Haedo, comienzos de los 90. Mientras Edu Schmidt decide encerrarse en el conservatorio, Ale Sergi se divierte en un show de la renga.
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Ale fue sonidista en salas de ensayo del oeste, oficinista de terrabusi e ideólogo de un par de empeñosos fracasos musicales. Edu fue expulsado de algunos coros por su carraspera crónica; se graduó de profesor de Armonía, Contrapunto y Análisis Musical en la Universidad de La Plata y prestó su violín a varias orquestas de estudio. Los dos se curtieron en Haedo, en ese territorio de encarnizada competencia rockera que es el Oeste del conurbano.
Porque Rivadavia, además de presumirse la calle más larga del mundo, es el eje que articula los poblados más eléctricos de Buenos Aires, de Flores a Ituzaingó. Hay que atender, entonces, a la sociedad que fundaron estos dos hijos pródigos del linaje del west cercano. Hablamos de Miranda! y de Arbol, dos promesas que se convirtieron en realidad, dos shows de alto contenido emotivo. Hablamos de nuestro tecno-pop más festivo y pasional y del rock argentino con proyección latinoamericana.
"De verdad que en el Oeste hay muchos, muchos músicos. Y todos muy preocupados por lo que hacen, posta. Hay un súper arengue, se toman todo muy en serio", señala Ale Sergi en su departamento de Villa Crespo, mientras liquida un bol de leche con cereal que le levanta las defensas de dos horas de sueño. "Cuando yo me mudé a Capital y conocí a los chicos que ahora están en Miranda!, me di cuenta de que acá no les importa nada. Hay como un auge de salir a tocar rápido: agarrás la computadora, abrís Reason, ponés tres loops, dos secuenciadores, un bajo, te conseguís una fecha en La Cigale, te anuncian en las revistas y listo."
Ale pensó "bueno, si acá es todo tan relajado, yo, que vengo de la capital del arengue, me pongo media pila y la rompo". Notaba que en la ciudad "estaba faltando un grupo", algo que conciliara el sentimentalismo pop de Leo García y la teatralidad de Baccarat, los artistas que más lo conmovieron en su llegada al centro (dato interesante: Ale habla de la mudanza a la zona de Palermo como de un viaje de iniciación trascendental). "A ellos dos les robé todo", reconoce. "Y le sumé el arengue de Haedo. Esa mezcla resultó en Miranda! Pop teatral. No tocamos mirando el suelo."
Eduardo Schmidt, cantante y violinista de Arbol, asiente y sonríe. Estamos en el departamentito de Ale que funciona como estudio de grabación del segundo disco de Miranda!, Sin restricciones , que sale en los próximos dos meses a través de Secsy Discos y Locomotion. Schmidt y Pablo Romero, el otro cantante de Arbol, se encargan de la producción del sucesor de Es mentira (2002). ¿Atracción de opuestos? Algo así. Pero la yunta de potencias de la clase media del rock nacional tiene más visos de destino-en-común que de frío cálculo de conciliación de estéticas antagónicas.
Empecemos por la trama barrial: en los primeros años de los 90, en plena fiebre de las "producciones independientes", Ale se ganaba la vida en las salas del Oeste operando técnicamente para grupos de la zona. "Yo quería ser músico, me compraba equipos para mí y ofrecía mis servicios", recuerda el cantante del falsete lujurioso y la musculosa plateada. En una de esas changas se enfrentó al primer demo de Arbol, cuando todavía Pablo Romero no formaba parte de la banda. "Hablamos de la pre-prehistoria de Arbol", interviene Edu. "Con nosotros usaste una porta de cuatro canales. Era una sala en una diagonal de Morón, cerca del sindicato del cuero."
En los resquicios que le dejaban sus horas como técnico de sonido y a la par que obtenía cuatro ascensos casi indeseados en Terrabusi, Ale apostaba a una carrera fabulosa (de fábula) de estrella de rock: armar una banda, salir del suburbio y que la gente se enamorara de su voz. Pero le llevaría un tiempo.
Arbol, para esa misma época, empezaba a crecer. Jardín frenético (1996) devino en uno de los ecos argentinos más certeros del alarido Mano Negra. Martín Méndez, guitarrista de Los Caballeros de la Quema y hermano de Matías (primer baterista de Arbol, hoy en Nuca) se encargó de la producción. "A nosotros siempre nos pareció interesante la figura del productor como instancia necesaria en la confección de un disco", cuenta Edu. "Algo que a casi todo el rock nacional le llevó mucho tiempo entender."
Mientras el folk-core arbóreo llegaba a oídos de Santaolalla mediante Café Tacuba, Ale seguía intentando torcer la dirección de su vida. Lo más cerca que estuvo de conseguirlo en los 90 fue cuando armó Mamá Vaca, una mala proto-versión de Miranda! que negoció un contrato por dos discos con el sello Barca. "Era un grupo bastante malo", coincide él. "Pero en el Oeste existía esa sensación de que tenías que grabar un disco. Era la gran cosa. Y si encima conseguías que alguien te lo pagase, era too much . Fue todo un accidente, porque era un grupo en chiste. A fin de cuentas era una onda Miranda! -alegre, positivo, buena onda- pero mezclábamos reggae, funk. Era más Haedo. Pachanga berreta. La verdad es que lo habíamos hecho para divertirnos y tocar en el bar de mi novia Mariela."
