Comedias de autor: un género con sello argentino que no busca la risa fácil
En el cine popular argentino abundan las comedias que apelan a la fórmula, siguiendo paso a paso las reglas del género, con la intención de atraer a un público masivo. Pero en aquel otro cine que se puede identificar como de autor o independiente, el acercamiento es menos estrictamente cómico, con situaciones que no están planificadas en torno al remate de un chiste y en las que la tragedia que se esconde detrás de lo que nos causa gracia aflora sin prejuicios.
Recreo, la película de Hernán Guerschuny y Jazmín Stuart , es un ejemplo de esas comedias que se mezclan con el drama. El film que se estrena hoy pasa de las confesiones sexuales con tono pícaro de un grupo de parejas de 40 a los cuestionamientos sobre la verdadera naturaleza de la felicidad. “Teníamos una corazonada con respecto a los temas de los que queríamos hablar y sabíamos que la comedia iba a aparecer porque era inevitable –explica Jazmín Stuart–. Pero también sabíamos que queríamos generar cierta incomodidad y cuestionar algunas cosas que tienen que ver con nuestra generación, con algo cultural que enmarca lo que todos construimos a esta edad”. Ambos directores llegaron a este proyecto con dos largometrajes anteriores en su haber. Stuart, que tiene también una prolífica carrera como actriz, codirigió Desmadre con Juan Pablo Martínez y luego se largó en solitario con Pistas para volver a casa.
Guerschuny, codirector de la revista Haciendo Cine, dirigió El crítico y Una noche de amor.
“En mis películas anteriores tenía una tendencia natural a tirarme a la comedia –dice Guerschuny–. Los films de Jazmín tienen humor pero lo mío era más claramente comedia. Esta es una película que no la podríamos haber dirigido ninguno de los dos solos. Muchos te preguntan por qué codirigir en una tercera película pero a mí me gusta pensarlo como cuando dos rockeros se juntan y graban un disco”.
Para manejar ese tono entre el drama y la comedia, que caracteriza cierto cine de autor argentino, recurrieron a actores que pudieran interpretarlo con soltura, como Fernán Mirás, Carla Peterson, Juan Minujín, Pilar Gamboa, Martín Slipak y la propia Stuart.
“Estuvimos muy alineados en que si una nota de humor se pasaba un poco a un tono de comedia a rajatabla no funcionaba porque tenía que haber detrás una pequeña dosis de sufrimiento y de eso se desprendía la comedia –explica la directora–. Tenemos un elenco de actores muy inteligentes y muy graciosos, cada uno con su estilo, pero también muy en consonancia con la idea de que hay algo del drama de cada personaje que no tiene que dejar de contarse nunca”.
En esta búsqueda que resulta en una comedia menos convencional, los realizadores de Recreo tienen bastante compañía en el cine nacional. Mientras hay una factoría financiada por la televisión y que se ciñe a la fórmula, también hay directores-autores que hacen un cine personal que combina géneros o abandonan en algún momento la comedia.
Las películas de Daniel Burman, como El abrazo partido y Derecho de familia, tienen su importante cuota de humor pero el drama termina ganando la partida; Juan Taratuto dirigió grandes hits producidos y protagonizados por Adrián Suar, como Me casé con un boludo y Un novio para mi mujer, pero también se volcó a un drama personal como La reconstrucción y una comedia dramática como Papeles en el viento. El caso de Damián Szifrón es peculiar: en sus dos primeras películas combinó la comedia con otros géneros, como el thriller en El fondo del mar y el policial en Tiempo de valientes. Relatos salvajes, enorme éxito de taquilla y nominada al Oscar, conserva ese humor pero con más ironía y oscuridad.
En el cine alejado de los presupuestos y las exigencias industriales la comedia no es lo más usual y cuando se presenta rompe de alguna manera los límites impuestos por el género. Martín Rejtman, director de Silvia Prieto, una de las mejores y ya más simbólicas de este tipo de comedia, mantiene en su obra un estilo de humor seco y de un realismo enrarecido.
Los paranoicos, de Gabriel Medina se destaca entre las comedias con marca de autor y cierta rebeldía frente al género; como también sucede con algunos de los trabajos de la productora El Pampero, como Balnearios o El escarabajo de oro. La obra de Matías Piñeiro está lejos de los gags de una comedia popular pero genera sonrisas adoptando el humor de Shakespeare en un contexto actual. Rompecabezas, de Natalia Smirnoff y Mi amiga del parque, de Ana Katz, son dos exponentes sobresalientes de films de realizadoras que también mezclan el humor sobre lo cotidiano con aspectos dramáticos.
