Homo Argentum: los directores del film responden a las duras críticas y redoblan la apuesta
Cuentan todo lo que vivieron tras el estreno de esta producción protagonizada por Guillermo Francella y aseguran que están escribiendo una secuela
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Las discusiones públicas y también íntimas que produjo Homo Argentum pertenecen a un tipo de efecto que nuestras películas provocan desde hace tiempo: polémica, discusión, ofendidos, fanáticos e interpretaciones disparatadas. Ya nos había pasado con El hombre de al lado (2010), cuando el gobierno de entonces la interpretó como una reivindicación del peronismo, encarnada en el personaje de Daniel Aráoz, en disputa con el personaje de Rafael Spregelburd, que representaría al arquetipo del “gorila elitista”. Fue tan apasionada esa interpretación de Estado que, desde Casa de Gobierno, nos pidieron 300 copias en DVD para regalar.
Y hace casi diez años volvió a suceder con El ciudadano ilustre (2016), una película en la que de un modo excepcional se alteraba el statu quo moral del cine argentino, que dice que todos los ricos son malos y todos los pobres son buenos, cuando es un hecho de la realidad que hay de todo en este mundo. Mientras los ofendidos pataleaban, la gente la iba a ver masivamente a los cines.

Con El Encargado (2022) se nos vino encima el sindicato de trabajadores de edificios, el Poder Ejecutivo y el Inadi, presuntamente por “estigmatizar” a los porteros. Y con Nada (2023), sufrimos el asedio del entonces Presidente de la Nación, reclamando para su archivo personal una foto con Robert De Niro. El anecdotario sobre las presiones que hubo en esos rodajes daría para una comedia de mafia que algún día escribiremos. Por ahora, tomamos esas anécdotas con soltura y las atesoramos para contarlas en los asados con amigos.
Si bien estábamos acostumbrados a ver moverse el avispero de las supuestas almas sensibles cuando hacemos una película, de Homo Argentum nos regocijó el alcance de la discusión pública, que todavía dura. Fue una verdadera discusión nacional. Un país discutiendo una película como si se tratara de los problemas trascendentes de ese país y como si, por el hecho de discutirlos, esos problemas se pudieran solucionar. Hay algo muy argentino en eso: el deseo de solucionar los problemas hablando.
Lo que nos gustó, en el fondo, es que la película se desembarazó de ese corset que generalmente el arte se coloca a sí mismo para que las cosas sean juzgadas en su modesto lote, a veces baldío. Como si la película hubiese saltado de la pantalla a las calles, a los bares, a las casas. Un diálogo masivo: eso fue lo que sucedió con la película. Un diálogo a veces altisonante pero, sobre todo —es lo que más nos interesa— abierto. Nos gusta más la opinión de la calle que la de los cuerpos colegiados.
Homo Argentum, según los criterios de esta época demasiado tímida y buenista para nuestro gusto, no va a ir a parar a la galería de las “películas necesarias”, de “visión obligatoria”, las películas que, como las hadas buenas, han sido hechas para hacer el Bien. Es una suerte. Preferimos autoexcluirnos de esos honores e ir a lo inseguro. Nuestro objetivo artístico no es despertar consensos sino más bien alguna molestia, y embarrarnos un poco, que es algo que no le viene mal a nadie.
Por sus efectos, Homo Argentum ya no es solo una película. Es la película más el fenómeno que generó. Es una película viva, a diferencia de las películas-monumento, que generalmente mueren por algún ataque de solemnidad.
Como señaló Andrés Duprat, guionista de nuestros films y director del Museo Nacional de Bellas Artes, Homo Argentum es un verdadero fenómeno pop. Un fenómeno que —en buena hora— logró perforar la burbuja endogámica y condescendiente del micromundo cinéfilo para dar lugar a discusiones cotidianas de millones de argentinos. Todas esas interpretaciones, incluyendo la más razonable y la más delirante, le dieron a Homo Argentum un estatus de bomba inestable que nos fascinó contemplar. Los aciertos y los equívocos de esas lecturas la convirtieron en un territorio de deliberación que aportó a la salud de la película mucho más que la intrascendencia de la unanimidad.
