
Grandes festejos bosteros con estómagos revueltos
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Soy hincha de Boca y estoy realmente muy contento de que mi equipo haya ganado nuevamente la Copa Libertadores de América. Feliz, diría. Digo diría, así, en potencial, porque no puedo decir que estoy feliz del todo. Tengo un regusto agrio que no me deja disfrutar plenamente tanta alegría.
Escribo esto el lunes 6 de julio, cuatro días después del miércoles de gloria en San Pablo; a pocas horas de la megafiesta con la que el club celebró su condición de pentacampeón en la Bombonera; a pocas horas también de haber sufrido un innoble 7 a 2 en contra en Rosario. Y aunque estoy orgulloso de que Boca vuelva a ser el mejor equipo americano, me siento un poco forreado. No por los jugadores (enormes, imbatibles) ni por Bianchi (maestro absoluto), sino por Macri.
Porque lo que de verdad importa acá no es la Libertadores ni la Intercontinental ni la pelotita, sino la carrera política de Mauricio Macri.
Es obvio que la del domingo 5 no fue "la fiesta de la familia boquense" sino la fiesta de lanzamiento de campaña de Macri como candidato a jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Un poco de asquito da, ¿no? Con un espectáculo multicolor, con los jugadores desfilando brillantes, pero sin fútbol y con un único objetivo: poner a Macri en el centro de la escena.
Odio decirlo, pero busqué a Aguilar, el presidente de River, en los festejos del River campeón del Clausura. Miré debajo de alguna peluca, en medio del cotillón, colado entre los maníacos festejos gallinas, pero no lo vi. Si estuvo, lo cual es lógico, no robó cámara, ni dio la vuelta olímpica a los gritos, no salticó torpemente del brazo de Pellegrini, ni hizo más declaraciones que el técnico o los jugadores. Macri, en cambio, hizo eso y mucho más. Hasta interrumpió, gracias a los buenos oficios de sus amigos de TyC, el inicio de la transmisión de Boca-Santos con uno de sus spots publicitarios. (Los comentarios posteriores de Marcelo Araujo acerca de lo bien que anda Macri en las encuestas, sobre todo en Núñez, también dan asco pero ya no sorprenden.)
A veinticinco años del Mundial 78, en medio de tanto homenaje bien merecido y después del muy buen documental de Cuatro Cabezas que emitió Telefé en ocasión del aniversario, no puedo evitar relacionar ambos momentos. No tienen en común ni el contexto salvaje ni la propaganda criminal, pero sí la manipulación y el uso político de las pasiones futboleras. Y, como muchos en aquella época, hoy, como bostero, me siento un poco tonto colgando mi póster de Boca Pentacampeón en el corcho de la redacción de Rolling Stone.
Sé que puedo pecar de ingenuo, que hace ya mucho que el fútbol profesional no es el de René Houseman sino el de Batistuta y sus sponsors, Niembro y sus clones, Grondona y sus declaraciones antisemitas. Pero a veces a uno le cuesta demasiado contener la náusea.
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