Estrenada en el Festival de Venecia de 2024, esta película de Emmanuel Mouret pone el foco en los enredos amorosos de tres mujeres elegantes e indecisas
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Tres amigas (Trois amies, Francia/2024). Dirección: Emmanuel Mouret. Guion: Carmen Leroi, Emmanuel Mouret. Fotografía: Laurent Desmet. Edición: Martial Salomon. Elenco: Camille Cottin, Sara Forestier, India Hair, Damien Bonnard, Grégoire Ludig, Vincent Macaigne, Éric Caravaca, Louise Vallas. Duración: 118 minutos. Calificación: apta para mayores de 13 años. Nuestra opinión: buena.
Ya desde los créditos iniciales de Tres amigas, Emmanuel Mouret nos anuncia sin pudor el terreno emocional y estético en el que va a moverse: un piano de jazz melancólico y una tipografía blanca sobre fondo negro muy cercana a la clásica Windsor Light Condensed que tanto ha usado Woody Allen.
Igual que el inefable Woody, Mouret -de quien se han estrenado en la Argentina buenos films como Las cosas que decimos, las cosas que hacemos (2020) y Crónicas de un affair (2022)- se alimenta del cine francés de los años 70 -Eric Rohmer, Francois Truffaut, Jean Eustache-, pero su digestión de esas influencias es bastante más reverente y menos personal que la del creador de Hannah y sus hermanas, una referencia también evidente en este nuevo largometraje que participó en la Competencia Oficial de Venecia del año pasado y ahora llega a las salas de nuestro país.
Mouret elige un tono moderado, una especie de ballet emocional sin grandes caídas ni vértigos, apoyado en un relato coral que gira en torno a un trío femenino de clase media ilustrada. Mujeres elegantes y escépticas, cada una atrapada en su modo particular de disimular el malestar.
Joan (India Hair, fantástica en este rol), Alice (Camille Cottin) y Rebecca (Sara Forestier) no son amigas en el sentido hollywoodense del término. No hay sororidad manifiesta ni escenas de catarsis compartida, sino una coexistencia tibia, hecha de confidencias parciales, rutinas compartidas y silencios convenientes.

La más disonante del grupo es Joan, que decide enfrentar a su manera la crisis de su abúlico matrimonio estancado con Victor (Vincent Macaigne, actor fetiche de Mouret), un hombre abatido y desconcertado por esa amarga circunstancia.
Alice, en cambio, ha convertido su propio desencanto en doctrina: está convencida de que el amor conyugal es un simulacro necesario. Pero lo que no sabe es que su marido Eric (Grégoire Ludig) mantiene una relación con Rebecca, la más cínica y errática del grupo.
La tensión no proviene del descubrimiento de las traiciones -Mouret no trabaja con sorpresas, sino con una dinámica de cambios constantes que es muy propia de la inestable lógica amorosa-, sino de la manera en que cada personaje se acomoda a los pactos implícitos que rigen su día a día.
Narrada esporádicamente en off por Victor, como si se tratara de una confesión atemporal desgranada por etapas, la película utiliza muy bien ese tipo de observaciones sutiles pero punzantes que revelan mucho sin necesidad de subrayar demasiado.

Mouret ha explicado que Tres amigas dialoga con algunas de las ideas que propone La agonía del Eros, uno de los libros más exitosos de Byung-Chul Han. El cada vez más popular filósofo surcoreano advierte allí sobre la erosión del deseo en una era saturada por el narcisismo, una idea que resuena con fuerza en este entramado de vínculos tibios.
Joan ya no desea a su esposo, pero tampoco logra vincularse eróticamente con su vecino Thomas. Alice finge un amor que no siente para sostener una identidad conyugal. Eric exige exclusividad emocional incluso mientras engaña. Y Rebecca, la más libre de todas, vive su sexualidad sin pasión real. Como bien apunta Han, hoy el Otro ha dejado de ser un misterio: el deseo se aplana, se vuelve gestionable, y de ese modo pierde su fuerza transformadora.
Con planos limpios, encuadres simétricos y diálogos sin estridencias -un plan estético bien apuntalado por la banda sonora de Benjamin Esdraffo y oportunos fragmentos de clásicos de Mozart, Ravel y Mendelssohn-, Mouret captura ese ambiente de armonía vacía y un clima de época donde las pasiones ya no queman, sino que se evaporan lentamente.
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