Antes del estreno de Homo Argentum, cuando se veía que ya había algunos anotados para jugar sus cartas sin antes haberlas recibido —la película sufrió una insólita andanada de críticas preventivas de personas que no la habían visto—, recordamos el lanzamiento de Esperando la carroza (1985), de Alejandro Doria, criticado por “antipatria” y “antiargentino”. Doria fue quizás el primer damnificado de la crítica preventiva, que no era cinematográfica sino política.
A nosotros también nos acusaron de “apátridas” o “antiargentinos”, y una agrupación política perdió su precioso tiempo para demandarle a la Justicia que nos saque la nacionalidad, lo que da un bonus track de Homo Argentum. Son conductas de comedia psicótica y encubren una tendencia insólita: la de darle a las discusiones de ideas o de formas el peso de lo sagrado.
Muchísimas películas europeas o norteamericanas critican duramente a la sociedad sin recibir semejantes ráfagas de oscurantismo. Homo Argentum es solo una película, una sátira que bucea en nuestros defectos y codicias, y en el doble discurso de los argentinos (que no es un invento argentino). Pero también en la honestidad, en la ternura y en la ingenuidad.
No les vemos a los personajes de Homo Argentum el perfil misantrópico que se les achacó. Hay personajes nobles y cálidos en varias viñetas, pero si fuera así, ¿cuál sería el problema? No quisimos hacer un manual de humanismo. Hay maravillosos autores misántropos en todos los rubros, desde Jean-Paul Sartre hasta Luis García Berlanga, pasando por Michel Houellebecq o Woody Allen.
Ahora, si le hiciéramos identikits ideológicos a los personajes de Homo Argentum, la mayoría de ellos estaría más del lado del humanismo que de la misantropía que se nos achaca, probablemente por un error conceptual. Porque la misantropía tal vez sea un subproducto del humanismo: la reacción del humanista que no ve con buenos ojos la conducta de su especie. ¿O es que la humanidad es infalible?
El estreno de Esperando la carroza fue hace cuarenta años. En ese entonces, la crítica —que hacía de la indignación ideológica un valor de lectura— tenía un peso social considerable, y las salas estuvieron casi vacías en su lanzamiento. Homo Argentum corrió mejor suerte. Los “críticos” que se esmeraron en escribir homilías en contra no lograron impedir que las salas se llenaran. Nos divierte verlos correr detrás de los espectadores, que resultan ser más sofisticados y libres de lo que ellos imaginan. La diferencia de gustos e intereses entre ambos campos es abismal y operan de manera independiente. La influencia de la crítica a la hora de condicionar un éxito tiende a cero.
Sin embargo, no creemos que la cantidad de espectadores sea un valor en sí. Hay películas taquilleras geniales y otras que son pésimas, y películas indie con muy poco público que son extraordinarias, y otras que son un bodrio infumable.
De todos modos, no hay peor destino para una película nuestra que el de terminar en un museo o una sala de cine arte como una ballena encallada. Homo Argentum es una película viva, que desató odios y amores, despidiendo sus respectivas esquirlas; y esa condición, la de haber renunciado a ser vista como un objeto de una sola pieza, la volvió popular, que es lo que detestan los guardianes del celuloide.
Encapsular la película bajo un rótulo ideológico es muy rudimentario. En nuestra obra hay una visión sarcástica de cierto mundo, que es, en definitiva, al que pertenecemos. Por eso usamos nuestro derecho a ponerlo en entredicho y analizarlo de cerca (diríamos que muy de cerca). ¿Qué ideas vamos a cuestionar sino las de nuestro propio universo? ¿De quiénes nos vamos a burlar sino de nosotros? La triste alternativa sería tomarnos en serio.

