
El cielo de París, la nube de Pino
En la capital francesa, donde está a punto de finalizar el film "La nube", Pino Solanas dialogó con La Nación .
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PARIS.- Frente a la catedral de Notre-Dame, el Sena por medio, en una tarde de sol cansado de comienzo de primavera, justo en la ochava vidriada de un café con mesitas redondas, ahí, nos espera Fernando "Pino" Solanas para hablar de "La nube", su última película. El día le hace coro sin tomar distancias con el tema del film, mientras los grises amenazan antes con la noche que con cualesquiera de los aguaceros que palpitan consecuentes en "La nube". Pino señala las ramas de los árboles y alude a los botones verdosos que en las plantas anuncian el cambio de estación.
Hace ya varias semanas que Solanas alterna el gris invernal de la calle francesa con la oscuridad de la sala de grabación donde, con el ingeniero de sonido de la película, el francés Bruno Tarriére, está dando los toques finales a la banda de voces, ruidos, música y palabras que impondrá el clima de Buenos Aires a su reciente realización. Cualquier asomo chiquito de sol o de verde lo llena de una felicidad tan grande como la que espera de su obra, si ingresa en la selección oficial de Cannes, en mayo próximo, y si la celebra el público argentino, en quien más piensa.
"En "La nube" llueve mucho, siempre -confirma Pino-; los hechos pasan en un teatro, el único sitio donde la claridad es posible."
Tras dos meses largos de rodaje en Buenos Aires, la compaginación inicial por César D´Angiolillo y el revelado del material en París, a cargo de los coproductores franceses, que sostienen ahora el período de la posproducción, Solanas siente que está atravesando un momento de conflicto consigo mismo.
"Hacer cine y querer ser creativo ya es un conflicto -lo dice con orgullosa resignación-; la vida es un conflicto donde la honda satisfacción está en haber elegido una forma de expresión absolutamente personal, propia y para la que nadie te regala nada. El conflicto es cómo resolverlo en el ring de la creación. Las imágenes son mi materia prima y con ellas debo decirlo todo. Igual que cualquier artista, el poeta, el plástico, el escritor, el coreógrafo, igual que ellos, con imágenes."
"El conflicto reside en la creación de las imágenes, porque el cine es el arte plástico en movimiento. Se puede prescindir de la literatura y hasta del sonido -Solanas pone como ejemplo a los maestros del cine mudo-, pero no se puede prescindir de las imágenes. En la otra punta, siempre entre lo específico, esencial y necesario, está la mirada: cerrá los ojos y no hay arte, ni expresión, ni comunicación cinematográfica."
-En la pintura el artista puede dejar huella de su estado de ánimo en el grosor o en el pulso de la pincelada. ¿En el cine?
-Por supuesto. Los lentes son la intermediación entre la realidad y el ojo del creador. Le cuesta al director, que no es el camarógrafo ni el actor, dominar la intensidad de los lentes, que son tan sensibles. El realizador se expresa por medio de materiales que, por lo general, manda construir, desde las escenografías hasta la puesta en escena. La decisión primaria y casi definitiva está en la elección que se hace de tal o cual actor.
-¿Sin vuelta atrás?
-La elección de los actores, con su sensibilidad y gestualidad, es parte significativa en el proceso de creación de la imagen... y de la propia imagen. El proceso creativo es elección y elegir es renunciar: ahí reaparece el conflicto. El pintor tiene una relación más directa con los materiales, aunque nuestro equivalente está en el uso de la óptica (los lentes) y en los movimientos de cámara. La realidad surge distinta, según la óptica empleada, y el producto está en el resultado estético.
-¿Desde dónde observa esa clase de artista?
-¿Cuál es el universo que va a expresar en el cine? No existe un documento sobre la vida, porque yo no hago cine etnográfico ni antropológico, que también se discute si es realmente objetivo. Es muy difícil capturar la vida tal cual es y yo estoy haciendo exactamente lo contrario: un tipo de cine donde tienen mucho peso la puesta en escena y la puesta en imagen. Construir la realidad, pero no la realidad tal cual se da, sino la mía propia. Elaboro totalmente el hábitat de la historia, que, seguro, se parecerá al de tantas otras películas, pero es ahí, con los actores, con el movimiento, con la luz, con la disposición de la cámara, cuando convierto esa realidad en mirada personal, en voz que transforma, en palabra-imagen que comunica. Esa es mi elección.
-En "La nube" parece haber una doble puesta, la representación teatral y el film que la registra.
-Para eso, como el director de teatro, primero debo construir la escena, es decir, el espacio, que es el medio que comparten el teatro y el cine y donde ganan forma las imágenes libres, que son motivo del nuevo conflicto: ¿estarán bien o mal? Uno lucha constantemente para hacer bien las cosas y esta lucha no tiene fin.Me viene a la memoria una vez más la anécdota de aquel señor que le avisó al guardián del museo que un hombre estaba retocando un cuadro de Pierre Bonard. "Es Bonard", respondió el guardia, "que nunca da por terminados sus cuadros aunque estén ya en el museo". Borges corrigió poemas suyos cuando publicó las obras completas. Borges, que era un relojero de la palabra. Me expongo a las opiniones de los demás, positivas o negativas, porque sé que en la imagen invierto mi identidad. Siempre se me estará juzgando a mí.
