Bailar Cranko como si fuera la primera vez, con la potencia de un luchador en el ring de box
Dos de los bailarines que asumirán los roles principales en el regreso de Onegin al Ballet Estable del Teatro Colón hablan del desafío que representan las obras del célebre coreógrafo del siglo XX
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Debajo del escenario, este Eugene Onegin no tiene un pelo del dandy inconformista y adinerado que imaginó Alexander Pushkin: lleva una remera de los Redondos, robustos anillos con piedras y calaveras, y las uñas pintadas de negro. Tatiana no se queda atrás: trae consigo sus rock‘n rolles, tiene actitud, arrojo. Sin embargo, cuando el pianista arremete con la partitura de Tchaikovksy, los dos entran en personaje y esta historia de amores a destiempo les dicta sus pasos al oído. Es el fuerte de la obra de John Cranko, un coreógrafo que forjó su fama en la extraordinaria capacidad narrativa que tienen sus ballets, admirados en todo el mundo, donde los intérpretes caminan como personas comunes y los sentimientos comandan la actuación.
Ciro Mansilla, solista del Ballet de Stuttgart, y Natalia Pelayo, del Ballet Estable del Teatro Colón, ensayaban como dupla artística la semana pasada uno de los pas de deux más emblemáticos de Onegin. Un desplante, la carta rota: qué escena. Finalmente, fue decisión del exbailarín y director artístico Reid Anderson, heredero de los derechos del célebre creador, presente en Buenos Aires para supervisar al detalle este montaje, que ambos asumieran los roles protagónicos pero en diferentes repartos. Aquella tarde, después de revisar levantadas y caídas, abrazos y rechazos, frente a la mirada atenta de Victor Valcu –nuevamente en Buenos Aires con su esposa, Agneta, para reponer esta joya del repertorio del siglo XX– conversaron con LA NACION sobre el desafío de interpretar estos roles.
“Es una obra exigente técnicamente, artísticamente, actoralmente, musicalmente. Es una sinergia maravillosa, que te pide mucho –observaba Pelayo, que supo ser Tatiana en el mismo escenario, en 2022–. Onegin es una joya de la historia del ballet”. Por más paradójico que esto pueda parecer, Mansilla agrega: “Es más difícil interpretar a personas que podrían ser cualquiera de nosotros en una historia como la del día del día que hacer de princesas o magos. Por ejemplo, en el simple acto de caminar natural: entrenás toda la vida para hacerlo como un bailarín y llega Reid y te dice: ‘No quiero que caminen como bailarines’, porque los pasos son la excusa para contar la historia”.
Aunque los dos hayan interpretado antes a los protagonistas de este drama que está cumpliendo 60 años, cada vez representa un nuevo desafío. “Sigue siendo un material vivo –observa ella, que bailará con Federico Fernández en las funciones el jueves 9 y el martes 14–. Uno se acerca desde quién es hoy, con todo lo que le haya pasado en la vida. En lo personal, trato de de ser lo más ‘hoja en blanco’ posible, tratar de estar blanda, abierta y receptiva".
Ciro Mansilla se entusiasma al hablar de John Cranko: fue por este repertorio que eligió probar suerte en Alemania y hacer su carrera en el Ballet de Stuttgart, cuna del coreógrafo, “una compañía donde nunca vas a hacer una función igual que la otra”. Observa: “Cranko, como ahora Ried, nos dice ‘No hagan las cosas como yo las hago. Pero esta es la intención’“, y señala la claridad y apertura que, al mismo tiempo, están expresadas en esa indicación. Igual que como rompe los estereotipos del bailarín clásico, usa una metáfora que es un cross a la mandíbula para referirse a la potencia de Onegin. ”Bailar Cranko es como prepararse para una pelea: un boxeador ya ha subido al ring miles de veces en su vida, pero en cada una tiene que prepararse como si fuera la primera... o la última. Siempre está ese nervio de hacer Onegin, la Fierecilla, Romeo y Julieta; nunca es algo automatizado. Y como cuando luchás, no sabés lo que puede pasar".
En una visita anterior al país –corría entonces la era A.P. (Antes de la Pandemia)–, el entrerriano conversaba con LA NACION sobre su historia de superación y talento, que finalmente dibuja en el aire la curva ascendente que se puede apreciar hoy. Desde una casa familiar de un barrio humilde, de monoblocs, en la capital de su provincia, llegó a Stuttgart en 2018. Esta vez, regresó a la Argentina para debutar en el Teatro Colón, donde se formó cuando era un muchachito que prometía (y cumplió). Pasó primero sus buenos días en Paraná, con su gente; compró libros de terror a rabiar (milita en las filas de Stephen King), visitó a los amigos que hizo en Montevideo cuando integró el Ballet Nacional de Uruguay (en la gestión de Julio Bocca), y desde hace quince días se prepara para la que será una noche, sin dudas, especial.

Mansilla ostenta algunos récords, que comparte: “Soy el Onegin más joven de la historia por mi debut en el Sodre, a los 22 años [ahora tiene 31] y el único argentino que aparece en el libro de oro de Cranko, entre las estrellas que lo interpretaron a lo largo de medio siglo”. Sin embargo, su mayor valor no se juega en ese puñado de logros exclusivos, sino en la pasión con la que todos los días, desde que era aquel chico que pedía plata para ir al ciber “a estudiar” y se ponía a ver videos de Giselle, se entrega a la danza con la potencia de un riff de heavy metal. “Amo esta disciplina, amo al ballet como nada en el mundo y me hace feliz, pero jamás lo hice con ninguna pretensión. Entonces, cuando me llaman de algún lado, sobre todo ahora que me invitan del Teatro Colón, donde yo crecí, del Colón, que era un sueño imposible, no caigo”.
Ciro Mansilla volverá a sacarse los anillos y ponerse el traje del hastiado, soberbio y finalmente desahuciado Onegin en el estreno de esta temporada del Ballet Estable, como partenaire de Ayelén Sánchez, bailarina de la compañía. Con dirección de Julio Bocca, el Estable comenzará su serie de presentaciones este viernes, a las 20, con funciones hasta el martes 14. Además de las dos parejas ya mencionadas, en las siguientes noches los protagonistas serán Juan Pablo Ledo y Camila Bocca (4, 8 y 11) y Jakob Feyferlik y Marianela Núñez (10 y 12, funciones agotadas). Entradas, desde $8300 (de pie) hasta $98.000 (plateas).
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