Por qué el Abierto de Australia pasó a ser el Grand Slam más valorado
Alguna vez, este torneo que deslumbra en Melbourne y que atrae a cientos de miles de personas y a todas las grandes figuras del tenis, fue el patito feo de los Grand Slams, una prueba escasa de atractivos que los jugadores top elegían pasar de largo. Lejos de lo que sucede hoy, con un Abierto de Australia afianzado como uno de los torneos de mayor relieve y que marca tendencia.
El tenis australiano vivió su apogeo en los años 50 y 60 con una camada de leyendas que ganó varias veces la Copa Davis y dominó el circuito hasta los primeros años del profesionalismo, con nombres destacados como Lew Hoad, Ken Rosewall, Neale Fraser, Roy Emerson, Rod Laver, John Newcombe y Tony Roche. Pero, entrados los años 70 y 80, el Abierto de Australia perdió terreno. Si bien Guillermo Vilas concurría siempre (lo ganó en dos ocasiones, 1978 y 1979), otras figuras del tour, como Björn Borg, Jimmy Connors y John McEnroe, lo soslayaban. Recientemente el ecuatoriano Andrés Gómez, ex Top 10 y campeón de Roland Garros, recordó aquella situación: "En los 80, el Australian Open no era de los más populares. Se jugaba al fin de año entre Navidad y Año Nuevo, los premios eran malos, al igual que los puntos. Por suerte cambió para las nuevas generaciones, pero en mi época eran los Big 3 (Roland Garros, Wimbledon y el US Open)".
Obligado a reinventarse, el Open australiano dejó el Kooyong Lawn Tennis, un club coqueto pero pequeño para la trascendencia de un Grand Slam, y se mudó en 1988 a un complejo nuevo en Melbourne, conocido entonces como el Flinders Park. También cambió el césped por una nueva superficie, denominada Rebound Ace (cancha rápida). También en 1988 Australia adoptó las sesiones nocturnas, tras los pasos del US Open (desde 1975). Tres décadas después, ambos son todavía los únicos Grand Slams con encuentros nocturnos: Roland Garros aún no tiene estructura, y Wimbledon, que podría tener cotejos en el court central, está ubicado en una zona residencial, por lo cual el juego no debe extenderse más allá de las 23 para no perturbar a los vecinos del All England.
Australia no solo no tiene iluminación en todas sus canchas, sino que incluso se convirtió en el Grand Slam en el que más tarde terminan los partidos. La semana pasada, Garbiñe Muguruza le ganó a Johana Konta a las 3.12, horario récord para un duelo femenino. Entre los varones, Lleyton Hewitt le ganó a Marcos Baghdatis en 2008, y festejó a las 4.34 de la madrugada. Más: Australia es el único Grand Slam cuyas finales se juegan en horario nocturno, desde las 19.30 locales.
En algún momento, Australia advirtió también que era necesario crecer ante el avance del tenis en Asia; en algún momento, China –sin la tradición tenística que tiene Australia– podía convertirse en un potencial adversario a futuro. Hace trece años adoptó la denominación de "Grand Slam de Asia y del Pacífico", como para despejar dudas. Aumentó los premios para los jugadores hasta estar a la par de sus colegas. Este año batió otro récord, con un total de 62,5 millones australianos (US$44.742.000) para repartir. Es un aumento del 56 por ciento en apenas cuatro años: en 2015 totalizó premios por AU$40 millones. La amplitud de horas de juego (en promedio, unas 12 entre el primer encuentro y el cierre) también le permitió recuperar espacio televisivo, más allá de la desventaja del huso horario australiano respecto de América y Europa, pero muy cerca del creciente mercado asiático. El Open oceánico se preocupó también por adaptarse a las tendencias de comunicación, redes sociales y nuevas tecnologías.
Australia también es el único Grand Slam con tres estadios techados: el Rod Laver Arena, con capacidad para 15.000 espectadores; el Melbourne Arena (ex Hisense, para 10.500) y el Margaret Court (7500); en el resto de las canchas también se sumaron techos a las tribunas, con la idea de que los espectadores no sufran el potente calor oceánico. ¿Cómo le va a sus colegas? Wimbledon techó en 2007 su histórico court central, y en breve inaugurará la cubierta corrediza para la Cancha 1. El US Open invirtió una fortuna para techar el inmenso Arthur Ashe y el remozado Louis Armstrong. Roland Garros deberá esperar hasta 2020 para mostrar una cancha central a salvo de las lluvias.
La concurrencia creció a niveles exponenciales. Aquel último Abierto en el Kooyong, en 1987, tuvo 140.087 personas. El año pasado, Australia batió su propia marca de concurrencia con 743.667 espectadores para las dos semanas de acción. Suficiente para desbancar al US Open (732.663). Y bastante por encima de Wimbledon (473.169, en 13 días de juego y sin cotejos nocturnos) y del abierto francés (480.500, con 15 jornadas de acción).
Acaso Melbourne no cuente con el peso turístico de las sedes de los otros Grand Slams (París, Londres y Nueva York). Pero el gobierno del estado de Victoria detectó un buen impacto económico en Melbourne por el movimiento turístico que genera el torneo, y apoyó las reformas, con un presupuesto de 363 millones de dólares.
Australia es ahora reconocido como el "Happy Slam" (el Slam feliz). Lo explica Novak Djokovic, seis veces campeón allí: "Hay buenas vibraciones, mucho movimiento alrededor de la ciudad. La gente de Australia ama el deporte, entiende los valores deportivos, y por supuesto, su tenis. Durante estas tres o cuatro semanas de la gira, se puede ver mucho tenis en TV y todo el mundo lo sigue".
Más allá de los partidos, el torneo abunda en atracciones, con dos escenarios para conciertos musicales todos los días, y decenas de áreas dedicadas a la gastronomía. Una familia necesita mucho y variado entretenimiento para una jornada extensa. "Estamos convirtiendo el Abierto en una experiencia que puede llegar a cualquier persona. Y que sea algo premium para cada espectador", aseguró el director del torneo, Craig Tiley. Con pequeños detalles o grandes cambios, Australia se mueve y marca diferencias.
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