-¿Le preocupa la opinión ajena?
-Hay que desdramatizar esa preocupación: todos nos despertamos un día con deseos de escuchar a Bach y otro día a Caetano Veloso. Me interesa que se advierta que estoy buscando un universo personal que tenga la forma de la realidad que imagino.
-¿Tiene esa realidad algún punto de partida?
-La realidad que imagino se despliega en grandes espacios donde el hombre no quede aislado. Necesito una imagen con mucha profundidad, razón por la cual nunca utilizo teleobjetivos, que restringen la espacialidad y comprimen los fondos. Soy un adicto a la gama del "gran angular", que en "La nube" va desde los lentes de 10 y 14 mm a los de 16 y 20 mm. La imagen se vuelve espectacular. Cada óptica, esos lentes, es como la pátina en la superficie de un cuadro, como si trabajaras con pincel fino o con espátula.
-¿Y la realidad?
-La realidad ingresa de distinto modo según la óptica empleada: el gran angular la ensancha y le da profundidad de campo. Es una estética. Vengo creando la vasta espacialidad desde "Los hijos de Fierro" (1975). La apliqué luego en el rodaje de "Tangos. El exilio de Gardel", en las Tiendas San Miguel, cuya existencia contribuí a rescatar a partir de la difusión de esos salones en la pantalla. También en "Sur", para la que empleamos la superficie cubierta del Mercado de Abasto y un set natural, en una esquina de Barracas, donde cantaba Roberto Goyeneche; y en "El viaje", cuando metimos una metáfora de la historia argentina dentro de la cárcel de Ushuaia. La noción de espacio teatral de "La nube", construido dentro del desaparecido Mercado Municipal del Pescado, en Barracas, estaba ya en "Los hijos de Fierro". Lo mío no es una novedad; es una idea que progresa.
-¿Es una fórmula exclusiva?
-El pintor tiene motivos que reitera y el poeta, el día que se adueña de ciertas palabras, no las tira por la ventana. Es tan difícil encontrar una palabra nueva o una metáfora contundente... Cómo podrías conseguir transmitir con una imagen poética la mirada de una mujer. Siempre habrá un poeta enamorado que diga lo mismo que todos, pero de un modo original.
-¿En la puesta en escena está el origen de todo?
-A veces, antes. Para construir el espacio visual salgo a tomar fotos, cientos de fotos, miles, o registros en video, para que al final se decanten sólo unas gotas expresivas y condensadas de imaginación... y de imágenes, para crearlas en la puesta y evitar que sean sólo un fondo de decorado para los actores.
-En "El exilio de Gardel", el artista estallaba en mil pedazos.
-Sí. Los personajes se quebraban literalmente y yo con ellos. Reivindico otra forma del conflicto de la creación, el juego, sin el cual moriríamos. Quien se quede solo con el conflicto sufre tremenda penuria. El juego alivia el combate entre tu capacidad y la capacidad potencial que manifiestes. Lo aprendés tarde, porque al empezar la carrera sos un incapaz, una hormiga, un ratón, un escarabajo mirándose en el espejo de los grandes. Nada angustia más que los inicios y uno no sabe por qué, pues nada le parece imposible y lo intenta todo.
-El fondo de "La nube" está acompañado por la voz de un relator.
-Hay en mis películas cierta inclinación literaria y el relato en off contribuye a dar o acentuar un punto de vista. Me gusta utilizarlo como un encuentro entre literatura, teatro y cine.
-¿Y en "La nube"?
-Soy yo quien habla. Cuando uno se desdobla en el relator, es el autor quien habla. Puse mi voz porque quiero que la película sea menos despojada, que se advierta el artificio del teatro y de la literatura dentro del cine.
-¿Cómo nació ese relato?
-Sobre la marcha. En el primer guión no había relator, pero había voces en off que desaparecieron. Mi voz sintetiza todas las otras. Las películas se van transformando durante la marcha y los resultados forman parte del juego: hay días en que uno sale a pelearla y hay días en que salís golpeado. Te ganaron.
-¿Hay soluciones no artísticas, profesionales?
-Sí, y a veces uno recurre a ellas para resolver las dificultades. Son los días en que no vienen las ideas felices. No sólo el profesionalismo puede salvarte; también tu propia cultura o la fuerza que te da haber vencido una batalla anterior.
-"La nube", ¿es continuación de su tiempo de diputado o de las películas anteriores?
-Es la continuación del cineasta aquél, que regresa. Nunca, ni en la etapa de político, dejé de comprometerme ni de convivir con el cine y la cultura, a los que la mirada política contribuía a sustentar. Hay una totalidad interior que siguió madurando más allá del ejercicio político. "La nube" rescata esta vida interior y no al hombre político.
-Suena todo muy serio.