¿La cuota de sufrimiento es una condición necesaria en las comedias hechas para un público argentino más sofisticado? Lo directores de este género tal vez no tienen la respuesta porque parece más un planteo de diván, pero las comedias de autor independientes tienden al recurso de combinar lo hilarante a través de situaciones incómodas. Y ya no parece una casualidad. En las comedias de autores nacionales (con influencia clara del director americano Judd Apatow) existen fórmulas y una es que la risa tiene que ser incómoda, difícil.
“En la actualidad, por la dificultad que tiene financiar una película, se polarizó bastante la situación –dice Guerschuny, esbozando una teoría sobre lo que sucede con la comedia en la Argentina–. Tenés films claramente de autor que se financian con el correr de los años, con fondos internacionales y filman temas que les interesan en Europa; es un cine que subraya su calidad ‘autoral’. En ese grupo hablar de géneros es mala palabra. Ir a un festival con una película de género, sea el que sea, te hace perder bastantes posibilidades de ganar un premio. Por otro lado están las películas industriales que son de género pero tienen que tener grandes temas/conceptos porque tienen una marca: los Puccio, Gilda, Rodrigo. El punto intermedio de comedias de la vida cotidiana no costumbristas, de las que el cine norteamericano está lleno, acá es más difícil de financiar”.
Sin embargo, hay realizadores que se dedican a una comedia total y que apela a un público masivo pero desde una perspectiva muy personal, como Ariel Winograd y Martín Piroyansky, quien hizo en Vóley una astuta adaptación de la nueva comedia americana a los usos y costumbres de los jóvenes adultos de la clase media argentina, demostrando las posibilidades de una apropiación autoral del género en su forma pura.
Ariel Winograd, un amante de la comedia
En este panorama de comedias industriales que siguen fórmulas y otras que buscan una forma propia se distingue Ariel Winograd, un director amante del género, con un estilo personal que no le impide triunfar en la taquilla. Cara de queso dio el puntapié inicial para una exitosa carrera que fue cobrando un perfil comercial cada vez más alto con films como Mi primera boda, Vino para robar, Sin hijos y Permitidos. El año pasado pudo terminar de comprobar, con Mamá se fue de viaje, que la relación de su cine con el público es tan buena como para que su película se convirtiera en la argentina más taquillera del año y la quinta en el top 10, con casi 1.700.000 entradas vendidas.
“Justo se da esa combinación en la que a mí me encanta hacer este tipo de películas –dice Winograd–. No lo siento como un peso. Como lo filmé es como lo hubiera hecho. No me pasó hasta ahora que haya tenido que engañarme a mí mismo para hacer una película, si no, no la hago. Me han ofrecido proyectos que no acepté porque no podía hacerlas como quería”.
Winograd trabaja en conjunto con su productora y esposa, Nathalie Cabiron, pero también dirigió otros proyectos producidos por Patagonik. Según explica, cada una de las películas tuvo distintos orígenes: las dos primeras surgieron a partir de ideas que tuvieron con Cabiron, y en el caso de Mi primera boda acudieron al guionista Patricio Vega. En otros casos ya existían los guiones y los trabajó para llevarlos hacia su terreno. Así es como sus películas mantienen un sello personal, a pesar de haber sido escritas por diversos guionistas.
“Tenemos ideas de películas, pero llevan un tiempo de desarrollo. En estos últimos tres años los guiones se fueron escribiendo mientras íbamos haciendo otros proyectos. Una vez que agarro el guion le meto mano desde lo visual, los diálogos o la puesta de cámara. Trato de verlo como mi mundo”.
Este trabajo sobre el guion también lo hizo en la película que filmó hace poco en México, país en el que la comedia tiene un éxito que califica de delirante: “Allá se estrenan 30 o 40 comedias al año y a cada una van a verlas tres millones de personas. Es otro mercado, una locura”.
Hace diez años que el director está intentando hacer un film sobre Olga, el personaje de Liniers, pero hasta ahora no le encontraba la vuelta al guion. “La película de Olga va a ser tan personal como Mamá se fue de viaje y mis otras películas. No tengo un método, pero superintuitivamente me acerco a un guion y veo si puedo contar ese mundo”.
El hecho de que la comedia no tiene prestigio ni gana premios Winograd lo acepta con algo de bronca, pero sin darle demasiada importancia. “Siempre la comedia está súper mal vista”, dice. Por ahora, el director no tiene intenciones de abandonar el género que lo apasiona y con el que tan bien le va.
“No tengo ganas de hacer un drama todavía –explica–. Para mí, un gran drama-comedia es The Meyerowitz Stories, y ojalá algún día pueda hacer una película así, pero creo que me tiene que pasar más la vida”.
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