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CARILO (De un enviado especial).- La práctica acaba de terminar y Romy, vestido con una remera color chocolate, bermudas sport y zapatillas de paseo, muy lejos siquiera de un look promedio para una cancha de tenis de barrio, desafía confiado: "¿A ver? Dale, sacá de verdad". A su lado está su compañero de dobles, una suerte de joven muralla humana llamada Julián, apenas por delante de su línea. Del otro lado, Carla dice: "Dale, Guille; sacale". Entonces, el Mago Coria deja las dudas y acierta con un saque interesante, en rigor no del todo como los muchos que hizo en el entrenamiento, aunque suficiente para poner a prueba a un aficionado. Y Román, hermano de Guillermo, se estira sobre el revés hasta alcanzar milagrosamente esa bola, que vuela por el aire, bien alto, hasta picar del otro lado. Entonces, Guillermo define con un smash, pero ya está pensando en lo que quiere decir y lo dice: "Me tiró abajo. Estuve sacando una hora y me lo devolvió".
Guillermo sonríe. Está feliz de jugar dobles con su esposa, su hermano y su amigo. Ya vendrá el tiempo de la competencia, de la concentración a pleno y del estrés por buscar una victoria. Ahora es momento de rematar este momento distendido de un día de Guillermo Coria en Cariló. "¿Vos sabés con quién estás jugando?", dice Romy, agrandado, pero Guille le baja el copete y, jugando con la leyenda en la parte trasera de la remera de su rival, le contesta: "Sí, con Boom Boom 10".
"A ellos les gusta el tenis y yo les juego. La pasamos bien", dice Coria, el jugador de tenis, claro, que repite una y otra vez bajo el tibio sol del atardecer que eso es increíble. Se refiere a la paz de esta ciudad en diciembre, a que lo rodean algunos de sus seres queridos, otros jugadores que, como él, eligieron la belleza natural de un sitio donde el hombre trata de adaptarse al medio ambiente y no al revés, donde los grandes árboles mandan y el mar sólo se deja ver si se supera la valla de los médanos.
Los Coria, acá, incluyeron también a Jorge Trevisán, el preparador físico del Mago, y a Hernán Gumy, coach del jugador de Venado Tuerto, junto con su mujer. Alquilaron una casa enorme, con pileta y a metros del mar, donde todos vivieron en una suerte de comunidad delicadamente equilibrada para ofrecerle a Guillermo el mejor marco para su preparación.
Los cuatro turnos de entrenamiento no dejaron demasiado espacio para el esparcimiento, y por eso, en cuanto aparecía un hueco para el ocio, se aprovechó. Jugando al tenis, en la Play Station que se trajeron o en la playa o la pileta, según las ganas y dependiendo del viento que a veces azota en la costa y molesta bastante.
Las sesiones de tenis fueron en el Cariló Tennis Ranch, a metros del golf y del centro comercial. Por aquí, todo queda cerca, en realidad. Allí, Guillermo se siente muy a gusto. Ya estuvo el año último y lo trataron tan bien que volvió. La gente lo saluda respetuosamente, los chicos le piden autógrafos, pero no hay acoso; sí, admiración y cariño.
En medio de la práctica, Coria se hace visera con la mano izquierda y mira hacia las canchas de cemento, a no más de 150 metros. Al rato, vuelve la vista hacia el muchacho de la vincha que le da fuerte de derecha. Más tarde, Coria le grita: "¡Eh, cabeza!" "¡Guille!", devuelve Juan Mónaco, que se prepara para el Abierto de Australia con el apoyo de Diego Veronelli. En otra cancha, pero ya de polvo de ladrillo como la que usa Coria, se entrena Mariano Zabaleta. En verdad, hay toda una comunidad tenística preparándose aquí, que incluye a Juan Pablo Guzmán, Juan Pablo Brzezicki, Diego Junqueira y Máximo González, que se ayudan mutuamente.
Los últimos meses, Coria disfrutó como nunca de la familia y los afectos. Y ahora, que se prepara para volver, no quiere dejar de lado eso que recuperó.




