Culture Club inauguró la neonostalgia con un gran show
A 35 años de su primer hit, la banda inglesa brilló en el Estadio Obras

Sería injusto decir que el show del viernes en Buenos Aires fue un evento nostálgico. Sí, lo es per se. Pero hay algo más que eso; se podría llegar a afirmar que ha empezado la neonostalgia. Una especie de nostalgia más alegre, válida, colorida. Y que a juzgar por las facciones de los concurrentes a la velada, más visibles mientras abandonaban el estadio de Obras, es indudablemente efectiva.
Doce músicos en escena y una selección imbatible de canciones hicieron el milagro. Treinta y cinco años después de su aparición en el panorama musical mundial, Culture Club estaba en nuestro país. En plena forma. Con su formación original. Y nos demostraron que, más allá de que en los años 80 el mundo se sorprendía con la apariencia de Boy George, pero bailaba y silbaba sus temas más conocidos a escondidas, su destreza musical sigue siendo un arma fundamental. La base rítmica, con el baterista Jon Moss y sobre todo el bajista Mikey Craig, fue y es la que lleva el pulso que hace que la nave siga a flote, más allá de todo lo que pudo haber transitado. Boy George, el alma de la banda, está en mucho mejor forma que hace unos años, locuaz y con ese atractivo distante construido a través de años de altibajos personales. Lo bueno es que sigue al frente de esa misma nave que se averió a principios de los años 90, en el lógico recambio musical y cultural, y tuvo que volver a sus diques y hacer lo mas sano: esperar. En algún momento el clima iba a calmarse y se podría volver a enfrentar a las aguas públicas de los escenarios, pero con otro esquema. Más cerebral, menos tóxico. Y así fue. Las reglas del juego cambiaron. Ellos lo aceptaron, y todos contentos.
En un show de 18 temas, en el que se dieron el lujo hasta de homenajear a Prince con un cover de "Purple Rain" y terminar con un "Get it on" de los héroes glam T. Rex, recorrieron lo mejor de su obra, sin altibajos, intercalando los climas de manera acertada, con un real ejército de músicos de apoyo, incluidas tres coristas femeninas, un percusionista, dos vientos y un tecladista.
A media distancia entre el pop con una base ligeramente bañada en reggae y soul, el resultado es sorprendente y válido. Se notan confianza, interacción. Y, a diferencia de otros shows que sí caen de lleno en el apartado nostálgico, se dejó de lado el deslucido e incómodo tinte de estar haciendo esto por obligación. O al menos no se notó. Y eso nos hace un (poco) más felices. Y a ellos, quizá, también.
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