La educación debe alentar el desarrollo de las ideas propias
Emprender, emprendedurismo, startups, Silicon Valley, fondos de riesgo, venture capitals. Estas palabras y expresiones conforman, con otras tantas, el vocabulario de moda en cualquier charla de negocios, reunión de trabajo o presentación corporativa. Como si intercalar alguno de esos vocablos nos dotara de cierta modernidad y conocimiento.
Durante los últimos 20 años, emprender se ha vuelto una actividad en sí misma, una nueva profesión, a la cual uno decide volcarse convirtiéndose en una especie de héroe, un aventurero con escasa aversión al riesgo.
Por ello, es importante profundizar en el concepto que reside detrás de la idea de emprender; sin dejarnos llevar por la burbuja que, en la mayoría de los casos, responde a intereses extraños.
Emprender tiene que ver, fundamentalmente, con nuestra cultura, con nuestras cualidades más arraigadas, como el acto creativo, el poder de análisis, la concentración, el sacrificio, el compromiso, la duda permanente, por citar algunas cuestiones.
Desde que nacemos, desarrollamos actitudes y generamos acciones típicas de un emprendedor. Sin embargo, la vida misma se encarga de encuadrarnos, limitarnos y formatearnos para que seamos más predecibles, estables y equilibrados.
Aprender a pensar distinto, perder el miedo a equivocarnos, probar algo nuevo, volver a empezar una y otra vez deberían ser materias obligatorias en la currícula escolar, en nuestras casas y en las empresas. Porque todas estas características no tienen que ver con nuestro desarrollo profesional, sino con nuestra formación personal.
Si lográramos generar una matriz educativa que comprendiera y alentara esta formación, todas nuestras empresas estarían repletas de mentes innovadoras, arriesgadas y creativas. No sería necesario trabajar en la integración del ecosistema independiente con las estructuras corporativas como ocurre actualmente. Muchas de las soluciones o shortcuts que encontramos puertas afuera gracias a la aventura de un grupo de valientes serían parte estructural de cualquier compañía.
Netflix podría haber sido una idea de Blockbuster, era la evolución lógica de su negocio. Spotify, el avance natural de los grandes estudios de música; Sattelogic, de la NASA; Tesla, de la industria automotriz. Y así podríamos citar infinidad de ejemplos de industrias en proceso de transformación o, incluso, de desintegración, generadas por outsiders absolutamente disruptivos. El problema reside, como mencionamos antes, en la formación. Vivimos enfocados en cuidar y controlar el statu quo y perdemos de vista el futuro.
Debemos transformarnos en agentes de cambio. Empujar a nuestras empresas y a nuestros entornos a generar nuevos modelos de pensamiento y de trabajo, que alienten la innovación y el espíritu emprendedor. Quizá, de esta manera, el próximo unicornio surja de una empresa. Para que la próxima vez que alguien tenga una idea no necesite hipotecar su futuro para hacerla realidad.
El autor es director ejecutivo de Accenture Interactive para Sudamérica Hispana
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