El bar era Runa, sobre Rivadavia, donde Ale experimentó las primeras borracheras y los primeros shows de rock, en tiempos en que a Eduardo y a él -a cada uno por su lado- los rebotaban en boliches del Oeste por usar zapatillas sucias. "Ahí vi a Los Piojos, a los Caballeros y a La Renga tocando para cien personas", cuenta Sergi. "Una vez La Renga salió a tocar de sorpresa, y me acuerdo que me divirtió mucho. No podías no mirarlos. No soy muy adicto a ese tipo de rock, pero la realidad es que el grupo en vivo entretenía mucho. El bajista no paraba de saltar."
Si respetáramos la mitología de la década dicotómica (Redondos vs. Soda, sónicos vs. barriales), deberíamos sorprendernos por la noción de que, diez años atrás, el cantante de Arbol se enclaustraba en el conservatorio y el de Miranda! se excitaba con La Renga en vivo. La generación a la que pertenecen Edu y Ale (rondando los treinta) es la que protagonizó -como público- esa rivalidad estética. Pero en el barrio todo es posible. De modo que mientras Ale veía su sueño de estrella de rock "hecho trizas" (Mamá Vaca fracasó artística y comercialmente con su segundo disco), Arbol se convertía en la última bomba de Haedo. "Era el momento de explosión del rock latin y ellos iban un poco más allá", recuerda Ale, que enseguida definió el primer axioma del negocio: "Grabar un disco no es lo importante: lo importante es que la gente lo compre".
"Después de eso me guardé un rato. Empecé a flashear con las máquinas, iba a tocar con el minimoog, el sampler, la consola y -fijate qué curioso- un par de veces me pasó que llegaba y se cortaba la luz. Era evidente que la electrónica no era para mí. Me quería matar. Entonces pensé, bueno, voy a hacer un grupo que sea divertido, que no tenga batería que cargar, ni equipos, ni nada. Yo voy a cantar y... Así fue."
Así fue: una banda con el apellido del viejo Osvaldo y el nombre de pila de la colorada de Sex & The City . Miranda! creció a un ritmo inédito para el under de Buenos Aires: en menos de dos años de shows en fiestas, desfiles y vernisagges (y apoyados por una profusa rotación gratuita en mtv) construyeron un público que hoy supera las mil personas por presentación. Arbol, en tanto, se afirmó como la última apuesta del rock nacional a nivel latinoamericano, cocinando su éxito a fuego lento, como indica el manual de supervivencia del rockero pertinaz argentino (pasarás diez años penando en los sótanos más infestos de mi Reino). De la pegatina artesanal de afiches en Ramos Mejía a la gira (algo forzada, eso sí) por América del Norte.
Pero volvamos a la prehistoria, a esa sala en Morón. Después de aquella asistencia técnica en la grabación del primer demo de Arbol, Edu y Ale no volvieron a cruzarse palabra hasta una década más tarde. Pero Ale y Pablo (el otro vocalista de Arbol), que eran vecinos de Haedo más cercanos, se juntaban a hacer música electrónica en la época de Jardín frenético . "Pablito hacía unas bases y yo les ponía algunos sonidos encima. Queríamos hacer música electrónica y no nos salía nada. Me había comprado un sampler y un día muestrée toda su batería. Años después, esas muestras las usé para el primer disco de Miranda! El proyecto se llamaba Kira. Terminé de concretar un demo por mi cuenta, se lo mostré a Pablito y quedó en la nada. Creo que no le gustó. Habíamos flasheado mucho con el disco New Forms, de Roni Size, y también con Aphex Twin. Yo quería mezclar ritmos house con percusiones tribales. No sabíamos bien qué hacíamos, estábamos probando."
A pesar de ese pasado en común, en los años posteriores los cantantes de Miranda! y Arbol sólo supieron de la vida del otro a través de los medios. Hasta que un día Ale, que iba a visitar a su mamá en Haedo, se encontró con que los trenes en Plaza Miserere estaban parados. Fue a tomar el colectivo a Caballito y... "Me encontré a Pablito en una esquina, cargando instrumentos. Hacía mucho que no nos veíamos. A partir de ese encuentro empezó la relación. Los chicos pasaron por un show nuestro, nos invitamos a cantar y así se fue dando lo de la producción. Era una apuesta. Era justo lo que nadie se hubiera esperado. Eso fue lo que más nos gustó."
"Fue una decisión re-Miranda. Y re-Arbol. Cuando Pablito me dijo que te encontró, yo tardé en relacionarte con ese pibe que movía perillas en una sala de Morón", dice Schmidt. "Para mí Miranda! era sólo un video en mtv. Después escuché el disco y los vi en vivo. La banda nos alucinaba y las canciones que había para este disco volaban muy alto. Con el poco tiempo que nos deja Arbol últimamente, tiene que ser un proyecto súper excitante como para que nos involucremos."
