Todo por no subirse a un tanque
Carlos Peña El Mercurio
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SANTIAGO, Chile (GDA).- "Varios dicen que gracias al ejército soy presidenta de Chile, puesto que de aquí salimos con un tanque durante las inundaciones", dijo Michelle Bachelet el 25 de febrero pasado, mientras el general Izurieta la condecoraba.
La presidenta recordaba así, apenas 48 horas antes del terremoto, el inicio de su fulgurante carrera.
El año 2002 Santiago se había anegado. Entonces se decidió, sin estado de excepción ni nada, que el ejército saliera a la calle. El resto es sabido: Bachelet se encaramó en un tanque y comenzó un ascenso que acabó en la presidencia. La ironía de esta historia es que por no haber repetido ahora lo que sin inconveniente hizo seis años atrás (subirse a un tanque) saldrá de la presidencia con su prestigio severamente magullado. ¿Qué ocurrió para que, luego del terremoto y cuando ya nada se tenía en pie, Bachelet se mostrara tan reticente con los militares, los mismos a los que, horas antes, y en tono de humor, agradecía?
Todas las explicaciones que se han dado hasta ahora son malas.
La más difundida es que los miembros del gobierno fueran presa de los malos recuerdos. La imagen de soldados en la calle y ciudadanos retenidos en sus casas habría sido simplemente intolerable. Esa explicación -podría llamarse psicoanalítica: un grupo de personas adultas paralizadas por el recuerdo- es más bien indigna. Se espera de quienes administran el Estado un mayor control de las propias emociones, algo de circunspección, especialmente en esos momentos en los que nada parece tenerse en pie.
La otra explicación que ha trascendido es peor. En este caso no serían los temores inconscientes los que habrían impedido actuar a tiempo, sino el simple cálculo y el miedo no al terremoto, sino a que, una vez puestos los militares en las calles, la popularidad de la presidenta se viniera al suelo. El asunto abonaría una mala sospecha: la de que la presidenta debe buena parte de su prestigio al celo comunicacional, algo que no habría abandonado al gobierno ni siquiera cuando la tierra temblaba.
Fuera cual fuese la explicación, la indecisión del gobierno no sólo dejó espacio para que la violencia floreciera. También dio ocasión para que generales y almirantes se comportaran de una manera inaceptable. Nadie duda de la importancia de las fuerzas armadas, menos en ocasiones como éstas, pero nada debe hacer olvidar que deben estar subordinadas al poder civil.
La ironía de esta historia es que lo que comenzó bien, arriba de un tanque en medio de una inundación, va a terminar mal, para la presidenta y para los militares, luego de un terremoto. Y todo por no subirse a un tanque.



