
El cuento fantástico de la niña del arpa
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Concierto de Joanna Newsom (arpa y voz). El viernes último, en Niceto Club.
Nuestra opinión: muy bueno
Encontrar una aguja en un pajar es tan difícil como distinguir la avidez por ver a la elogiada Joanna Newsom en su primera visita a Buenos Aires del esnobismo de aquellos que, simplemente, no quisieron quedarse al margen de la novedad. Lejos de emprender esa tarea tan titánica como inútil, vayamos directo a la imagen del comienzo. Noche de viernes: estamos en la puerta de Niceto Club y, como las gotas que se desprenden de una canilla mal cerrada, los asistentes van entrando de a uno, con los almohadones que reparten en la puerta para apreciar el concierto con la cola cómodamente instalada en el piso del local palermitano.
Como si debajo de esa canilla hubiera un balde, el tiempo fue suficiente para producir la imagen del derrame: los sentados debieron pararse ante la presión de los que entraban y veían que ya no había espacio en el piso. Todos de pie, entonces, para ver incómodos un singular concierto de arpa y voz.
Bastó que Joanna Newsom saliera a escena para que las broncas, los nervios y las incomodidades se esfumaran. Tímida, con vestidito, movimientos y ademanes de concertista -al fin de cuentas, su formación fue académica, sólo que luego decidió emprender un camino muy distinto del de la música culta-, la joven de Nevada City, California, salió a mostrar por qué se habla tanto de ella en los círculos indies de los Estados Unidos y Europa.
Dicen que en la Argentina no se consigue, ya que sus dos discos -sin contar otro par, pero de extended plays - The Milk-Eyed Mender y Ys , aún no se editaron por estos pagos. Sin embargo, se notó que buena parte de la concurrencia ya había escuchado sus obras. Como cuando arremetió con "Bridges and Ballons": los primeros acordes fueron suficientes para arrancar grititos de excitación.
Elfos y duendes
En tiempos en que el minimalismo se confunde con la escasez de recursos, la Newsom demostró las múltiples opciones que guarda en su particular interpretación del arpa y en su canto agudo, aniñado, heredado de su región, los Apalaches. Canta de frente a su instrumento, con el micrófono a un costado y la boca inclinada hacia el otro. De sus cuerdas vocales surgen paisajes y evocaciones de otros tiempos, de cuando en la tierra que la vio nacer no había asfalto, sino cowboys y carapálidas trenzándose como en los westerns . De esas mismas cuerdas salen elfos, duendes y un sinfín de personajes mitológicos que brincan por las otras cuerdas: las del arpa.
El silencio y la concentración son claves para entrar en el concierto cuento de esta música prodigio que tiene 25 años pero que aparenta muchos menos. Se sonroja con los aplausos; sólo atina a responder con tímidos "Thank you" y con una sonrisa cándida; cuando los aplausos duran más de la cuenta, se siente obligada a entregar algún que otro "Thank you very much". Alguien grita: "¡Genia!"; ella mira extrañada y pregunta: "¿Enya?". Ahí queda en claro que la comunicación pasa exclusivamente por lo musical.
Tras una hora y cuarto, la fantasía llega a su fin. En ese lapso pasaron piezas de ensueño como la extensa "Emily" o la mágica "Sprout And The Bean". Pero los títulos son sólo referencias, nombres de los capítulos en los que se divide la historia que la Newsom vino a contarnos. Poesía pura que abrigó a centenares de asistentes hasta el desborde, hasta la transpiración. El retorno a la calle tendría el mismo estruendo que provoca un libro de cuentos de tapa dura, cerrado con vehemencia. Colorín colorado, y a aguardar un pronto retorno.
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