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Qué hubiera sido de la historia del fútbol argentino si Diego Armando Maradona hubiese bajado los brazos para siempre aquella tarde en la que César Luis Menotti lo desafectó del plantel que iba a competir en el Mundial de 1978? Es una buena pregunta para dejar flotando cuando los chicos que sueñan a lo grande en el deporte argentino se enfrentan a la posibilidad de no poder participar en los Juegos Olímpicos de la Juventud.
Un sueño increíble: la familia olímpica baja a Buenos Aires, los anillos realzan el nivel de la competencia, los Juegos se llevan adelante en terreno propio, en el que el clima, el idioma y la comida favorecen las chances de los locales, con la posibilidad adicional de un aliento multiplicado.
Lamentablemente no será para todos, como se explica en la nota que abre esta página. Con un límite de 75 atletas en deportes individuales, las marcas no aseguran la inclusión: mandan los cupos. La organización argentina de los Juegos no determina las reglas; la mecánica viene aceitada desde Lausanne, pensada con un criterio distributivo. Hay que tener en cuenta que este tipo de competencias, aún con carácter universal, no prioriza el espíritu mercantil. No hay medalleros, el éxito se mide en grados de participación y realización personal, no es material contable.
No está de más destacarlo: el semillero argentino rebosa de promesas. Los programas de detección de nuevos talentos puestos en marcha arrojan frutos. Ciertas apariciones invitan a regar el entusiasmo. Para muchos de ellos, los Juegos serán, probablemente, la oportunidad de presentarse ante el gran público. Otros ya dejaron atrás esa etapa: allí están la bonaerense María Sol Ordaz, doble campeona sudamericana de remo; el joven entrerriano Pablo Zaffaroni, líder del ranking mundial juvenil en salto con garrocha y quien fuera campeón de su especialidad en los últimos Juegos Sudamericanos en Santiago, el año pasado; o la puntana Valentina Aguado, ducha en escalada pese a sus 16 años, al punto de que ya ganó cuatro medallas en los Panamericanos juveniles de la especialidad en Toronto. Solo por mencionar algunos.
La buena noticia es que la promoción continúa alimentando las ilusiones de un país que vibra con las actuaciones deportivas. No estarán todos en los Juegos, eso es claro. Pero el futuro se ensancha después de la enorme cita porteña. Maradona no jugó el Mundial 1978, no la pasó bien en la Copa del Mundo de 1982, pero se consagró como el mejor futbolista del mundo en 1986. Si se hubiera rendido aquella tarde aciaga, nada de lo que vino después habría deslumbrado tanto.
