Por la devaluación, la textil Sorvo vuelve a fabricar pañales de tela

Puso en marcha la maquinaria importada desde Suiza en la década del 20

4 de junio de 2002
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Actualizado el 11 de junio de 2020

"En algún momento llegué a pensar en hacer un museo para que la gente pudiera ver las máquinas que tenemos acá", dice Miguel Angel Oller, gerente de producción y ventas de Sorvo, la tradicional fábrica de ropa para bebes.

Pero no hizo falta: hace dos meses que en la fábrica de Villa Urquiza pusieron en funcionamiento las máquinas que el fundador de Sorvo, Luis Casale, mandó traer desde Suiza en la década del 20 para confeccionar pañales.

Parece, quizás, la escena de una mítica película de Chaplin, "Tiempos modernos". Viejas máquinas con bobinas de hilos de algodón se encolumnan una detrás de otra. "Nunca dejamos de fabricar pañales y chiripás, pero la verdad es que casi no se vendían", admite Oller.

No obstante, desde la devaluación, que llevó el precio de los pañales descartables por las nubes (debido a los insumos importados), los de tela volvieron a ser una buena opción.

De los 1000 que Sorvo vendía mensualmente en el último año, ahora pasaron a 5000. "No es una cifra descomunal, pero realmente yo pensé que los pañales de tela habían desaparecido. Ahora vienen muchas mamás de clase media a comprar. Dicen que los meten en el lavarropas y se ahorran un montón de plata", cuenta Oller.

En las buenas épocas, Sorvo vendía 150.000 pañales por mes. La fábrica comenzó en la década del 20 haciendo ropa de mujer. Pronto desarrollaron toda una línea para el recién nacido: batitas, ositos, mantitas.

Entre la década del 40 y principios de los 70 fueron los más conocidos fabricantes de pañales y de ropa de algodón para bebes, basados en la fama de sus hilados, que, afirmaban, pasaban de generación en generación con la calidad intacta. "La gente hacía cola de dos o tres horas para comprar pañales", dice Oller, que se casó con Ana María, la hija menor del fundador de Sorvo.

En la planta de Villa Urquiza llegaron a trabajar 80 personas, entre tejedores, costureras y planchadoras. Para dar abasto a los pedidos, los talleres trabajaban en doble turno.

Hoy emplea a 15 personas. "La industria textil ha sido de las más castigadas en el país -señala Oller-. Con Martínez de Hoz no se podían comprar los insumos. Con la convertibilidad éramos tan caros que era imposible exportar, y teníamos la competencia indiscriminada de los importados, con los cuales era imposible competir por los precios. Ahora, con la devaluación, el poder adquisitivo de la gente cayó brutalmente, no tenemos acceso al crédito y es imposible producir para vender afuera."

En la década del 90, Sorvo perdió la fama de los años anteriores. "Somos una marca conocida por las abuelas, pero no por las mamás jóvenes", admite Oller. En la última década el mercado de ropa para bebes y niños fue copado por nuevas marcas como Mimo, Cheeky, Gimo´s y Coniglio.

Pese a las vicisitudes y a que las ventas en los últimos tres años cayeron un 50 por ciento, Oller se esperanza con la posibilidad de acceder al mercado exterior. "Aunque exportar no es tan fácil. En este momento, como todo el mundo, estamos trabajando sin crédito, funcionamos con la caja."

A pesar de la convertibilidad, en la década del 90 exportaban a Chile y a los Estados Unidos ropa para bebe hecha con algodón orgánico que se producía en San Juan. También enviaron varias cajas de pañales de tela a Alemania, aprovechando una fuerte ola de concientización que se hizo en Europa en contra de los pañales descartables, ya que no son biodegradables.

Ahora, devaluación mediante, quieren volver a exportar. "A pesar de la recesión y el corralito, nos hemos propuesto seguir con la fábrica abierta. Si tuviéramos crédito podríamos dar mucho trabajo. La industria textil no es como la automotriz, nosotros somos muy flexibles: con tres máquinas de coser armamos un taller y lanzamos una colección", concluye Oller.

Por Por Josefina Giglio<br/>De la Redacción de LA NACION