
No sólo los varones fueron endurecidos por el medio rural; también las mujeres fueron ejemplo de rudeza
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En "Paulino Lucero", Hilario Ascasubi cede la voz a "los gauchos del Río de la Plata cantando y combatiendo contra los tiranos de las República Argentina y Oriental del Uruguay (1839 a 1851)", según reza el subtítulo.
Los tiranos eran Juan Manuel de Rosas, en la banda occidental, y Manuel Oribe, en la oriental. Los gauchos se expresan allí en "su propio idioma", como explica el autor en el prólogo de la primera edición (París, 1872). Las sesenta y cinco composiciones que contiene el libro fueron escritas en el período señalado y difundidas, como brasas, entre los soldados sitiadores de Oribe.
En dos de ellas aparece la gaucha Isidora, federala, mazorquera y arroyera, es decir, oriunda de San Nicolás de los Arroyos. En la primera, Anastasio el Chileno, espía de los patriotas durante el sitio de Montevideo por Oribe, le cuenta a un amigo algunas vicisitudes de la permanencia de la federala en la Banda Oriental, su regreso a Buenos Aires y su fin sangriento.
En la "relación" habla el Chileno, salvo en dos ocasiones, cuando la mazorquera, a quien se le ha caído el puñal de la liga, amenaza a las mujeres orientales, "las orientalas" que se niegan a aceptar la divisa federal: "¡Moño grande! que se vea,/ se han de poner a la juerza:/ y a la que medio se tuerza/ se lo he de pegar con brea".
Además sostiene con Manuelita un diálogo con réplicas como ésta: "-Salí, porteña pintora,/ federala zalamera;/ que si yo no te quisiera,/ velay (dijo la Isidora).../ No te trujera esta lonja/ que le he sacao a un francés,/ para vos, ahí la tenés:/ esto es querer, no lisonja". El regalo era un segmento de piel arrancado del cuerpo de un enemigo.
En casa de Rosas, apenas llegada la Isidora, Manuelita le muestra a la "güena federala", a pedido de ésta, las orejas del coronel Facundo Borda, quien, después de la batalla de Monte Grande, había sido fusilado por orden de Oribe. "Entonces la Manuelita/ las sacó de una cajita,/ y cuando se las mostró/ la gaucha las escupió y pensó hacer otras cosas".
Para colmo de exorbitancia (unitarios y federales se atribuían unos a otros salvajadas descomunales), el Restaurador, en un rapto de alucinación, entre convulsiones y echando espuma por la boca, le grita ¡asesina! a la pobre Isidora y, a pesar de las súplicas de Manuelita, la manda degollar "como un pato".
Hacia el final de su libro, Ascasubi incluye un "remitido" de la propia Isidora, enviado al diario El Comercio del Plata, de Florencio Varela, uno de los más importantes del Montevideo de entonces. Con orgullo, la federala toma la péñola y arranca así: "También las gauchas sabemos/ escrebir como cualquiera,/ y de la mesma manera/ de hacer coplas entendemos".
Responde a una "trova" del gaucho Santos Contreras aparecida en el mencionado periódico con destino al "Exmo. Sr. Restaurador de las Leyes y Gobernador del Continente Americano". Es una tomadura de pelo tejida con ironías punzantes. Los elogios ocultan sarcasmos y mordaces ironías.
En otra colección de versos periodísticos, titulada "Aniceto el Gallo, o gacetero prosista y gauchi-poeta argentino" (1853-1871) hay una composición en la cual Nicolasa la Porteñaza, "gaucha amasandera" -y antiurquicista-, le envía una empanada a don Usebio José de Urquiza (el Usebio es alusión a Don Eusebio, el bufón loco de Rosas) con motivo del Viernes Santo. Pero le advierte que en vez de rellenarla con pescado, por estar carísimo la ha rellenado con gallo (referencia a Aniceto). "Tendrá, eso sí, que morder/ si acaso el hambre lo apura,/ porque el gallo es ave dura/ para dejarse comer."
Estas gauchas, mencionadas colectivamente en el "remitido" de la Isidora, eran mujeres de las que la Revolución Francesa había dado, medio siglo antes, numerosos paradigmas: hembras desfachatadas, desafiantes, caracterizadas por el odio, el resentimiento, la grosería y la ignorancia, en total contraste con el tipo de mujer frágil y sometida, entonces y después en boga. Por extensión, y acaso con algo de ironía, el vocablo gaucha -insólito femenino en ámbito tan masculino- se aplicó a la mujer vinculada al clan varonil del gaucho, cuyo lenguaje y cuyas costumbres compartía.
Los trabajos del campo, la guerra y el medio semirrural de los suburbios las habían endurecido. Con posterioridad, el teatro registró especímenes de orilleras bravas como la Tigra, de Florencio Sánchez, y la Moreira, de Juan Carlos Ghiano. "Juana Cuello" las parodió poniendo en femenino el truculento relato de Eduardo Gutiérrez.
En "Gaucha" (1899), curiosa novela del uruguayo Javier de Viana, abundante en descripciones e introspecciones muy poco rurales, se destacan varios matreros de la llanura oriental y algunas mujeres ásperas y apasionadas, pero la protagonista es una gaucha muy sui géneris, como surgida de una novela psicológica de fines del siglo XIX.
"La guerra gaucha", de Leopoldo Lugones, suministra ejemplos de mujeres guerreras, dispuestas a luchar por patriotismo o por amor. En "A muerte" una joven huérfana solicita incorporarse a las filas insurgentes: "...presentóse trajeada de hombre, los ojos llenos de marcial donaire, un gauchito precioso que desecharon con pesar. Y de aquel sacrificio sólo sacó un apodo: los montoneros, piropeando, llamábanle la mochita". Un personaje de "Jarana", cuento de impresionante violencia, recuerda el caso de una vecina "que capitaneaba su servidumbre organizada por ella misma en montonera".
La dama de "Chasque", entre el monstruoso viento blanco de la montaña, busca a su esposo a través del país en guerra y oficia de mensajera de Güemes. "Un lazo" pinta a las sufridas mujeres que acompañaban a los insurgentes, sirviendo a los hombres y participando de la guerra. "Güemes", por fin, evoca a las viudas de los patriotas, "no pocas de chiripá y chaqueta en las partidas, muriendo por la patria".
El mismo autor, en "El payador", al referirse al destino de las mujeres del desierto, dice que "su honorabilidad consistía en anularse ante el varón" y que, una vez cumplido el "destino nupcial", "acababa para ella todo acicalamiento, a menos que diera en mujer libre por rarísima excepción".
¿Qué da a entender Lugones en la segunda parte de esta cláusula, tan sugerente? La fantasía vuela. Al parecer, hubo estancieras que reemplazaron resueltamente a sus hombres. ¿Pero hubo alguna vez, desde la época de los gauderios del siglo XVIII, y más tarde, cuando los gauderios ya eran gauchos, varonas no supeditadas al hombre, amazonas apasionadas de la libertad, auténticas gauchas? Acaso las haya habido, por rarísima excepción.
El autor es periodista y crítico .