Ale propone escuchar un tema del nuevo disco. Es una mezcla preliminar, así que Eduardo, que es bastante obsesivo como productor, duda si mostrárselo a un extraño. "Mirá que falta la mezcla final, eh", se ataja. Lo convenzo de que no se trata de una evaluación crítica. Acepta y empieza a sonar "Don", que ya fue presentado en los shows de Miranda! en El Ateneo y Niceto: un cúmulo de beats que salta como chispas, un estribillo plasticola y las voces de Sergi y Juliana Gattas dándole pie a Lolo para que se despache con un solo de guitarra juguetón. "Ellos laburan mucho desde la composición, y creo que la banda se está regenerando", señala Edu. "Antes dejaban muchas cosas libradas al azar, y a partir de que nosotros les pusimos la lupa, están revisando muchas cosas. Eso agilizó el trabajo."
Mientras tanto Pablo y Eduardo coproducen con Santaolalla el cuarto álbum de Arbol, que se editará en los próximos dos meses, y predefinen las coordenadas del segundo disco de Nuca. "A nosotros nos gustan las bandas que todo el tiempo se regeneran, como las plantas, las cosas que tienen vida", dice Edu. ¿Y qué encontró Miranda! en Arbol? "Siempre me gustó ese sonido seco que consiguen, como que la música se sale del parlante. Y nosotros no sabíamos cómo hacer que pasara eso", repone Ale levantando una ceja.
Durante la traumática grabación de Es mentira, producido por la banda, los Miranda! creían que era el último disco que grabarían en sus vidas. "Pensábamos que no iba a pasar absolutamente nada. Y al final arrancó. Así que esta vez tratamos de mantener ese espíritu. Nos lo tomamos más en serio, pero no deja de ser un juego. Y en cuanto nos sentimos un poco sobrepasados por el trabajo, paramos. No estamos dispuestos a sacrificarnos por un disco."
Frente al relax proverbial de Ale, la hiperkinesis productiva de Eduardo y Pablo genera el contrapeso necesario. "Sí, somos bastante obsesivos", concede Schmidt. "Hasta que no está todo en su lugar no nos damos por satisfechos. Por eso nos interesa estar desde que empieza a gestarse la obra. Tenemos varias líneas conceptuales sobre la realización de un disco. La calidad se encuentra en la cantidad. Pensamos mucho en las estructuras: mental e intuitivamente hay que encontrar la dirección de energía de una canción, para que todo el tiempo te sorprenda. Por más que sea la canción más deforme del planeta, tiene que ser un hit, que te noquee. No nos metemos en las letras ni en la esencia del grupo."
La voz de Sergi es esencial en la identidad de Miranda!, al igual que el vértigo de telenovela que propicia la interacción con Juliana. Si Ale incorporó la media voz como marca de estilo se debe, en buena medida, a una circunstancia domiciliar. "Al mudarte a un departamento, tenés que bajar el volumen", comenta él señalando el pulmón de manzana que se abre detrás de la ventana. Además, el rasgo se explica por una huella de época: la primacía del grunge y la voces rasposas, más bien hostiles del rock de los 90. Un efecto que Ale nunca supo impostar. "No daba mucho afinar y cantar bien. Era más común encontrar un cantante en la veta de Cobain que en la de Thom Yorke. Y a mí se me re-complicaba, porque no me sale poner la voz dura, quedo como un idiota. Fue una década medio fatal para mí. Entonces se me ocurrió cantar re-bajito. Y ahora estoy volviendo a sacar la voz para afuera. Lo mismo que pasa con el sonido del grupo: se impone, tiene otro ímpetu."
"Somos del Tercer Mundo, y con lo que tenemos hacemos lo que podemos", concluye Edu. "Con lo poco que tenía Ale hizo Miranda!, que es algo súper original. Y con lo poco que teníamos nosotros, en una sala de Haedo, hicimos Arbol, que de a poco se convierte en una nueva voz."
No es para exagerar, pero el hecho de que dos bandas tan distintas (con públicos tan distintos, sobre todo) funden una sociedad artística no deja de ser un gesto que, algunos años atrás, habría lucido como una incongruencia en el mapa del rock nacional. "Hubo que derribar muchos prejuicios", comenta Schmidt. "Y también procesar las heridas de tantos años de palos y de mentiras y decepciones, de una dictadura que de algún modo siguió operando durante décadas. Hoy podemos ver un recital de Miranda! -que es pura alegría, tan pop y tan argentino- y no sentir culpa de estar bailando y escuchando canciones de amor. Y eso es genial."
Fotos: David Sisso
Produccion: Karen Bodenheimer
Asistente de Fotografia: Javier Csecs
Maquillaje: Julia Demidenko
Agradecimientos: Oldbridge (Arbol) y Lito Rojas (Miranda!)