Creemos que películas como Homo Argentum, que son películas de autor comerciales, asumen un doble riesgo: el riesgo artístico más el riesgo comercial. Durante todos estos años hemos visto girar la rueda completa. Empezamos hace mucho tiempo con audiovisuales de géneros extremos, de arte radical y experimental sin concesiones, y con documentales de observación; y también hemos hecho audiovisuales no narrativos, ligados más bien al régimen de las artes plásticas. Y lo que comprobamos es que ese, en general, suele ser el género más conservador. Sin riesgo económico, se refugia en festivales y en salas de arte, protegido por la gravedad de los expertos y curadores. Opuestas ideológicamente a las normas del cine comercial más ramplón, el cine experimental también tiene reglas ya escritas y cerradas. Sin perjuicio, por supuesto —esto es viejísimo—, de que hay obras buenas y malas tanto en un universo como en el otro.
El prejuicio es un elemento desaconsejado para observar estos mundos. Para nosotros es natural que Homo Argentum haya pasado, en estos últimos días, del Miami International Film Festival al Festival de Cine Latinoamericano de La Habana, con idéntico suceso. No hacemos películas para “nuestros” espectadores ni buscamos de los espectadores de nuestras películas su conformidad. Lo mismo sucede con la posición que deberíamos tener respecto del financiamiento del cine, sobre lo que parece obligatorio ponerse una camiseta (una u otra).
En un momento de muy poca afluencia del público a las salas de cine, sobre todo para el cine argentino, Homo Argentum logró convocar a cerca de dos millones de espectadores y aportó al Incaa alrededor de 1500 millones de pesos, ya que el 10 % de la taquilla de todas las películas tiene ese destino. A su vez, por su alto número de espectadores, la película tiene derecho a solicitar subsidios al Incaa por más de 300 millones de pesos. Pero pensamos que, así como a veces se debe reclamar por derechos que no se tienen, también se puede renunciar al derecho que sí se tiene. Creemos que ese dinero debe destinarse a promover nuevos talentos, y no a sostener a directores veteranos como nosotros, que hace años estamos en este asunto y que tenemos posibilidades de fondear nuestras películas con plataformas y productoras internacionales.
En todo caso, no nos gustaría parecernos al director de cine que en Homo Argentum gana un premio en un festival con su película falsamente indigenista. Hay conductas turbias en esas maniobras moralistas. Las hay en la vida real y en los festivales de verdad. La exportación de pobreza a Europa como “contenido” del entretenimiento nos parece cuestionable. En ese modo de ofrecer las buenas intenciones al supuesto mundo oscuro en el que vivimos, muchas veces hay un cinismo tan refinado que hasta suele ser invisible. Es el conservadurismo bienpensante y bienhablante que le da a la genuflexión apariencia de valentía.
En nuestra película Competencia Oficial (2021), protagonizada por Penélope Cruz, Antonio Banderas y Oscar Martínez, mostramos a un empresario de fortuna dudosa que quiere limpiar su imagen pública financiando películas sobre causas nobles, para ser reivindicado y reconocido por los artistas y las academias en ceremonias y alfombras rojas. Obviamente, logra su cometido: le entregan galardones y los artistas aplauden como focas, con tal de congraciarse con la billetera de este turbio personaje. Tampoco quisiéramos parecernos a esos artistas (hay varios ejemplos reales que superan a los de nuestra película).
Sí nos gustaría parecernos a directores como Alejandro Doria y Enrique Piñeyro. Ellos sí son un ejemplo para nosotros. Iconoclastas, no respetan ni líderes, ni autoridades, ni maestros y no condescienden a la pleitesía. Enrique dirigió películas que impactaron y modificaron —para bien— la realidad, exponiéndose valientemente sin medir consecuencias. Doria se atrevió a hacer las películas más filosas e incorrectas sobre nuestra idiosincrasia, bancándose críticas furibundas y el ninguneo.
Homo Argentum es una película de la realidad. Ese es su territorio. Y esa pertenencia es más importante que la posición policial de los que se desesperan por desclasificar nuestra habeas data, como si no estuviera a la vista de todos desde la primera película que hicimos. Es gracioso, pero ineficaz, que alguien intente comprender nuestras ideas desde el punto de vista del antecedente ideológico. ¿Y estos directores qué son? ¿A quiénes les hacen el juego?
El 16 de enero se estrena en la plataforma Disney+. Seguramente se vendrá otro aluvión. Bienvenido. Mientras tanto, ya estamos escribiendo Homo Argentum 2.
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