" al puesto 6 y sigue siendo el más grande, a los 37. Es más: logró los dos grandes australianos anteriores. Ya cuenta 20 Grand Slams. El asunto estuvo allí, esa noche estival, cuando las lágrimas invadieron al gigante, convertido en un hombre común, de carne y hueso. Nadal lo hizo.

Era la quinta victoria en serie, repartidas en polvo, césped y cemento. Se había acabado aquella certeza de que sólo Roger se resbalaría sobre el clay. A esa altura, era goleada: 13-6 pierde el genio de Basilea. La reseña actual es abrumadora: 23-15, aunque el suizo se impuso en los últimos 5, que incluyen Melbourne 2017 en cinco sets. Pero el asunto fue aquella noche, cuando tenía 27 años y se le aflojaron las piernas como nunca antes. Como no le volvió a ocurrir.
El suizo había disputado 14 finales en los últimos 15 Grand Slam, pero había perdido tres de las cuatro últimas ante Nadal. Una temporada antes, había inclinado su pedestal después de haberlo disfrutado durante 237 semanas. Era la entrega de trofeos, con Laver dando vueltas con su aura. El presentador menciona, al pasar, la frustrada ilusión de alcanzar a Sampras. "Roger se va a tomar una pausa, y entretanto tenemos en la palabra a un campeón extraordinario", dijo el presentador del acto. Se saludan los gladiadores y, como puede, el suizo ensaya unas palabras. "Quizá vuelva a intentarlo otra vez, no lo sé", murmura, con el teatro a cielo abierto rendido, como siempre, a sus pies.
Allí es cuando lanza: "Dios, esto me está matando". El zurdo se inclina con una frase que conmueve: "Antes que nada, lo siento por lo de hoy, pero eres un gran campeón, uno de los mejores de la historia. Vas a superar los 14 títulos de Sampras, seguro. Felicitaciones por toda tu carrera, y te deseo la mejor de las suertes para el resto de la temporada".
Más tarde, después de aquel desconsuelo mayúsculo, que también ya es parte de su estirpe, abrió su corazón como pocas veces. "Al principio estás disgustado, sorprendido y triste, son muchos sentimientos los que uno tiene. El problema es que no puedes irte al vestuario y darte una ducha fría. Tienes que salir fuera. Y ese es el peor momento. Es duro", sostuvo. "Creo que puedo ganarle, estoy convencido de que puedo ganarle", insistió aquella madrugada en la que perdió un partido que, seguramente, jamás olvidó. "Es que me duele mucho perder", contó, diez años atrás. El día que Federer no paró de llorar. Nadal fue el villano.

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