La doble canonización, un sello en la alianza de Francisco y Benedicto

MILÁN.- Una Iglesia experimentada que saca lo mejor de sus recursos y apuesta a la unidad de cara al futuro: ésa es tal vez la lección de lo que se vio anteayer en San Pedro y en los medios de comunicación del mundo durante la doble canonización de Juan Pablo II y Juan XXIII. La presentación conjunta de dos extraordinarias figuras papales por parte de dos pontífices vivos. Dos pontífices que encontraron el modo, hasta ayer impensado, de ayudar a la familia católica frente al desafío que plantea el alejamiento de los jóvenes y de Occidente.

La Iglesia está siendo puesta a prueba por la secularización y los escándalos: ésa es una realidad evidente. En los últimos tiempos, el papa Benedicto no hablaba de otra cosa, y el hecho de que la comunidad haya advertido la crisis fue el motivo que llevó al cónclave a jugar la carta latinoamericana, con la elección del cardenal Bergoglio.

El papa llegado del fin del mundo encontró servida la posibilidad de canonizar a Karol Wojtyla y la aprovechó inmediatamente.

En una decisión personalísima, se decidió la proclamación conjunta con el papa Roncalli. Fue un proceso que venía madurando de a poco desde hacía décadas, pero que aún no estaba listo, ya que faltaba el reconocimiento del segundo milagro previsto por los cánones.

Francisco, que se siente cercano al Wojtyla misionero del mundo, pero más cercano aún del conciliar Roncalli, ungió de autoridad la proclamación del papa bergamasco con la del papa polaco, dispensando a Juan XXIII del segundo milagro y dando de ese modo al mundo una fuerte señal: dos papas ejemplares que están todavía muy presentes en el corazón de muchos porque supieron mirar hacia adelante, anticipándose a los tiempos por venir. El papa italiano del aggiornamento y el polaco del mea culpa son las cartas que mostró el domingo la Iglesia de Roma: dos campeones de la misión cristiana en la era moderna, ya no considerada una amenaza, pero todavía no plenamente asumida como terreno donde sembrar y cosechar.

Los jóvenes que nuevamente colmaron Roma, como ocurrió tras la muerte de Juan Pablo II, y los ancianos que siguieron todo desde sus casas se reconocen en esas dos cartas. Pero el evento del domingo es también un gran hecho dentro del pontificado del papa Bergoglio, tal vez el más fuerte hasta el momento. Con este gesto, Francisco se ha puesto como intérprete de los jóvenes movilizados por el papa Wojtyla y de los ancianos fieles a la memoria del papa Roncalli, y también logró -auténtica obra maestra de la psicología- sumar a su empresa a Benedicto XVI.

Ayer, por primera vez, hemos vuelto a ver al papa emérito en hábitos pontificales: concelebraba, de hecho, ese gran evento, en plena participación y corresponsabilidad con su sucesor.

Ese involucramiento de Ratzinger no era algo que fuese de suyo, sino que es el fruto de una sabia alianza que ambos han tejido a lo largo de doce meses de convivencia dentro de los recintos de San Pedro.

La fecha clave de esa alianza fue el 5 de julio pasado, cuando se produjeron tres hechos que prefiguraron el evento de este domingo: la publicación de la encíclica "Fidei Lumen", escrita a cuatro manos, la primera participación pública del papa emérito en una actividad del nuevo papa, y el anuncio de la canonización de ayer.

Un papa saca de su bolsa cosas viejas y nuevas. Con la canonización de dos predecesores tan dotados de carisma y con la participación en la misma del predecesor viviente, Francisco echó mano de algunos de los recursos más valiosos que tenía.

¿Será suficiente para cumplir con la "reforma misionera de la Iglesia" que se ha propuesto como programa de su papado? Tal vez no, pero desde el domingo sabemos que, para lograrlo, el papa argentino se propone involucrar a cielo y tierra.

Traducción de Jaime Arrambide

Luigi Accattolli