-¡Ah...! Pero en "La nube" hay mucho humor y todo vuelve a romperse, como en el juego de "El exilio de Gardel". Traté de no perder el sentido del humor, aunque tantas cosas de la realidad me acosaban. Aun viviendo en circunstancias no complacientes, siempre en la vereda de enfrente, ningún compromiso pudo apartarme de la fidelidad a mis principios e ideas. Soy un hombre independiente y libre. Mi fidelidad al país y al conjunto de principios democráticos y sociales es más fuerte que mis fidelidades partidarias, dogmáticas o ideológicas. Pero hay que abordar el proceso creativo con espíritu divertido. Hay que imitar al actor que regresa de la escena más dramática y vuelve de ella complacido, sabe que se ha divertido. Quiero hacer un cine con metáforas.
-Y no quiere que "La nube" sea una película política.
-No quiero, aunque se desarrolla en la Argentina de estos años. El cine es un gran testimonio de la realidad. En el cine pude sintetizar lo que hay en mi persona: la inquietud social con inquietud artística. Creo que soy un pintor y a veces pienso que soy más músico que pintor. Todo lo resolví en el cine. Mi inquietud social está ligada con mi inquietud política y con haber estado ligado con las grandes causas del país. Para mí, "La hora de los hornos" fue mi gran obra de ficción inicial: salir a descubrir la Argentina oculta, no a través de los libros.
"La nube" es de nuevo mi país, ahora desde la emoción y el humor. Querría que la película le sirviera al espectador para otra reflexión, al ver que todo anda caóticamente para atrás o para adelante, sin lógica, creyendo que es una broma, pero no, es el país donde vivimos. En "La nube", las historias terminan abiertas, como para que cada uno se lleve la película a casa.
Una sociedad salvaje, con mirada poética
PARIS.- "La nube" es un gran estado de ánimo: el que atraviesa un país en pena porque la lucha cotidiana por sobrevivir no lo lleva a ninguna parte. La lucha es compartida por funcionarios y transeúntes, pero nadie le encuentra futuro al futuro. "La nube", la película de Pino Solanas, es un grito. Sin embargo, abunda la alegría, el sentimiento se asienta en la platea y en los personajes y una honda melancolía se inscribe como emoción, no como drama, y ayuda a demostrar que el arte es un tablón para salir a flote.
Solanas cree en el arte y en la cultura _"Es lo único que puede salvarnos", admite_ y le pone poesía a su más reciente realización. Es poesía implícita y literal: en el argumento hay voces que se elevan por encima del significado inmediato, en busca de sentidos permanentes, duraderos, universales; también, claro que en el off, está la voz de Pino Solanas, quien, en cuartetas de versificación sencilla, convierte la aventura en coplas de viejo sabio, sin ser viejo ni darse corte de sabihondo.
Esta es, al menos, la primera impresión que produce "La nube" en el momento de verla completamente compaginada, pero sin todos los sonidos ni la gama de efectos sonoros de profundidad y de ambiente que el oído atento del espectador va a gozar, quizás hasta subliminalmente: un rayo entre tantas noches de tormenta, el ladrido de un perro porque sí, una música suave de jazz para mejorar el relieve de un pasillo que, en realidad, contribuye a anular voces inútiles que se colaron en el registro del sonido directo.
Poesía de lo salvaje
A primera vista, y sin pretender una adjetivación crítica, "La nube" es renuente a encerrarse en una historia única _la del teatro que están por tirar abajo las autoridades_ y prefiere la polisemia de subhistorias articuladas en una única e inteligible: esta Argentina que todos sufrimos y que vive en el fondo de las humoradas de un jubilado caprichoso y toreador de la autoridad, en el amor desvencijado del gran actor cuya única pasión es el texto teatral y la acción escénica y en la espesa y llamativa puesta en escena de la que habló, subrayándola, el productor francés del film, Philippe Cosson, al abandonar la sala Gaumont de Champs Elysées donde la vimos.
La Argentina subyace, visible y nada circunstancial, en la crónica poética de la sociedad salvaje de estos días. Es la historia de un escritor viejo y de unos actores eternos que viven "al borde", como sus antepasados en la pista del circo o en el patio del sainete. Son seres del arte primigenio encerrados/liberados en un espacio primal, intemporal y sagrado. Convertidos en parte orgánica de la película, son la conciencia de lo que nos sucede.
Horizonte argentino
Estos caracteres procuran abarcarnos _lo consiguen_ cuando señalan un horizonte que palpita en la honestidad, en la negativa a la coima, en la denuncia de la solemnidad, en el respeto por el yo, en la protesta y el pataleo, en el espíritu que no se deja doblegar.
Seguro, desde la mirada del extranjero, ha de quedar la historia de individuos pobres de bolsillo pero ricos de orgullo que defienden un teatro contra la piqueta que afilan los ministros y secretarios de Cultura.
"En los burócratas de la cultura que hay en la película, ninguno se parece a alguien conocido -Pino apela a una memoria generalizada- y sin embargo son la suma de todos, donde, además, cada uno de ellos es amigo de la víctima de turno y comparten un pasado, una esperanza y la imposibilidad de satisfacer las necesidades".
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